2. — El problema estructural en la Argentina
Muchas personas se preguntan: ¿qué pasa en el mundo que el interior de
los países se agita violentamente y el exterior se presenta cada día más
amenazador? Es que el mundo de nuestros días se encuentra abocado a la
solución de dos grandes problemas, de lo que depende en gran medida lo
que será el mundo del futuro.
1º) Los cambios estructurales a que nos viene impulsando la evolución
acelerada desde hace más de medio siglo, frente a la resistencia suicida de
una reacción tan contumaz como irreflexiva.
2º) La decadencia imperialista que ha comenzado ya marcadamente, con
síntomas tan elocuentes como los que presenciamos cada día.
La Historia prueba que ni los cambios estructurales en los países ni la caída
de los imperialismos se pueden realizar sin pelear. Ello explica en cierta
medida el estado actual del mundo, caracterizado por una lucha en el
interior de los países y el empeñamiento guerrero que viene amenazando
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todas las fronteras ligadas de una manera directa o indirecta a los intereses
de los imperialismos dominantes.
¿Por qué se lucha en todos los países? La respuesta es simple: la evolución
del mundo nos está llevando a cambios en lo político, en lo social, en lo
económico, en lo cultural, etc., que, en sus actuales formas, ya no resisten a
esa evolución que, invariablemente, llevan a una mejor satisfacción de las
necesidades del hombre. Precisamente, uno de los milagros del
Justicialismo, que algunos no han podido o no han querido comprender,
reside en haber realizado los cambios estructurales incruentamente a través
de una reforma racional, Y el desastre, que estos doce años han puesto en
tan terrible evidencia, ha sido producido precisamente por una reversión
inconsulta del sistema justicialista hacia formas que, ya perimidas por la
evolución, han conducido al más rotundo fracaso. Pero, lo que hay que
comprender, aun por sobre estas circunstancias, es que la lucha incruenta
de la reforma justicialista, ha sido seguida por una cruenta en la reversión
que intentaron y que es de esperar que el futuro nos ha de ofrecer también
una lucha, tal vez más cruenta aún, para reimplantar las nuevas estructuras.
La decadencia de los imperialismos se evidencia en todos sus actos. Todo
es a base de simulación e hipocresía, desde la "democracia" del "Mundo
Libre" hasta la solidaridad del comunismo soviético. Nada se hace sino por
procedimientos inconfesables, desde el asesinato de un Presidente hasta la
ocupación violenta de una pequeña república que no quiere entregar su
azúcar. LA ocupación militar de nuestros países a fuerza de golpes de
estado que llevan a “gobiernos obedientes”, el intento de creación de
fuerzas internacionales al servicio del imperialismo, la prepotencia como
medio de dominación, etc., son otros tantos síntomas de descomposición.
La historia de los pueblos, desde fenicios hasta nuestros días, ha sido la
lucha contra los imperialismos, pero el destino de esos imperialismos ha
sido siempre el mismo: sucumbir. Hoy el imperialismo capitalista en
perfecto acuerdo con el imperialismo soviético, lucha por subsistir en un
medio que ha comenzado a comprender la verdad y trata de alinearse en un
“tercer mundo” decidido a no entrar en el juego a que quieren llevarlo los
actuales imperialismos. Estas tres fuerzas en que se divide el mundo
presente, pueden muy bien representar el agrupamiento guerrero del futuro.
Todo parece confirmar que el futuro inmediato será de lucha. Lo dramático
de esta situación está en que, frente a este mundo de simulación y falsedad,
avanza otro con valores reales y decidido a tomar el mando en la historia.
Es dentro de esta situación general donde debemos apreciar la nuestra,
porque la vida de relación en el mundo moderno es de tal intensidad que
nada puede producirse ya en compartimientos estancos. Nosotros fuimos
libres y soberanos durante los diez años de Gobierno Justicialista, pero
coligadas las fuerzas internacionales y los cipayos vernáculos, terminaron
por despojar al Pueblo de su Gobierno legal y constitucional para implantar
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en su reemplazo gobiernos títeres que sirvieron al imperialismo con la
presión violenta de verdaderas fuerzas de ocupación. Ello ha demostrado
que la liberación de un país, frente a la prepotencia imperialista y la
traición cipaya, no puede ser insular. De lo que se infiere que la liberación
no ha de ser un acto aislado sino una tarea general y coordinada. Es lo que
se está produciendo en la actualidad. En ese concepto, los que luchamos
por la liberación tenemos dos posibilidades: Una a cortó plazo, por una
acción directa, y otra a largo plazo, por la acción coordinada en el orden
internacional.
Hace veinte años el Justicialismo había ya fijado estos objetivos y
declarado ante el mundo su "Tercera Posición", pero el mundo de entonces
era aún incapaz de comprenderlo. Han sido necesarios estos veinte años de
atropellos, en los que el imperialismo ha desmontado a casi todos los
gobiernos legalmente constituidos para reemplazarlos por sirvientes, para
que los patriotas de todos nuestros países comenzaran a comprender y a
actuar. Por eso, hoy se lucha por la liberación tanto al Este como al Oeste
de la famosa cortina y todos los que se empeñan en la liberación se sienten
compañeros de lucha, poco importa la ideología que los distingue, porque
el tiempo y los sucesos van superando todas las ideologías: ¿acaso los
Estados Unidas y la URSS hicieron cuestión ideológica en 1938 cuando se
coligaron para aniquilar a Alemania y a Italia, o cuando se repartieron el
dominio y la explotación del mundo al terminar la Segunda Guerra
Mundial?
Los que ahora se declaran campeones de la lucha anticomunista no pasan
de ser unos simuladores indecentes y, a nosotros los peronistas, es difícil
que la oligarquía, los gorilas o los políticos nos hagan entrar con el cuento
de esa lucha, porque hace veinte años que los venimos viendo aliados con
ellos, desde la "Unión Democrática" de 1945 hasta la "Revolución Gorila"
de 1955. El problema que encara el peronismo es otro muy distinto que el
de empeñarse en una pelea con los molinos de viento, cuando contempla su
Patria ocupada, su Pueblo miserable y hambriento, sus riquezas entregadas
a los más oscuros intereses, sus hermanos sin trabajo y su país sumido en
una inercia suicida.
Dentro de esta dramática situación del mundo, la de la Argentina presenta
un panorama desastroso por el grado de atraso político en que se la
pretende hacer vivir. El demoliberalismo burgués con sus caudillismos y
sus partidos políticos, no podrá jamás superar al Peronismo. Para nosotros
organizar es adoctrinar, porque la doctrina es el único caudillo que resiste a
la acción destructora del tiempo, y nosotros trabajamos para el porvenir.
Los partidos demoliberales pertenecen ya al siglo XIX y han sido
superados por la evolución que con el tiempo, ha de hacerlos desaparecer
en nuestros países, como ya han desaparecido en casi todo el mundo
civilizado. La fuerza del Peronismo radica en gran parte en que constituye
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un gran movimiento nacional y no un partido político. Lo moderno, que
obedece a las nuevas formas impuestas por la evolución y las necesidades
actuales, es una idea transformada en doctrina y flecha ideología, que luego
el Pueblo impregna de una mística con que el hombre suele rodear a todo lo
que ama. Ese es el único caudillo que puede vencer al tiempo a lo largo de
las generaciones.
Por eso el Peronismo ha podido resistir a la violencia gorila, como a la
insidiosa "integración" que intentó el gobierno que le sucedió y está
resistiendo con éxito a todos los esfuerzos de disociación de la actual
campaña que intenta el "Gobierno". Nuestros enemigos, que vienen del
sistema demoliberal, traen con ellos, de una época política que ha sido
superada por el tiempo, los viejos esquemas de una escuela caduca y por
eso se sienten superados por el peronismo que representa una etapa nueva:
la de los grandes movimientos nacionales que estamos viendo surgir en
todas partes donde existe progreso y evolución.
Lo que en realidad existe en el panorama político argentino es un atraso
evidente con referencia a las formas que vienen caracterizando al mundo
moderno. Estamos casi un siglo detrás de la evolución y cuando el
demoliberalismo va muriendo, nosotros lo estamos presentando como de
palpitante actualidad. El Peronismo (exceptuando al Comunismo) es lo
único evolucionado en las formas actuales de la política argentina y de allí
su éxito. Las demás formas políticas del demoliberalismo decimonónico
han sido superadas por la evolución y tienen fatalmente que morir como en
todas partes. Sus hombres declaman todavía en el lenguaje del siglo XIX y
pretenden atarnos a su atraso imponiéndonos las caducas formas en que
ellos, por ignorancia, todavía creen.
La influencia del Peronismo, que ha promovido la politización del país y
con ello elevado la cultura política argentina, obligará a nuestros enemigos
a concentrar todas sus fuerzas, reeditando la "Unión Democrática". Con
ello habremos prestado al país un nuevo servicio, haciendo desaparecer la
multitud de pequeños remedos de formaciones políticas que han sido la
rémora que ha azotado por muchos años a la ciudadanía argentina. Así
también, no habrá más que peronismo, porque unos seremos peronistas y
otros antiperonistas, lo que en cierto sentido es parte de un éxito que
alcanzamos. Volvemos, después de veinte años al punto de partida:
Peronismo versus Unión Democrática, pero esta vez con la experiencia y la
realidad de los diez años de felicidad que dimos al Pueblo Argentino, que;
luego han sido confirmados con otros diez años de miseria, arbitrariedad,
persecuciones y caos, que le han brindado nuestros sucesores.
El problema argentino es eminentemente político porque sin el concurso
del Pueblo, ningún Gobierno puede desenvolverse en la Argentina. El
desastre económico y la anarquía social son sólo consecuencias. Los que
pretenden solucionar este problema con empréstitos o arreglos económicos
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y sociales, sin ir a las causas fundamentales del mismo, se pasarán la vida
"gastando en aspirina" en una tarea inoperante e intrascendente, como
resulta toda acción que intente solucionar las consecuencias, dejando
subsistentes las causas que las ocasionan. De los cuatro gobiernos que
sucedieron en estos diez años al Justicialismo, tres han sucumbido ya por
causas políticas y uno está fracasando políticamente y se encuentra
expuesto a seguir su misma suerte. Ninguno ha caído por causas
económicas ni sociales, a pesar de que han vivido en pleno caos en tales
aspectos. De lo que se infiere que lo que hay que arreglar es lo político,
buscando soluciones justas y ecuánimes porque nada estable se puede
fundar en la simulación ni en la injusticia.
Lo económico tendrá solución a poco que alguien se ocupe con inteligencia
y sin intereses espurios que lo presionen. Cuando en 1946 el Justicialismo
llegó al Gobierno se encontró con un país descapitalizado, endeudado y con
servicios financieros en divisas que le llevaban anualmente casi todo el
producto del trabajo del Pueblo Argentino. Era un país "subdesarrollado",
adjetivo que se aplica comúnmente a los países descapitalízados por la
acción expoliadora del imperialismo y a los que se quiere, presentar poco
menos que por incivilizados. Nuestros países, faltos de capital, no pueden
impulsar su desarrollo porque en el negocio de los países pasa lo que en
todos los demás negocios: el desarrollo se impulsa a base de inversión.
Siendo ello así, nuestra solución estaba en capitalizar al país. Un país se
capitaliza de una sola manera: trabajando, porque nadie se hace rico
pidiendo prestado o siendo objeto de la explotación ajena. Todo consistía
entonces en organizarse para trabajar, crear trabajo y poner al Pueblo
Argentino a realizarlo, porque el capital no es sino trabajo acumulado. Esto
no era difícil en un país donde todo estaba por hacerse.
A poco de andar nos percatamos que las organizaciones internacionales
imperialistas tenían organizados todos los medios para descapitalizarnos
mediante los famosos servicios financieros que ocasionaban anualmente la
deuda externa, los servicios públicos, la comercialización agraria, los
transportes marítimos y aéreos, los seguros y reaseguros, etc., y aparte de
ello, gravitaban ruinosamente las evasiones visibles e invisibles de capital.
De esta manera, de poco valía trabajar si el producto de ese trabajo iba a
parar a manos de nuestros explotadores. Era preciso recurrir a dos medidas
indispensables para evitar esa descapitalización permanente:
1º) Nacionalizar los servicios en manos extranjeras que imponían servicios
financieros en divisas.
2º) Crear una organización de control financiero que impidiera la evasión
de capitales.
La compra de los servicios públicos, la repatriación de la deuda externa, la
creación del Instituto de la Promoción del Intercambio (I.A.P.I.), la
nacionalización de los seguros y reaseguros, la creación de una flota
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mercante y aérea, etc., etc., permitieron realizar lo primero. Lo segundo
ocasionó la reforma bancaria y la promulgación de la Ley Nacional de
Cambios. Recién entonces se pudo comenzar a cumplir el más viejo
principio fenicio de la capitalización: “peso que entra, no debe salir”.
Fue mediante la organización de la economía interior lo que nos permitió
después pasar de economía de miseria que recibimos en 1946 a una
economía de abundancia que dejamos en 1955. Los que sucedieron al
Gobierno Justicialista encontraron estas estructuras que, buenas o malas,
impedían la descapitalización del país y del Pueblo Argentino, mediante
una organización financiera y una estructura económica, los que entraron al
Gobierno en 1955, lo hicieron como un elefante en bazar: suprimieron estas
estructuras y no se ocuparon en crear las que debían reemplazarlas y
provocaron un tremendo desequilibrio, seguido de una crisis estructural
cuyos efectos se han hecho sentir catastróficamente en estos últimos diez
años.
Pocos datos estadísticos nos mostrarán en números lo anterior: En 1946,
cuando nos hicimos cargo del Gobierno, existía una deuda externa de 3.500
millones de la misma moneda, créditos 1.500 millones de la misma
moneda, pero bloqueados, con un servicio anual en divisas que se acercaba
a los 1.000 millones de dólares para el pago de los beneficios de las
empresas extranjeras que explotaban nuestros servicios públicos y otras
radicadas en el país, seguros, reaseguros, comercialización agraria, pago de
la deuda externa, fletes marítimos, aéreos, etc. Los balances de pago al
exterior eran desfavorables.
En 1955, cuando caímos: no teníamos deuda externa, disponíamos de una
reserva financiera en oro y divisas del orden de los 1.500 millones de
dólares. La balanza de pagos nos era favorable (que era otro medio de
capitalizarnos). Habíamos incorporado al patrimonio nacional los servicios
públicos y los seguros y reaseguros, etc. Los servicios financieros de
divisas para el pago de los beneficios a las empresas extranjeras radicadas
en el país, no pasaban del diez por ciento de los que existían en 1946.
En 1968, después de doce años de "Gobiernos Democráticos" el estado
actual es el siguiente: el país ha contraído en esos doce años una deuda
externa del orden de los 4.000 millones de dólares (sin contar los
documentos descontados en empresas norteamericanas con el aval de los
bancos oficiales y los servicios financieros que se adeudan a las compañías
extranjeras radicadas en el país), se carece de toda reserva financiera real
en divisas, los balances de pago vienen siendo invariablemente
desfavorables y el Estado Argentino se encuentra prácticamente en
cesación de pagos al exterior.
En el orden de la economía interna no procedieron mejor. Encontraron una
economía de abundancia, dentro de la cual la economía popular era
excelente y la economía privada estaba en franco progreso. El Pueblo tenía
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un alto poder adquisitivo que se traducía en un gran consumo defendido
por el control de precios. Liberaron los precios y congelaron los salarios,
provocando una inflación desenfrenada a través de la cual consiguieron
arruinar a la economía popular, reduciéndose el consumo a límites
inconcebibles. Cuando arruinaron a la economía popular, comenzaron a
arruinarse también todos los que viven de esa economía (que somos
todos). La economía estatal en estos diez años ha sido ruinosa: de un
presupuesto nacional anual de 20.000 millones de pesos ha pasado a uno de
325.000 millones. Han acumulado déficit del orden de los 50.000 millones
de pesos anualmente. Sólo en el año 1964 el déficit del presupuesto
nacional fue de 120.000 millones de pesos (seis veces el total del
presupuesto peronista). Así la deuda interna que en 1955 era de 11.000
millones de pesos, totalmente consolidada en títulos del Estado, ha pasado
a convertirse en un pasivo inamortizable de tantos miles de millones que
hasta resulta difícil de calcular, la mayor parte flotante. Como para obtener
liquidez han debido emitir sin medida. El peso moneda nacional que valía
el 17 de setiembre de 1955 a razón de 16,50 pesos por dólar en el mercado
negro, ha pasado en la actualidad a 350 pesos por dólar.
Podríamos hablar días enteros sobre este tema pero, “para muestra basta un
botón”. Hoy muchos argentinos se preguntan: ¿qué hay que hacer? La
respuesta es muy simple: corregir de alguna manera tamaños desatinos y
volver nuevamente a empezar, imponiendo nuevas estructuras financieras y
económicas, a fin de evitar que este proceso de descapitalización se siga
pronunciando, levantar la economía popular y crear confianza mediante un
procedimiento serio y efectivo que vuelva a organizar y defender a la
economía argentina.
Para detener la anarquía social que han provocado, se necesita también
volver a la confianza perdida, porque si en el orden económico la confianza
es indispensable, no lo es menos en el orden social. Gobernar en nuestros
países es ante todo crear trabajo, porque todo está por hacerse. En este
sentido, la paralización del Segundo Plan Quinquenal en 1955, no pudo ser
más desastroso. Un millón y medio de desocupados y la falta de más de un
millón de viviendas son sólo dos de sus más inmediatas consecuencias. Las
fuerzas del trabajo organizadas son conscientes de cuanto hay que hacer,
sólo que no lo harán hasta tanto la situación institucional y política del país
no se regularice, porque entienden que mientras subsista este estado de
cosas, no trabajan para ellos ni para el país sino para los explotadores
foráneos y los especuladores vernáculos, y tienen razón. Para que ello se
produzca será antes que nada necesario una pacificación, que no es tarea
fácil de alcanzar en tanto medie la permanente provocación de algunos
sectores interesados.
Sin embargo, no creo que el problema argentino sea siquiera difícil de
solucionar si se encaran las cosas con la grandeza que la cuestión impone.
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Pero el tiempo comienza a trabajar en contra porque ningún problema
termina donde comienza. Este no es problema de fuerza como algunos
piensan, sino de razón y habilidad. ¿Hay en el país quienes puedan
solucionar los problemas que en síntesis brevísima hemos mencionado? Si
hay, ¿por qué no los arreglan? Y si no hay, ¿por qué no dejan a los que
pueden hacerlo? Funcionan más de veinte comisiones de estudio y
organismos técnicos compuestos por sociólogos, economistas, industriales,
dirigentes obreros, etc. La idea es teóricamente buena pero falla por la base,
desde que el problema argentino más fundamental no es ni sociológico, ni
económico, ni industrial, ni social, sino político y a todos esos organismos
les está faltando la cabeza.
En esta clase de actividades la verdadera obra de arte no está en la
concepción sino en la ejecución. Para ello se necesita más que nada
experiencia (que es la parte más efectiva de la sabiduría). Sólo la
experiencia permite penetrar profundamente los problemas para llegar a la
"última síntesis", descartando la multitud de pequeños problemas que
suelen ser al fracaso lo que las causas son a las consecuencias. Hay que
estar en claro en las grandes cosas y dirigirse directa y decididamente a
ellas para resolverlas. De otra manera, a menudo, el árbol no nos dejará ver
el bosque.
Hay que tener en cuenta que el estadista tiene que realizar un "gobierno
administrativo" y un "gobierno humano" que deben marchar
coordinadamente de acuerdo, porque el primero sin el segundo no se puede
realizar. El gobierno administrativo es simple y se realiza fácilmente con
buenos equipos y una dirección experimentada, pero el gobierno humano es
más que nada de conducción. El arte de gobernar, como todas las artes,
tiene una teoría y utiliza una técnica, pero ambas cosas sólo conforman la
parte inerte del arte; la parte vital requiere un artista. Muchos, con una gran
técnica y un conocimiento profundo de la teoría, han pintado y han
esculpido, pero nadie sino Leonardo ha sido capaz de crear una "Cena" y
ninguno, sino Miguel Ángel, ha logrado una "Piedad".
La tecnocracia sirve en los sectores de su conocimiento, según sea la
calidad de los tecnócratas que la forman, pero no hacen gobierno porque
carecen del humanismo indispensable para gobernar lo fundamental: el
hombre. Por eso, en este sentido, las comisiones de técnicos no llegan
nunca a nada. Napoleón decía que conducir es un arte sencillo y todo de
ejecución. Hay que persuadirse de una vez por todas que para gobernar se
necesitan hombres de gobierno con la sensibilidad y la imaginación
indispensables para conducir a los pueblos