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General: COLOMBIA NO DEBE IMPORTAR ( ni contrabandear) lo q puede producir
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Da: Ruben1919 (Messaggio originale) |
Inviato: 06/09/2015 09:37 |
¿SE DEBE IMPORTAR LO QUE PUEDE PRODUCIR LA NACION COLOMBIANA?
Intervencion en la plenaria del senado en el debate sobre el TLC
Jorge Enrique Robledo,
Gracias, señor presidente, señor ministro, senadores y colombianos que nos escuchan en sus casas. Antes de entrar en materia quiero expresar mi absoluta solidaridad con los pueblos de Copacabana, Girardota y Barbosa que, a mi juicio, están siendo bárbaramente agredidos porque se oponen con justicia a que los exaccionen nuevamente con un peaje y un derrame de valorización. Pueblos empobrecidos como todos los de Colombia y que han recibido de parte del gobierno, no una respuesta democrática, sino una actitud de represión.
Lo otro que quiero mencionar, señor presidente, antes de empezar propiamente el debate, es hacer un comentario sobre los hechos de Cartagena. Estoy seguro de que nadie en esta Corporación vivió tan de cerca como yo lo que pasó en Cartagena. Me tocó vivirlo porque estuve, como van a verlo ustedes, muy de cerca en el asunto. Viajé a Cartagena desde la víspera en la noche. Hacía parte de quienes estábamos organizando la movilización para el día 18, como lo anunciamos públicamente. En las horas de la mañana del martes había un conversatorio en la Universidad de Cartagena, en una de las sedes lejanas y fuera del centro de la ciudad, un acto académico para debatir sobre el asunto. No se pudo hacer porque el rector dio orden de cerrar la universidad. A renglón seguido había una concentración de trabajadores en el Coliseo Bernardo Caraballo. Hacia las nueve o diez de la mañana llegaron al sitio centenares de trabajadores, pero el coliseo estaba cerrado y militarizado y se les impidió congregarse. A las diez de la mañana me buscaron algunos de los que estaban organizando la protesta, todos ellos líderes populares y sindicales absolutamente conocidos en la ciudad, a decirme que la víspera en la noche habían conocido de un decreto del alcalde que se burlaba de los trámites legales que ellos habían cumplido desde el 10 de mayo, y me pidieron el favor de interceder ante el alcalde para explicarle que la conducta asumida por él no era democrática. Fui y me reuní con el alcalde, un peón que, por arte de los intríngulis de la politiquería, terminó jugando de alfil en este pleito. Y el alcalde con toda sorna me dijo: senador Robledo, no hay problema, el decreto que saqué ayer lo que establece es que ustedes podrán hacer la protesta desde el Castillo de San Felipe hacia Barranquilla, en cualquier parte de la ciudad. Lo que significaba mi más ni menos, para quien conozca a Cartagena, una burla al derecho democrático de hacer una movilización por áreas centrales de la ciudad donde alguien pudiera verla. Le expliqué al alcalde que su conducta era inaceptable, porque era una alcaldada que manipulaba las normas para negarles a los ciudadanos el derecho que habíamos solicitado. Él me dijo que iba a consultar. A lo largo de la mañana hablé con un coronel de la Policía, con un general de la Policía, con un vicealmirante de la Armada, hablé en varias ocasiones personalmente y por teléfono con el señor ministro de Comercio, haciéndoles ver a todos ellos que se estaban violando la Constitución y las leyes de la República que nos permitían a nosotros manifestarnos de manera pacífica por la zona central de Cartagena. Les expliqué hasta la saciedad, déjeme recordarle, señor ministro, e inclusive le dibujé en un papelito el recorrido del acto que nosotros íbamos a hacer, un desfile y unos discursos que no coincidían ni en el tiempo ni en el sitio ni en la gente con el acto que el gobierno estaba organizando en el Centro de Convenciones. Lo nuestro estaba citado a las dos de la tarde, lo de ellos a las seis. Lo nuestro estaba convocado para realizarse dentro del recinto amurallado, mientras que lo de ellos se iba a hacer por fuera del recinto amurallado, en el Centro de Convenciones, lo que hacía que no fuera posible ni siquiera que nos viéramos los dos actos. A todos estos personajes les expliqué que ingresaríamos al recinto amurallado, no por la Puerta del Reloj, relativamente cercana al Centro de Convenciones, sino por una de las puertas periféricas, de forma tal que ni siquiera nos verían. En la última conversación, el ministro Botero me pidió que le diéramos garantías de que el acto nuestro terminaría antes de las seis de la tarde. Le contesté que por supuesto, aunque me parecía una petición que no cabía legalmente, pero que contara con ese compromiso. Lo último que sucedió, cuando ya habíamos empezado el desfile desde el Castillo de San Felipe, fue que el señor alcalde de Cartagena me llamó y me dijo, senador Robledo, va para allá el secretario del Interior del Distrito de Cartagena para que busquemos una última fórmula y nos pongamos de acuerdo sobre cómo organizar la movilización programada. Caminamos muy despacio, parando varias veces para darle tiempo de llegar al secretario del Interior. Cuando arribamos al primer cordón de la policía, yo personalmente esperaba que el secretario del Interior de Cartagena apareciera allí detrás de la policía para hacer una última conversación y llegar a algún tipo de acuerdo. Pero lo que sucedió fue que en ese momento fuimos brutalmente agredidos por la fuerza pública. Quienes íbamos en la primera fila del desfile somos personas que hemos estado sonando en los distintos medios de comunicación, íbamos los congresistas, los presidentes de las tres centrales obreras, la junta directiva de Fecode, todos conocidos y reconocidos en Colombia como gente que no tiene absoluta nada que ver con procedimientos distintos de los que permiten las normas de la democracia y la civilización. Y fuimos agredidos y brutalmente golpeados. Ahí están los certificados de medicina legal sobre las huellas que nos dejó la agresión de que fuimos objeto con garrotes, gases lacrimógenos y balas de goma. Esto fue lo que ocurrió.
Pero me parece, senadores, que más grave que esta astucia, determinada por el presidente de la República, porque el alcalde fue enfático en señalar que él había actuado de esta manera leguleya cumpliendo orientaciones del presidente, más grave que haber atropellado a quince o veinte mil ciudadanos y a una decena de congresistas, fue lo que sucedió después de los acontecimientos, hechos que en buena medida explican por qué se dieron. Por la noche, en el acto en Cartagena, el presidente la República pronunció estas palabras: “Con Estados Unidos hemos tenido una alianza por la democracia y contra el enemigo de cada coyuntura, ahora contra el terrorismo. Este tratado debe ayudarnos a eliminar el terror de los violentos”. Luego ¿qué? Entonces ¿quienes nos oponemos al Tratado de Libre Comercio hacemos parte de los terroristas y del terror de los violentos? Las declaraciones del ministro de Defensa no pudieron ser peores. Comenzó señalando que aquí todavía tenemos cavernícolas que opinan que el TLC es inconveniente. Es decir, aquí ya no sólo son cavernícolas quienes salen a los actos de protesta y a los desfiles, sino también quien se atreve a opinar que el TLC no debe firmarse. El ministro ha establecido una especie de delito de opinión, que, se supone, no existe en los regímenes democráticos. Quiero llamar la atención, además, sobre todo lo que montó después el ministro de Defensa y que ayer le amplificó el señor ex ministro Londoño en las columnas de El Tiempo. Es absolutamente inaceptable. Como lo dije en una cadena radial, es una bellaquería que el ministro de Defensa, prevalido de la fuerza y el poder, se vaya a los medios de comunicación a insinuar que quienes allí salimos a un acto de protesta estábamos financiados por algunos de los grupos alzados en armas. La pregunta insidiosa de cómo nos financiamos quienes allá fuimos es una infamia. Una infamia montada con un argumento ridículamente deleznable. ¡Cómo así! Pues nos financiamos como se financian los trabajadores y los pobres y los débiles de Colombia, por cuenta de las propias organizaciones, que a la vez se financian con los aportes de los afiliados. Y nos financiamos metiéndonos la mano al bolsillo de nuestra cuenta para pagar unos cuantos gastos de movilización. Y no fueron 75 buses, como se adujo. No, señor ministro, fueron 200 buses los que movilizamos a Cartagena desde todo el país, en ejercicio del derecho a hacer una protesta pacífica, una protesta democrática, en sitio, hora y gente distintos de la ceremonia oficial. No fuimos a sabotear el acto del gobierno, sino a hacer otro distinto, y si las cosas terminaron como terminaron, la única responsabilidad le cabe al presidente la República, doctor Álvaro Uribe Vélez, que procedió de una manera arbitraria, ilegal e inconstitucional para aupar a la fuerza pública contra quince o veinte mil ciudadanos inermes que reclamábamos el derecho a decir que no estamos de acuerdo con el Tratado de Libre Comercio.
Es muy grave, senadores, y a ustedes no se les escapa, que haga carrera la idea de que aquí en Colombia solo hay dos sectores en la vida nacional: de un lado, los amigos del gobierno y de otro, el terrorismo, o los grupos alzados en armas. Esta afirmación es una falacia y, aún más, una bellaquería. Porque el ministro de Defensa tiene que saber que eso no es cierto. Y si no lo sabe, es un inepto. Y si lo sabe y manipula como lo hizo, es un irresponsable. Y un irresponsable de jefe de las fuerzas armadas de Colombia es una persona supremamente peligrosa.
Que le quede claro al presidente Uribe, que les quede claro a los colombianos, que aquí hay unos que estamos en la oposición y que nos vamos a oponer al régimen movilizándonos por las calles y plazas de Colombia, y que si esto nos cuesta, que nos cueste. Que nos encarcelen, o inclusive que nos maten, así será. Pero lo único que no vamos a hacer es arrodillárnosle al despotismo y a imposiciones como el Tratado de Libre Comercio, tremendamente lesivo para la vida de la nación. Es importante dejar las cosas claras, porque, repito, no hay una persona en Colombia que hubiera estado más cerca de lo ocurrido ese día en Cartagena que el senador Jorge Enrique Robledo.
Entremos ya al tema que nos ocupa, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Lo primero que debo señalar, senadores y colombianos, es que la confrontación no se da, como se ha querido hacer ver, entre quienes creen que debe haber negocios internacionales y quienes creemos que no debe haberlos. Es una simplificación estúpida, que por supuesto no cabe. Obvio que es bueno que Colombia exporte y también que importe ciertas cosas. Si no producimos tractores, o computadores, es apenas natural que los importemos. Lo que aquí estamos discutiendo es si al país se importa cualquier cosa, o en otras palabras, si se importa lo que puede producir la nación colombiana. Lo que aquí estamos discutiendo son afirmaciones como la que hizo el ministro Botero, quien supuestamente nos representa a los colombianos en las negociaciones. En el periódico La Patria del pasado 16 de mayo, dice el doctor Botero: “Mil y mil gracias por los subsidios agrícolas, porque eso subsidios, por ejemplo, en el caso del trigo, nos permiten generar pan y pasta barata para los colombianos”. Mil y mil gracias, clama él, por los subsidios agrícolas extranjeros. Y en medio de la desnudez en la que queda con esa afirmación, el ministro intenta ponerse unas tres hojas de parra explicando que lo que sucede es que esos productos los producimos “en cantidades ínfimas”, estoy leyendo, “en condiciones no competitivas” y que se trata de “vender comida barata a la gente”. Lo que él silencia es que si los producimos en condiciones ínfimas y en tan poca cantidad fue porque la política neoliberal de estos últimos 14 años acabó con la producción de numerosos renglones. Las importaciones de trigo se han doblado entre 1991 y 2003, y lo mismo podemos decir de la cebada. En 1991, Colombia importaba ocho mil toneladas de maíz y hoy dos millones de toneladas. Y cuando la situación termina degradándose, entonces el ministro, con todo desdén, dice que es que esos rubros no son competitivos y se están produciendo en cantidades ínfimas. Más adelante voy a demostrar cómo también la afirmación de que los colombianos vamos a comer comida barata tampoco es cierta.
En buena medida, el debate de fondo es entre quienes estamos convencidos de que la negociación con los gringos no puede terminar bien, porque se adelanta bajo el amparo de quienes creen que hay que dar mil y mil gracias por los subsidios agrícolas extranjeros. Los gringos no solo nos arrasan el sector agropecuario y el aparato productivo en general, sino que además nos exigen que les quedemos debiendo el favor y nos mostremos eternamente agradecidos.
Este es un debate viejo, senadores y colombianos. Arrancó en 1990. En esa fecha, cuando Gaviria inauguró la apertura con el lema “Bienvenidos al futuro”, porque supuestamente se abría por fin el camino de la felicidad para Colombia, unos pocos dijimos: van a destruir a Colombia. Hoy, 14 años después, ya es tiempo de hacer el balance, porque la mejor definición que uno puede hacer del Alca o el TLC es que son exactamente las mismas políticas de apertura, neoliberalismo y privatización aplicadas en los últimos 14 años pero elevadas a la enésima potencia y llevadas al absoluto, hasta la total aplicación, lo que nos permite afirmar a quienes también ahora estamos en contra que los daños serán aún mayores que los ya sufridos por el país en los últimos 14 años.
¿Que ocurrió con la economía nacional en estos 14 años? Es con cifras en la mano, doctor Botero, como hay que adelantar el debate, porque aunque sea cierto que tenemos contradicciones ideológicas, al final es un problema de cifras y de hechos demostrables. ¿Qué ocurrió? Primero, la balanza comercial colombiana, que mide la relación entre importaciones y exportaciones, pasó de positiva a negativa. Entre 1993 y 2003, se convirtió en negativa en más de 20 mil millones de dólares. ¡20 mil millones de dólares en pérdidas! Claro que ayer me encontré con que la Cepal señala que las pérdidas de balanza comercial ascienden a treinta y dos mil millones. Habrá que mirar bien. Para que no entremos en ese pleito, señor ministro, le regalo los diez mil millones. Lo segundo que ocurrió es que, para conseguir los dólares con que financiar la avalancha de importaciones, reflejada por los 20 mil millones de dólares, el país tuvo que embarcarse en un endeudamiento desproporcionado, que en solo cuatro años nos duplicó una deuda externa que nos habíamos demorado un siglo en contraer. Pasamos de unos 17 mil millones a más de 36 mil, repito, para poder pagar la avalancha de importaciones. Y lo tercero que ocurrió es que buena parte del aparato productivo que no fue destruido por las importaciones terminó siendo tomado por el capital extranjero. El carbón, antes en compañía, lo perdimos con las trasnacionales, que acabaron quedándose con él. Lo mismo sucedió con el níquel. Los negociantes del capital foráneo avanzaron en las flores, el banano, el café, avanzaron en el sector financiero, avanzaron en el comercio, donde nunca antes habían estado, avanzaron en telecomunicaciones y en general en toda el área de servicios. En conclusión, lo que no nos quebraron las importaciones, senadores y colombianos, fue capturado por el capital extranjero.
¿Cómo se explica ese gigantesco desbalance de 20 mil millones de dólares? La explicación es simple y tiene dos partes. Primero, los hechos demostraron que no fuimos capaces de competir con las importaciones extranjeras que inundaron al país en una suma enorme, y segundo, que Colombia no logró encontrar productos con los cuales avanzar en el mercado internacional y que compensaran en algo las pérdidas que sufríamos con las importaciones. Eso es en resumen lo que ocurrió. No pudimos competir con lo que nos estaba inundando ni fuimos capaces de vender más en el exterior en la proporción en que era necesario. En conclusión, no conseguimos competir ni aquí ni allá.
¿Por qué no fuimos competitivos ni aquí ni allá, no solo en el agro sino también en la industria? En el caso del agro, vimos desaparecer unas 800 mil hectáreas de cultivos transitorios, incluso peor, porque el gobierno habla de 1.230.000 hectáreas, incluidas 200 mil de café, y tomen nota del café, un cultivo tropical del que vamos a hablar más de una vez en esta intervención. Y en el caso de la industria, sorpréndanse ustedes, senadores, las pérdidas fueron aún mayores. Habría que preguntarle a don Luis Carlos Villegas, el presidente de la ANDI, por qué los colombianos no saben que en esta etapa la industria sufrió pérdidas mayores que las del agro, cuando toda Colombia sí sabe de las inmensas pérdidas del agro en centenares de miles de empleos, mayor pobreza, etcétera, todas cuestiones suficientemente conocidas por los colombianos.
¿Por qué Colombia no pudo competir? En el caso del agro la explicación es simple. Si comparamos el sector agropecuario colombiano con el sector agropecuario norteamericano, la diferencia es tan palmaria como esta: en Estados Unidos hay un tractor por cada uno y medio trabajador. En Colombia, por cada tractor hay 150 trabajadores. En ese solo indicador, la mecanización de la actividad es en Estados Unidos es 100 veces más poderosa que en el sector agropecuario nacional. ¿Y esto sucede porque los gringos son más inteligentes y más despiertos que nosotros? No. Sucede como la lógica secuencia de casi un siglo de subsidios acumulados en beneficio de los empresarios. Sucede porque el respaldo del Estado a la economía agrícola es en ese país absolutamente descomunal. Contados todos los aspectos, el total de las transferencias con las cuales el Estado norteamericano subsidia al agro ascienden a más de 71 mil doscientos millones de dólares al año, según cifras del Ministerio de Agricultura de Colombia. Grábense la cifra, 71 mil doscientos millones de dólares al año. En cambio, si se suma todo el respaldo de Colombia al sector agropecuario, incluidos los aranceles puestos en términos de dinero, que son nuestro principal instrumento de protección, el gobierno respalda a nuestros agricultores con mil ciento cuarenta y tres millones de dólares. Luego es apenas obvio entender que ésa es una batalla de una desigualdad tal que ya nos arrebató en esta etapa lo que he mencionado.
Si uno observa la relación entre los costos de producción de Estados Unidos y los precios internacionales se encuentra que los costos de producción superan los precios de venta internacional en los siguientes porcentajes: azúcar, en 80%; arroz paddy, en 87%; leche líquida, en 128%; algodón, en 106%; trigo, en 73; sorgo, 83; cebada, 106. El hecho evidente es que Estados Unidos ha logrado separar del precio internacional el precio que recibe el productor y, en esas condiciones, nuestros agricultores no pueden competir. En el caso del arroz, por ejemplo, estudios del Ministerio de Agricultura de Colombia señalan que, en comparación con Estados Unidos, Colombia es capaz de producir a costos inferiores, pero que los cultivadores colombianos no pueden competir con los subsidios. A precios inferiores, senador Gómez Gallo, a pesar de que, ojo con este dato, el costo de los agroquímicos en Colombia duplica el de los agroquímicos que consumen los agricultores norteamericanos.
Mencionemos de nuevo el caso del café, que ha perdido más de 200 mil hectáreas. La hambruna que hay en las zonas cafeteras es indescriptible. ¿Cómo se explica? Se explica porque desde cuando los gringos rompieron el pacto internacional del café, las trasnacionales fijan los precios como les viene en gana. Se fueron a estimular las siembras en los países más pobres de la tierra, y estamos recibiendo por el café la mitad de lo que recibíamos antes de que empezara la ofensiva neoliberal. Insisto en el café, producto tropical por excelencia, y como vamos a ver más adelante, especializarnos en productos tropicales es lo que nos proponen los hommes y los boteros.
¿Por qué queda agro en Colombia? Es una pregunta clave. Agro queda en Colombia porque en el año 1994, ante la destrucción que venía dándose, el gobierno nacional tuvo que dar un paso atrás y establecer un sistema de franja de precios que creó aranceles de protección. Y hoy, senadores y colombianos, y ¡ojo!, que esto es muy importante, el agro nacional tiene todavía aranceles de protección superiores en promedio al 70%. Luego nuestro agro existe porque hay aranceles de ese calibre. Les voy a mencionar los más altos de la última década en el peor momento en la competitividad nacional: carne de cerdo, 75% de arancel a las importaciones; trozos de pollo, 184%; leche entera, 70%; trigo, 48; cebada, 38; maíz amarillo, 65; arroz, 82; soya, 56; sorgo, 70; aceite de palma, 105; aceite de soya, 97; azúcar crudo, 106; carne de res, atérrense ustedes, 80% de arancel a la importación; pescado, 20%; huevo, 20%; papa, 15; fríjol, 60; café, 10%. Quiero insistir en esta idea que es simple y a la vez fundamental: buena parte de nuestro agro subsiste hoy gracias al poderoso instrumento de protección que son los aranceles a las importaciones, que al encarecer los productos extranjeros, permiten que nuestro agro sobreviva. Sin embargo, y a pesar de la protección, la destrucción prosigue. Acaba de autorizar el gobierno de Álvaro Uribe una importación de 190 mil toneladas de arroz que hubieran podido producirse en Colombia. Atérrense ustedes, antioqueños que me escuchan, en el año 2001 Colombia importó 500 toneladas de fríjol, y el año pasado se importaron 80 mil toneladas de fríjol, según cifras del Ministerio de Comercio, lo que prueba que en secreto se viene borrando del mapa la producción de fríjol nacional.
¿Cuál es el propósito de Estados Unidos en los acuerdos, sean en el Alca o en el TLC? Lo confiesa con entera franqueza Robert Zoellick, el jefe de la negociación. Estos acuerdos, dice él, “abrirán los mercados de América Latina y el Caribe a las empresas y agricultores de Estados Unidos al eliminar las barreras al comercio, a las inversiones y a los servicios”. O sea, los gringos vienen por todo. Vienen por la lana, por el telar y por la que teje. ¿Por qué está metida Colombia en semejante pantanero? El presidente de la SAC, el año pasado o antepasado, no recuerdo bien, le mandó al doctor Botero una carta, en la cual, cuenta el presidente de la SAC, “el señor Ministro de Hacienda indicó que de querer garantizar recursos de financiamiento externo por parte de entidades internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el BID, se requería desmontar la protección al sector agropecuario ante la fuerte presión de estos organismos al respecto”. Aquí, como en la apertura del 90, estamos siendo llevado de la ternilla por las agencias internacionales de crédito mediante una especie de extorsión de cuello blanco, que chantajea a Colombia amenazándola: o entrega hasta la camisa o no le prestamos más plata, en un país donde la minoría gobernante, como los drogadictos, es adicta al crédito externo, porque sin él no lograrían hacer buena parte de sus negocios.
Ante las circunstancias que acabo de explicar en detalle, algunos insistimos en que esto no puede terminar bien y el gobierno se obstina en decir que sí, porque vamos a negociar muy bien. ¿Por qué no pueden negociar bien? Primero, porque ya están tomadas unas decisiones fundamentales que lo impiden. En el caso del agro y de la industria, que es a lo que me estoy refiriendo principalmente, ya está acordado que en el plazo que se pacte habrá aranceles de cero por ciento para todos los productos. Y si el país conserva aún los aranceles que he leído, bastante altos, y ya está acordado que los aranceles van a llegar al cero por ciento, es fácil entender que la negociación se limita, senadores y colombianos, a establecer el orden de la quiebra, quién se quebrará en 2006, quién en 2008, quién en 2010 y los ganadores se quebraran por ahí a la altura del año 2015. Pero que no se hagan ilusiones los agricultores pensando que el arancel se lo van a mantenerse en 60, 70 u 80%, y solo en el año séptimo, octavo o décimo se lo ponen en cero por ciento. No. Se empieza a desgravar año por año y, como los aranceles son tan altos, la gente se empezará a quebrar y a desgranar en el segundo año, en el tercer año, en el quinto y los máximos sobrevivientes caerán más tarde. También está ya decidido, senadores y colombianos, algo que no va a estar en negociación. Los gringos han establecido, y el gobierno de Colombia ya aceptó, que el tema de los subsidios –llamado por los norteamericanos ayudas internas pero que finalmente son subsidios– ni siquiera será puesto sobre la mesa, porque los gringos dicen que eso sólo lo tratan ellos en la Organización Mundial de Comercio. En el sentido práctico las cosas, lo anterior quiere decir que, en el mejor de los casos, yéndonos a la perfección, arrebatándole a Estados Unidos todas las ayudas externas, sus subsidios bajarán de 71 mil millones a 54 mil millones de dólares. Y como nosotros sí vamos entregar la totalidad del respaldo relacionado con aranceles, bajaremos la protección de mil ciento cuarenta y tres millones de dólares a tan solo 261 millones de dólares. La ventaja que hoy nos tiene Estados Unidos en respaldo del Estado a sus productores es de 62 a 1, es decir, de 71 mil millones a 1.143. Con lo que se va a imponer vamos a quedar en una diferencia de 209 veces a una. Por eso es que he venido afirmando que la negociación consiste que nos meten en el mismo ring con los gringos, ellos con una ametralladora y nosotros con una navajita. Y la negociación consiste en que ellos le van a aumentar el calibre a la ametralladora, mientras que a nosotros nos quitan la navajita. Es con cifras, doctor Botero, como estamos hablando.
¿Por qué tampoco se pueda negociar bien? Porque allá, a diferencia de Colombia, el Congreso llenó de condiciones la negociación y el señor Zoellick no se puede salir del cartabón que le impusieron los congresistas, mientras que aquí, para tragedia nuestra, senadores, fuimos absolutamente excluidos de la negociación, y el doctor Botero y el doctor Uribe Vélez tienen derecho a negociar lo que se les dé la gana. Espero, señor ministro, que no esté también sometido a discusión si se mantiene la estatua de Bolívar en la plaza o se va a terminar poniendo una de Abraham Lincoln o de George Washington.
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Quienes representan a Colombia no distinguen entre el interés nacional y el interés extranjero. Asinfar, el gremio de la farmacéutica nacional, ha interpuesto incluso demandas ante los tribunales protestando porque a las reuniones privadas en las cuales Colombia fija su estrategia de negociación, asisten en manada los abogados de las trasnacionales que operan en Colombia. Y en un debate en la Comisión Quinta yo le pedí, por favor, doctor Botero, sepáreme, entre las empresas que importan y exportan en Colombia, las que sean del capital extranjero y las del capital nacional para poder saber cuál es la lógica de esto. ¿Y saben qué me contestó el doctor Botero? Que el Ministerio no tenía esas cifras, porque el Ministerio no distinguía a la hora de sus análisis empresariales entre las extranjeras y las nacionales. Entonces, me pregunto: si esto es un negocio con el capital extranjero, una contradicción con el capital extranjero, ¿cómo hace el gobierno de Colombia para definir su posición si ni siquiera sabe quiénes de los que están en la mesa son gringos y quiénes colombianos y qué interés está representando cada sector? Y vimos también el caso reciente del proyecto de ley presentado por el senador Rivera y por otros senadores de la República que con justeza buscaba ponerle algún tipo de control a la capacidad de negociación del gobierno nacional, proyecto de ley vetado por presidente de la República y por el ministro Botero, porque les parece una injerencia indebida del Congreso en los asuntos que supuestamente le competen al Ejecutivo.
Por las anteriores consideraciones, senadores y colombianos, estoy seguro de que esto no va a terminar bien. Sin embargo, habrá que dejar que el tiempo pase. Llegará la hora de nona, doctor Botero, el día en que se acaben los cuentos y las historias sobre las capacidades del equipito de negociación que han conformado, y veremos a que le pondrán la rúbrica. Y ese día, aquí en el Senado de la República, acuérdense ustedes de mí, me levantaré a afirmar prácticamente lo mismo que estoy diciendo ahora, porque sabemos por dónde va el agua al molino.
Pero hasta las propias cifras del gobierno nacional revelan lo que va a pasar. Hay un solo estudio del Departamento de Planeación, publicado a mediados del año pasado. Señala que en el caso de TLC, las importaciones subirán 11,92% y las exportaciones solo 6,44%. Luego lo que queda claro es que las importaciones van a duplicar las exportaciones. Porque es que venirle a uno a echar el cuento de que estos pigmeos que representan al empresariado colombiano van a competir en condiciones de igualdad con los magnates norteamericanos es creerlo a uno muy provinciano o muy descolocado de lo que pasa en el planeta. Repito, Planeación admite que lo exportado aumentará la mitad de lo importado. Es decir, se repetirá la historia de estos catorce años. Planeación anota además, y esto llama poderosamente la atención, que la vida de los colombianos mejorará en 0,79%, ¡ni siquiera en el 1%! Meter al país en un riesgo de este calibre, ¡para que la vida de los colombianos mejore en menos del 1%! Qué tal irnos mañana para Ciudad Bolívar usted y yo, doctor Botero, y decirles usted a los cientos de miles de habitantes que se mueren de hambre allá en esas lomas, tranquilos, muchachos, que la vida les va a mejorar en el 1%.
Después de leer el documento, a mí me asaltó la inquietud: cómo es posible que Planeación –y ojo, senadores, que sin esto no se descifra qué es lo que pasará– afirme que las importaciones van a doblar las exportaciones y agregue acto seguido que se va a mejorar la vida de la gente. Entonces, cuando uno mira las conclusiones del documento, se encuentra esto: que “si se tiene en cuenta la inversión extranjera en servicios, las ganancias son evidentes”. Y se desprende de algo que es obvio según sus propias cifras, y es que en sectores distintos al de servicios, o sea, agro e industria, nos van a quebrar. Las ganancias van a estar en que el capital extranjero se va a tomar el sector de los servicios, es decir, telecomunicaciones, finanzas, salud, educación, infraestructura, etc., exactamente lo mismo que ha venido pasando en estos últimos catorce años. Lo que resumo diciendo: lo que no perdemos con las importaciones que nos avasallan y nos quiebran, lo perderemos por la vía de que el capital extranjero se lo tomará mediante inversiones descomunales con las cuales nuestro empresariado no puede competir.
¿Qué pasará en el caso del agro? El Ministerio de Agricultura de Colombia, en un estudio dirigido por el doctor Luis Jorge Garay, a quien nadie podrá acusar de ser de la oposición, señala que si bajan los precios al productor en 30%, suceso bien posible, se perderán 168 mil hectáreas de plátano, 134 mil hectáreas de arroz, 98 mil hectáreas de palma africana, 42 mil hectáreas de caña de azúcar, 89 mil hectáreas de maíz. Si se logra lo que los gringos quieren, que es avasallarnos de manera absoluta, las pérdidas en cultivos transitorios serían de 1.500.000 hectáreas y 457 mil empleos. Y en cultivos permanentes, de 557 mil hectáreas y 430 mil empleos. No es poco lo que está en juego, porque ya se acordó que los aranceles serán de 0%. Lo único que discuten ambas partes es a quién le dan en la nuca primero y, por supuesto, va a ser como en la apertura del noventa, que les van a dar primero a los más pobres. En cambio, a algunos sectores de una pequeña oligarquía agraria que puede haber en Colombia, ya lo he notado, doctor Botero, los van a tratar con algunas consideraciones. Se arriesgan también 6 millones de litros de leche al día, 560 mil toneladas de carne de cerdo, 47 millones de docenas de huevos, 92 millones de libras de pollo. Que los dueños de reses no se hagan ilusiones. Hoy en México, donde el TLC lo aplican hace más de diez años, se importa más del 38% de la carne de res que consumen los mexicanos. Y el arancel en Colombia a la carne de res es de 80%.
El café también se ve en peligro. Hoy en Colombia está prohibido importar café verde. Colombia es hoy el país más costoso del continente en producción de café y recordemos que por aquel mecanismo de la nación más favorecida, lo que firmemos con los gringos lo terminamos firmando con quien firmen los gringos. Y ya en el caso de Mercosur, quedan abiertas graves amenazas contra el sector agropecuario nacional. Pero además, el arancel al café tostado es del 20%, y sepan ustedes que Estados Unidos exporta más café tostado que Colombia, reexportando cafés vietnamitas y otros parecidos. Se amenaza también la existencia del Fondo Nacional del Café, porque está señalado en este tipo de lógica que eso son monopolios estatales indeseables y si se acaba el Fondo Nacional del Café, se acaban las cooperativas de caficultores y, con ellas, el precio de sustentación. En estos catorce años, senadores de las zonas cafeteras, las exportaciones institucionales han disminuido en materia gravísima. Hoy las trasnacionales ya exportan el 70% del café que se exporta desde Colombia, cuando hace quince años exportaban apenas la mitad de esa cantidad.
Además, el doctor Botero, en la entrevista en la que se destapó y que intentó ponerse unas cuantas hojitas de parra, que francamente no le cubren la desnudez, dijo que esto era muy bueno, porque así íbamos a comprar comida barata. No es cierto. Lo que muestra la experiencia mexicana es que los productos baratos lo son para quebrar al productor y sacarlo del ring, pero que no le llegan baratos al consumidor final, porque los monopolios que hacen esas importaciones y que a su vez son los intermediarios y se están tomando el sector de alimentos procesados son las que se quedan con la ganancia. El estudio de Luis Jorge Garay para el Ministerio de Agricultura de Colombia concluye lo mismo: la experiencia de los últimos catorce años señala que al consumidor no le baja el precio. Y no le va a bajar, además, porque la eliminación de los aranceles a las importaciones implicará un costo fiscal, según Planeación, de 590 millones de dólares. Es obvio entonces, como ya ocurrió en Chile, que más se demoran en aprobar el TLC que en verse obligados a imponer una nueva reforma tributaria. Habrá más IVA a los consumidores colombianos, para poder compensar lo que se va a perder por la vía de los aranceles. ¿A qué es entonces a lo que vamos a pasar? A uno de los aspectos más antidemocráticos y detestables de esta política. Vamos a pasar de los aranceles existentes, gravámenes que afectan a la población, es cierto, pero que tienen el aspecto positivo de que protegen la producción nacional y el empleo, a unos gravámenes que benefician a los productores extranjeros, porque precisamente la modificación de los impuestos apunta a que sean ellos los que puedan hacer esa exportación de alimentos.
¿Qué es entonces lo que nos recomiendan que haga el sector agropecuario? Lo han dicho en todos los tonos. El señor Hommes, y no olvidemos que le habla al oído al presidente de la República, ha escrito en el periódico El Tiempo que hay que “aprovechar los subsidios que otorgan a su agro los países ricos”, tal cual lo acaba de afirmar el doctor Botero, que no tiene sentido producir trigo”, y “lo mismo es cierto para la mayoría de los cereales y los granos”, que “lo que no producimos a un precio razonable lo deberíamos dejar importar”, y estoy citando textualmente. Que todo esto que se pierda se reemplazaría con “otras cosechas que no se dan en los países ricos de clima templado”, como palma africana –ignorante, porque será quebrada por la soya–, espárragos, palmitos, ñame, hortalizas, caucho, frutas, plátano y caña –ignorante también, porque lo cierto es que no puede competir–. ¿Qué es, en resumen, lo que nos dice Hommes? Que hay que especializarse en lo que los expertos llaman cultivos tropicales, aquellos que por causa del clima no se producen en Estados Unidos. En esto Hommes no innova nada. Es lo mismo que dice el Plan Colombia. Si ustedes miran la parte agraria del Plan Colombia, hay un párrafo cuya primera parte anota que no podemos competir, y la segunda, que hay que especializarse en cultivos tropicales. No he encontrado un acuerdo más leonino que este que intenta Estados Unidos contra Colombia. ¿Qué es lo que nos están proponiendo? Que ellos renuncian a cultivar lo que el clima no les deja producir y que en cambio nosotros renunciemos a producir lo que el clima sí nos deja cultivar. Porque nosotros, por fortuna, tenemos climas en los que podemos trabajar en todos los sectores.
Pero Hommes va más allá. En estos días escribió que “afirmar que es nocivo que el país importe 9, 10 u 11 millones de toneladas de alimentos –estamos en seis, senadores–, sin entender que ello no quiere decir nada, corresponde a una visión del campo, de la agricultura y del desarrollo económico más propia de generaciones anteriores que de la nuestra”. ¿Y saben cuál es el gran argumento que da contra el proyecto de ley espejo del cual hablaba ahora? Aduce que “el proyecto le otorga mucho valor a la ocupación rural. Que resulta sumamente extraño, dice Hommes, que se adopte como objetivo de la política económica la maximización de la ocupación en el campo, cuando ya más del 70% de la población vive en las ciudades”. ¡Qué tal el personaje! ¡Que hay que acabar con el campo porque el 70% de la población vive en las ciudades!
¿Cuál es el problema que enfrentamos con los cultivos tropicales? Que los principales, el café y el banano, ya no hay a quién vendérselos. ¡Qué le vamos a hacer! No hay a quién clavarle ni un grano de café, ni una flor, ni un banano más. Y en otros que se han venido descubriendo ahora con grandes perspectivas, dicen ellos, como el chontaduro, el borojó y la pitaya, el problema es que ni los gringos ni los japoneses quieren comerse una sola pepa de esas, doctor Botero, luego ahí se está planteando una falsa alternativa. Vale la pena detenerse en el caso de la pitaya, que se presenta como la gran salvación para el país: ¡un laxante! Colombia sería el primer país del mundo que montara una estrategia de desarrollo a partir de un laxante.
Pero si la estrategia fuera factible y lográramos avanzar en el sector de los tropicales, a lo que no me opongo, esto no resolvería la masacre que se daría en los demás sectores, porque es obvio que no se pueden pasar las 400 mil hectáreas de arroz a cultivos de uchuvas o de pitayas, ni sustituir la papa por uchuvas, ni el maíz por borojó. Luego esa sustitución se daría, ministro, en medio de una masacre económica y social de proporciones inconmensurables.
Pero además, la especialización en tropicales le arrebata a Colombia la seguridad alimentaria o la soberanía alimentaria nacional, concepto clave en el debate, que ojalá entendamos cabalmente. Lo voy a explicar con una cita del presidente George Bush, quien hace un par de años fue perentorio sobre el tema: “¿Es importante para nuestra nación cultivar alimentos, alimentar a nuestra población? ¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar a su población? Sería una nación expuesta a presiones internacionales, sería una nación vulnerable. Por eso cuando hablamos de la agricultura norteamericana, en realidad hablamos de una cuestión de seguridad nacional”. ¿Qué es lo que nos están mostrando los gringos? Que ellos, así tengan todo tipo de actitudes imperialistas absolutamente repudiables, son un país serio. Y ningún país serio va a aceptar que la comida de su nación se produzca en el extranjero para que el día de mañana le monten un chantaje por accidentes, o por una erupción de un volcán, o por una huelga en un puerto, o por un desastre marítimo que impida que la comida llegue. Ahí está resumido el concepto de la seguridad alimentaria. Y deja como necios a quienes creen que van a inundar a Estados Unidos de comida arrebatándoles su seguridad alimentaria. No, eso no va a suceder bajo ninguna consideración. Ni Estados Unidos ni Europa dejarán de producir la dieta de sus habitantes. Nos comprarán pitayas, uchuvas, nísperos. Pero dejar de producir la dieta básica de su nación, ¡imposible! He aquí el as que esconde Estados Unidos en la manga para obstinarse en que no baja sus subsidios, el as que oculta Estados Unidos para retar, aquí no hay nada que hacer, este tema no lo dejamos ni tocar, porque es un problema de la seguridad nacional del imperio norteamericano. Esa es la posición de los gringos.
¿Cuál es la posición del doctor Botero, jefe de la negociación de Colombia, quien, se supone, nos representa? Hace unos días, el abril 21, escribió en La República un artículo, que ojalá leyera cada senador y cada colombiano, en que anotaba que Colombia no podía aplicar el concepto de seguridad y soberanía alimentarias, que eso era problema de los gringos allá, pero que aquí no lo íbamos a llevar a la práctica. Fue incluso más allá. Puso como ejemplo de lo que debe hacer Colombia a los 63 países más pobres del mundo, arguyendo que 48 de ellos son importadores netos de alimentos. Destacó como ejemplo a Burkina Fasso, un país cuya renta, según él mismo lo señala, solo es 11% la colombiana. Y concluyó que el interés de estos países consiste, “no en producir más alimentos, sino en obtener buenos precios en los mercados internacionales para sus materias primas agrícolas”. En otras palabras, la misma figura de la especialización en tropicales. Vendamos uchuvas, banano, borojó, y con eso compremos el arroz, el maíz, el trigo, la cebada, el aceite, la leche, el pollo, el huevo, o vendamos carbón, petróleo, etc., y con esto vamos a adquirir la dieta básica en el exterior, negando el concepto mismo de seguridad alimentaria. La última frase del artículo escrito por el doctor Botero reza: “No tiene sentido la autosuficiencia alimentaria, que es lo que pretendía demostrar”. Por supuesto que no lo demostró, doctor Botero, porque en su artículo quedó claro que, aun cuando en el mundo pueda haber comida suficiente para alimentar a toda la población, la historia de la humanidad, empezando por el sitio de Cartagena, demuestra que así uno disponga del dinero con que comprar la comida no siempre tiene acceso a ella, porque quien la guarda, por una u otra razón, se la niega.
¿Cómo puede terminar bien una negociación en la cual el gobierno de Colombia se niega a tomar el principal argumento de la contraparte, cuando lo único que habría que hacer en este caso es que, cuando los gringos esgriman la defensa de la seguridad alimentaria, Colombia se le apunte a esa misma teoría y se acabó. No hay nada más de que hablar, que en buena medida fue lo que hizo Brasil. Los brasileños rompen o dificultan la negociación del ALCA porque les dicen a los gringos: si el problema de los subsidios solo lo van a negociar ustedes en la OMC y no en el tratado de libre comercio, pues entonces nosotros planteamos que nuestros aranceles también se negocian únicamente en la OMC y no en el tratado de libre comercio.
El Tratado no sólo afecta al agro y a la industria. Llamo la atención sobre las drogas y la farmacéutica. Allí hay una amenaza inmensa. Nos subirá a los colombianos el precio de las drogas en 770 millones de dólares al año, si se hace lo que los gringos quieren. Las pérdidas en los demás sectores van a ser descomunales. Concluyo entonces haciendo mención de un par de puntos más. En buena medida, quienes defienden el TLC lo hacen cada vez más, como se dice, en rines, con mayor dificultad, porque a medida que se avanza en el estudio, va quedando más en claro qué es lo que va a pasar.
Ha venido subiendo con mucha fuerza la posición que le leí a la SAC, en este mismo recinto, la de la inevitabilidad. Que como les debemos mucha plata a los gringos, que como ellos manejan el Fondo Monetario Internacional, que como el Plan Colombia, etcétera, entonces les tenemos que decir sí. Se trata de un argumento terriblemente endeble, como si a uno trataran de decirle que como el país es un desastre, hay que tomar medidas todavía más desastrosas para que termine de hundirse hasta el fondo. La tesis lleva implícita además una carga ideológica que hay que señalarla con franqueza: el argumento de la inevitabilidad es por supuesto, a todas luces, el argumento de Estados Unidos. Es el que a ellos les sirve. Personalmente, no creo que el neoliberalismo haya fracasado. Ha fracasado si se ve como una política para defender los intereses nacionales de Colombia. Pero nunca se planteó así, sino como una política para defender el interés de Estados Unidos, y en tal sentido es obvio que el neoliberalismo ha sido un éxito. Nos llenaron de todo tipo de importaciones, ellos a nosotros, nos sobrecargaron de deuda externa y se tomaron las mejores empresas. A nadie extraña entonces que estén contentos y que quieran más de lo mismo. La pregunta del millón es por qué hay tanta fuerza en el alto gobierno de Colombia en favor de esta política. Lo explicaba en el periódico La República el doctor Mariano Ospina Hernández, hijo del ex presidente Ospina Pérez y distinguido dirigente del Partido Conservador, con una figura. Decía el doctor Ospina Hernández que esto del TLC es una “pelea de toche con guayaba madura” y que el problema es que dentro de la guayaba colombiana trabajan algunos para el toche norteamericano. Yo también debo reconocer que aquí hay gente que por razones de fanatismo ideológico sale en defensa del Tratado. Por convicciones ideológicas, a mi juicio, fanáticas y en cierto sentido enfermizas, pues chocan con la realidad. Pero esas posiciones enfermizas hace tiempo estarían enterradas si no fuera porque tienen detrás el poder del imperio y el poder de quienes en Colombia se lucran de las acciones del imperio o por lo menos han logrado esquivar algunas de sus peores consecuencias.
Nosotros llamamos a decir no y a oponernos. El TLC no es un proyecto de integración económica, senadores, sino un proyecto de anexión de la enclenque economía colombiana por parte de la todopoderosa economía norteamericana. Es lo que un especialista podría llamar el clásico proceso de recolonización imperialista, en el cual las relaciones de Colombia con Estados Unidos se parecen cada vez más a las que tuvimos con España, plagadas de desastres. La actual globalización reedita la globalización del colonialismo y los demócratas tenemos que repudiarla. Insisto entonces en que hay que profundizar el debate a lo largo y ancho del el país. Hay que exigirle al gobierno garantías democráticas para quienes nos estamos oponiendo. Hay que llamar a todos los demócratas y patriotas de Colombia, desde el indígena, el campesino y el jornalero más pobre hasta el empresario más encopetado que vaya a ser arruinado o que abrigue sentimientos patrióticos, a unirnos en la idea de decirle No al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, porque no le conviene al interés nacional.
Es posible que nos derroten, porque estamos desafiando fuerzas poderosas, pero la derrota en las luchas en las que uno lleva la razón no deben avergonzarnos. Que nos derroten en la lucha, pero dejemos la constancia para la historia de que hubo en Colombia unos que advertimos sobre lo que iba a suceder.
Finalizo haciéndole un reto al gobierno nacional, doctor Botero, y al propio presidente de la República, a él que le gustan tanto los referendos, porque con el entusiasmo que lo vimos en el anterior uno concluye que es fanático, así como de otras cosas. Le hacemos un reto público: convoquemos a un referendo nacional para que sean los 44 millones de colombianos los que decidan si el Tratado debe firmarse o no, que el pueblo tome la decisión final. Esto no le cambiaría la naturaleza antidemocrática al referendo. Estoy seguro que Uribe lo manipularía como el anterior. Pero es tanta la razón que nos asiste, tan creciente el número colombianos que entienden mejor el interés comprometido y que se vienen oponiendo, que nos podemos dar el lujo de ofrecerle esa gabela al doctor Uribe Vélez. La propuesta se la hago de manera formal, señor ministro. Que este tratado, a mi juicio la amenaza más grande que haya sufrido esta nación desde 1819, se resuelva con referendo, en una campaña nacional de debate, discusión académica, libros, artículos, desde diferentes puntos de vista, para que cada colombiano decida si está o no de acuerdo con el TLC.
Por último, señor presidente, le voy a dejar mi carta de renuncia a la comisión accidental de congresistas que usted nombró para actuar en lo que se llama “el cuarto de al lado”. En la carta, en el primer párrafo le agradezco al doctor Germán Vargas Lleras que haya tenido la amabilidad de nombrarme en la comisión accidental, pero es apenas obvio que quien tiene un punto de vista como éste, no tiene absolutamente nada que hacer en “el cuarto de al lado”. Porque lo único que haría Jorge Enrique Robledo en “el cuarto de al lado” es crear la falsa impresión de que estamos en un proceso democrático, crear la falsa impresión de que de verdad se le está consultando a la nación, crear la falsa impresión de que nos va a ir bien. Prefiero entonces quedarme en el desierto que participar en algo que no pasa de ser una maniobra astuta para crear la impresión de que el Congreso viene participando, cuando todos sabemos que a este Congreso le ha sido negada casi de manera absoluta la participación y la decisión en los asuntos atinentes al Tratado. Porque, doctor Botero, participar no consiste en que usted muy amablemente venga por aquí cada vez que lo llamen, repita su disco rayado, porque lo tiene sin cuidado lo que aquí se debata y después allá, en privado, tomen las decisiones que sabemos que están tomando y que muy seguramente van a tomar.
Réplica del senador Robledo y conclusiones del debate
Aquí pueden ustedes apelar a la retórica que quieran sobre la creatividad, la autoestima y todas esas cosas, que esos mismos discursos los oímos en 1990. Míster Hommes y compañía echaron mucha carreta al respecto. Y los hechos, senadores, que son tozudos, demuestran que nuestra balanza comercial sufrió pérdidas por 20 mil millones de dólares y, según la Cepal, por 30 mil millones. ¿Qué prueba lo anterior en forma incontrovertible? Que no fuimos capaces de competir con lo que entraba y ni capaces tampoco de aumentar las exportaciones en la proporción requerida. Son los hechos tozudos frente a los que no valen los cursos de autoestima y esas cosas que se han venido dictando en los últimos 14 años. Hay unos cuantos colombianos, muy pocos, que se enriquecieron en el proceso, mientras que el conjunto de la nación se sumió en los niveles de desempleo y miseria más grandes de la historia de la República.
El segundo aspecto que mencionaré es que usted, señor ministro, se intenta desmontar en el asunto del trigo con su frase de “mil y mil gracias por los subsidios”, pero no lo logra por dos razones. La primera, porque lo único que hay especial con el trigo es que decidieron quebrarlo antes que el resto del sector agropecuario. El trigo empezó Colombia a perderlo desde 1960, cuando Estados Unidos, aplicando su política de excedentes agrícolas y a cambio de créditos, nos impuso empezar a desprotegerlo, puntillazo que se le va a dar con el TLC al resto del sector agropecuario. Y lo segundo, que esa lógica de “gracias, mil gracias” por las cosas que se consiguen más baratas en el exterior, cuando se le aplique al resto del sector agropecuario, se va a hacer aplaudiendo al mismo tiempo el desaparecimiento del arroz, el maíz, el pollo, el huevo, etcétera, que se consiguen más baratos en el exterior.
Tampoco le resulta intentar desmontar el tema clave de la seguridad alimentaria con el supuesto gran argumento de que yo coincido con el presidente George Bush en la lógica del análisis. Y es cierto que coincido con él, porque sería estúpido que asumiera como conducta no poder coincidir con una u otra determinada persona. El día que usted diga algo acertado, señor ministro, voy a coincidir con usted, por eso no preocupe. Pero sí me llama la atención que quienes en todo han sido tan seguidistas de las ideas de los gringos, el día que aparece una sola idea de un presidente gringo que le sirve a Colombia para salvar su agro, ese día se abstienen de apoyarlo y hagan una excepción con respecto al pensamiento de los mandatarios norteamericanos.
En torno a los negociadores colombianos, voy a explicar algo distinto, para no meternos en la discusión de si es un equipito o un equipazo, si ha sembrado la risa o el terror en las filas de los negociadores norteamericanos. El problema más grave que padece el equipo negociador de Colombia es que el jefe del equipo es el doctor Álvaro Uribe Vélez, tan sumiso a los puntos de vista norteamericanos, que fue capaz de apoyar la invasión a Irak, mientras que el jefe de la negociación norteamericana es el señor George Bush. Entonces no creo que pueda salir bien una negociación en la que por un lado está el ídolo y por el otro el idólatra.
Con respecto a que no vamos para aranceles de cero por ciento, usted sabe ministro que sí. Que cuando mucho habrá, como usted mismo dijo, alguna o algunas exclusiones, excepciones a uno u otro producto y ya advertí cuál sería, probablemente aquel que le interese a alguno de los sectores de mayor músculo financiero en el país, pero por sobre todo, aquel sector, y acuérdese de mí que así va a ser, que les interese a los norteamericanos excluir. El mismo criterio con el que, en términos generales, han manejado las demás negociaciones en el continente.
Eso de poner a China como ejemplo es una de las cosas más repudiables de la política neoliberal. Se pretende que todos los países del mundo actúen con el mismo rasero y hagan lo mismo. Que un país de mil doscientos millones de habitantes debe imitar a otro de 45 millones o a un país como Haití. Si se quisiera un solo argumento para probar que la política neoliberal de escala global es un despropósito es el hecho de que le aplica criterios y políticas exactamente iguales a países profundamente diferentes entre sí. Obvio que lo sensato sería que cada país o cada grupo de países de condiciones similares siguieran políticas diferentes. Lo de China me sirve de ejemplo pero de otra manera, y es la transformación de esa gran nación en el siglo XX, después que en 1949 conquistaron la soberanía para tomar las decisiones como a ellos les convinieran, mientras que en nuestro país lo que tenemos es la pérdida de la soberanía nacional. Son los gringos los que definen el destino de Colombia. Además, ni China, ni Corea, ni Malasia, ni India, grandes exportadores a Estados Unidos, han suscrito TLC con Estados Unidos, lo que prueba que es falaz afirmar que para poder exportarle en grande a Estados Unidos, o a cualquier otro país, haya que tener un TLC suscrito.
También es falaz la afirmación de que los países desarrollan exportando. Colombia exporta cerca del doble de lo que exportan Japón y Estados Unidos con respecto a su Producto Interno Bruto. Nosotros tenemos exportaciones del orden del 16 ó 18%, y ellos más o menos la mitad. Y uno encuentra países infinitamente pobres en el África que exportan el 97% de su Producto Interno Bruto, y esperemos que no suceda como el caso de Burkina Faso, que usted nos los ponga como ejemplo del camino que debe seguir la nación colombiana en su desarrollo.
Por último se dice que no hay propuestas. Sí las hay. Nuestra propuesta es fortalecer el mercado interno como aspecto fundamental del desarrollo nacional y que las exportaciones jueguen un papel complementario. Porque esta es la única política democrática, senadores y colombianos. La política de fundamentar el desarrollo en las exportaciones rompe cualquier posibilidad de coincidencia entre el interés del capital y el interés del trabajo. La consolidación del mercado interno es lo que ha hecho progresar a los países avanzados del mundo, es lo único que tienen en común todos los países que se han desarrollado en el mundo. Porque si el trabajo de la nación no es el comprador de los productos que genera el capital sino que, como sucede con la estrategia de exportaciones, lo único que importa es que la mano de obra en nuestro país sea bien barata para poder colocar productos de exportación en el extranjero, se acaba generando una economía de enclave, en la que unos cuantos sectores se enriquecen, la minoría, otros pocos sobreviven y queda un resto de desechables que cada vez más languidecen en la miseria.
El otro aspecto es el asunto de la complementariedad. Usted lo dijo bien señor ministro, los gringos van a producir los bienes de capital y es así como nosotros vamos a tener las máquinas. Pero la complementariedad va más allá. Ellos se quedan produciendo la dieta básica la nación colombiana y nosotros con los tropicales. Ellos se quedan con la ciencia y nosotros con la brujería. Ellos con la riqueza y nosotros con la pobreza. Ellos con la soberanía nacional y nosotros con el colonialismo. Esa es la complementariedad que definitivamente se está desarrollando en el TLC.
Con respecto a lo que dijo el senador Pardo, digamos esto. A mí no sorprende que los trabajadores norteamericanos se opongan a este tipo de tratados, porque la estrategia global del neoliberalismo es una estrategia de empobrecimiento global, en todos los niveles y de todos los países. Entonces resulta apenas natural que los trabajadores norteamericanos se opongan a una estrategia que los empobrece lanzándolos al desempleo. Pero sea como sea, lo único que no podrá afirmar el doctor Rafael Pardo es que los empleos que se pierdan en Estados Unidos vienen para Colombia, porque volvemos a los hechos tozudos de los últimos catorce años, durante los cuales si algo ha aumentado en este país es el desempleo. Entonces venirnos a echar la retórica de que los empleos que se pierden en Estados Unidos se crean en Colombia, por supuesto que no corresponde con la realidad.
Habrá que seguir en el debate y, sobre todo, y aquí hago un llamado a los colombianos que nos están oyendo, seguir organizando la resistencia civil al TLC. Porque es evidente que aquí lo que está en juego son intereses contrapuestos. Me sostengo en que aquí se está supeditando el interés de la nación colombiana al interés norteamericano. Lo dije en una frase y lo dije por escrito y se la achaqué al ministro Botero, pues creo que en el fondo esa es su concepción. La teoría que está en boga es que “Colombia será feliz si, primero, hacemos felices a los gringos”. Pienso que este país nunca podrá salir adelante si no decide ser el sujeto de su propio destino, escribir su propia historia, tomar las determinaciones que le sean útiles, y en esas nuevas circunstancias de soberanía nacional, mantener relaciones económicas y de distinto orden con todos los países de la tierra, incluido Estados Unidos. Pero estas relaciones de mula y jinete, en donde nosotros somos la mula, ya las vivimos con España y, por supuesto, la historia de Colombia nos enseña que son relaciones que no conducen al desarrollo.
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Crisis fronteriza impulsaría el costo de vida en Cúcuta
Muchos bienes llegan de Venezuela, por eso es posible que la inflación continúe en ascenso, según el experto Mauricio Reina.
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Los precios relacionados a la vivienda fueron los que presentaron la mayor variación para Cúcuta y el área metropolitana en agosto, al ubicarse en 0,54%.
/ Foto: Archivo
La inflación en Cúcuta y el Área Metropolitana presentó una importante mejoría en el octavo mes del año, jalonada especialmente por los precios de la vivienda, la diversión y otros gastos.
El Índice de Precios del Consumidor (IPC), que mide el costo de los principales bienes y servicios de las familias del país, se ubicó en la capital nortesantanderana en 0,33%. La cifra representa un aumento de 0,28 puntos porcentuales en relación a agosto de 2014, cuando la inflación fue de 0,05.
En el informe entregado por el Departamento Nacional de Estadística (Dane), el IPC de Cúcuta se ubica 18 entre las 24 capitales incluidas en el estudio.
Los precios de la vivienda fueron los que presentaron la mayor variación (0,54%), seguida por el renglón de otros gastos (0,53%) y diversión (0,40%). En agosto, los costos de los alimentos, que normalmente lideran la tabla en Cúcuta, se ubicaron en el quinto lugar con un 0,29%.
El índice al alza
Con la frontera cerrada y teniendo en cuenta que son muchos los bienes que llegan de Venezuela al mercado local, la inflación continuará su ascenso en los próximos meses, explicó Mauricio Reina, economista afiliado al centro de Investigación, Económica y Social (Fedesarrollo).
De acuerdo con lo explicado por el experto, el golpe que genere en los precios la crisis fronteriza va a depender del tiempo que se extienda y de la escasez que se genere por la ausencia de los productos que llegaban del país vecino.
En este contexto, según algunos analistas locales, el sector que tendría las mayores variaciones sería el de alimentos, dada la dependencia de esos artículos venezolanos que persisten en la economía nortesantandereana.
Solo en las últimas semanas, los precios de la carne, el aguacate, el café, la mayonesa, los huevos y demás productos que provienen de Venezuela ya presentaron un aumento en los precios, incrementando el gasto de las familias.
Por su parte, la inflación nacional se ubicó en 0,48%.
jorge.rios@laopinion.com.co
Periodista económico del diario La Opinión
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