La Central Unica de los Trabajadores, los campesinos sin tierra y el PT reunieron unas 210 mil personas en San Pablo, Río de Janeiro, Brasilia y otras capitales por donde marcharon coreando “No va a haber golpe”.
Desde Brasilia
Un frente para detener el golpe del “mayordomo” Michel Temer. La semana que pasó será recordada como aquella en la que Dilma Rousseff se afirmó en la Presidencia de la República y nombró a un ministro de Economía desarrollista, Nelson Barbosa, robustecida por el respaldo de una coalición entre el Partido de los Trabajadores (PT) y los movimientos populares que frustró, en el corto plazo, el plan destituyente para instalar en la presidencia al vice Michel Temer.
En los últimos días hubo un cambio en la escenografía del Palacio del Planalto. Dilma, aconsejada por Luiz Inácio Lula da Silva, dedicó menos tiempo a las reuniones con tecnócratas de trajes oscuros expertos en calcular el superávit fiscal para priorizar las reuniones con los muchachos de la Unión Nacional de Estudiantes, dirigentes del Frente Brasil Popular y el religioso franciscano Leonardo Boff.
A la lista de opositores al complot para derrocar a Dilma se sumaron la Conferencia Nacional de los Obispos, cuyas posiciones dieron un giro progresista después de la elección del papa Francisco, y los cantantes Chico Buarque y Gilberto Gil.
La semana tuvo su centro de gravedad político el miércoles. Ese día la Central Unica de los Trabajadores, los campesinos sin tierra y el PT reunieron unas 210 mil personas en San Pablo, Río de Janeiro, Brasilia y otras capitales por donde marcharon coreando “No va a haber golpe” y consignas contra el entonces ministro de Hacienda Joaquim Levy y el titular de Diputados Eduardo Cunha, cómplice de Michel Temer, el vicepresidente que se ganó el mote de “mayordomo de película de terror”.
En los actos del miércoles los defensores de la democracia poco menos que triplicaron a los ciudadanos que habían marchado el domingo pasado exigiendo “Fuera Dilma” y “Fuerzas Armadas ya”.
Semejante aluvión de manifestantes empoderó al campo democrático al tiempo que mostró cierto desgaste de las clases medias opositoras y desnudó las limitaciones de la dirigencia conservadora. Así como los diagnósticos errados de los jefes del complot para quienes la suerte de Dilma estaba fatalmente echada.
Apresurados, los dirigentes de la Federación de Industrias de San Pablo (Fiesp) y el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso, imaginaron poder imponer el impeachment y después consagrar a Michel Temer como presidente de “unidad nacional” y nuevo integrante de la membresía conservadora gobernante en América del Sur.
Temer es un político hábil para las intrigas de Palacio al que le faltan liderazgo y apoyo popular. La última vez que fue candidato a diputado, en 2006, se ubicó en el 54 lugar entre los 70 elegidos por su estado, San Pablo.
Un sondeo publicado ayer por la consultora Datafolha revela que el 68 por ciento de los entrevistados consideran a Temer como un dirigente regular o pésimo. Y el 58 por ciento sostienen que un gobierno del actual vice sería igual o peor que el de Dilma, que tiene muy baja aprobación. Por lo tanto, señala la encuestadora, “la población brasileña no ve con buenos ojos” una administración de Temer, quien elaboró un programa de gobierno, presentado a banqueros y empresarios, con promesas de ajuste severo y privatizaciones.
No muy distinto, al que llevaba adelante hasta el viernes, el ahora ex ministro de Hacienda Joaquim Levy, un neoliberal con experiencia en el FMI reemplazado por su adversario en el gabinete, el desarrollista Nelson Barbosa, ex ministro de Planificación.
Barbosa, que confrontó con el “austericidio” defendido por Joaquim, luego de ser nombrado prometió una política que, sin romper con la disciplina fiscal, de importancia a las obras de infraestructura y dinamice el crédito.
“Es una persona con experiencia en la administración pública, sabe actuar con responsabilidad pero tiene sensibilidad para generar empleos”, dijo el titular del Instituto Lula, Paulo Okamotto.
La caída de Levy fue confirmada poco después del cierre de la Bolsa de Valores de San Pablo donde todos sabían que el ministro, un ex ejecutivo del banco Bradesco, tenía las horas contadas. Por eso la bolsa concluyó sus negocios con una baja pronunciada del 2,98 por ciento a los 43.911 puntos, la peor medición desde 2009. El poder financiero acusó el golpe de haber perdido a su alfil dentro del gabinete de Rousseff. Hace dos semanas cuando parecía que el impeachment se aprobaba la Bolsa tuvo un día de euforia con las acciones de Petrobras subiendo cerca de 10 puntos. La banca privada nacional y extranjera apuesta a que el gobierno que suceda a Rousseff, eventualmente con Temer a la cabeza, revisará la legislación petrolera que concede un papel dominante a la estatal Petrobras.
El disgusto de los banqueros traerá cola y puede dar lugar a un lunes de mercados alterados con la bolsa en baja y el dólar al alza.
Un riesgo seguramente calculado por Dilma, Lula y el jefe de gabinete Jaques Wagner.
Por lo que se recoge en los mentideros de Brasilia el gobierno llegó a la conclusión de que despedir a Levy entrañaba riesgos, pero era aún más peligroso mantenerlo en el cargo.
Después de 11 meses y 18 días de gestión Joaquim Levy dejó una inflación proyectada del 10,7 por ciento, una recesión del 3,5 por ciento y, lo más preocupante, la desocupación que el año pasado estaba abajo del 5 por ciento trepó al 8,9 por ciento, con un incremento de la precarización.
Si el desempleo supera la barrera del 10 por ciento será difícil que el gobierno pueda garantizar el apoyo popular en el verano, cuando vendrán nuevas embestidas golpistas, y la democracia volverá a disputarse en la calle.