Elogio y replanteo de la grieta
Por Mempo Giardinelli
En los últimos años nos acostumbramos a la promocionada idea de “grieta” como parteaguas de la sociedad argentina, supuestamente responsabilidad canalla del kirchnerismo. Los mentimedios bombardearon al país con eje en la prédica corrosiva de Radio Mitre, TN y otros instrumentos ideológicos de quienes lograron finalmente acceder al poder, y ahí están, estos días, borrando una por una sus mentiras electorales.
La grieta, en realidad, ni era kirchnerista ni era algo nuevo en la Argentina, que siempre fue, desde los inicios como nación hace 200 años, una sociedad muy compleja, dinámica, conflictiva y conflictuada, siempre en pugna. Cierto que con enormes virtudes y extraordinarios recursos naturales, pero también con gravísimas taras históricas que no se han podido superar. Dos de ellas: el comportamiento irracional de las burguesías urbanas acomodadas, en general poco y mal educadas, de maciza ignorancia y casi nulo espíritu solidario por un lado. Y por el otro el comportamiento irregular de vastos sectores marginales con demasiado resentimiento y también muchísima ignorancia.
Si se observa el abismo histórico entre ambas grandes franjas, se ve, primero, que esa grieta es parte constitutiva, y desdichada, de la vida nacional. Lo que también sirve para explicar la decadencia de las relaciones comunitarias en las últimas décadas, y para desmentir la estúpida nostalgia que suelen sentir los sectores privilegiados, que añoran una Argentina supuestamente desarrollada y de gran poder económico durante la primera mitad del Siglo XX. Lo cual es otra mentira promocionada por los mismos mentimedios, pues la verdad es que la Argentina de casi todo el Siglo XX fue un país muy injusto e inequitativo.
Entre 2003 y 2015, cuando se acusó alevosamente al kirchnerismo de provocar una supuesta grieta acerca de la cual se dijeron tantas idioteces, en realidad este país vivió su mejor presente en materia de equidad social, igualdades internas y autonomías soberanas. Cierto que el kirchnerismo, y sobre todo en los últimos cuatro años, cometió errores garrafales y necedades políticas que hoy se pagan carísimo. Cierto que hubo oídos cerrados a las advertencias y pedidos que muchos hicimos, pero el balance de 12 años de kirchnerismo sigue siendo positivo y es lo que explica la todavía serena esperanza de una ciudadanía que espera respuestas que no llegan y que son ya urgentes. Tanto como el surgimiento de nuevas dirigencias que reanuden lo mejor de esa gesta maravillosa e imperfecta. Por eso esta columna se definió siempre como no kirchnerista, pero acompañando sus mejores decisiones económicas y sociales, y su ejercicio de soberanía y autodeterminación.
La grieta como elemento de análisis de la realidad nacional contemporánea es un concepto engañoso. Esta sociedad lleva dos siglos dividida y el kirchnerismo fue sólo una etapa más. Y etapa entusiasmante si se recuerda que la Argentina de hoy es más consciente de sus derechos civiles; de la necesidad de memoria, verdad y justicia en el combate moral contra la impunidad de los genocidas, y de haber vivido un período de independencia económica e inclusión social tan original como tenaz.
Pero no se trata de enumerar nostalgias. Mucho más útil es tener presentes los errores para no repetirlos: el nulo esfuerzo por la transparencia y la imperdonable tolerancia ante actos de corrupción; la pésima política ambiental y el constante aval a gobernadores-caciques provinciales. Y el no haber sabido dialogar, que es premisa básica de la democracia y del ejercicio del poder.
Claro que todo lo anterior no es grieta; es recuento nomás. Y es alerta, también, porque los que hoy gobiernan están practicando, lamentablemente, una rápida sucesión de venganzas políticas, económicas y sociales. Y no se dan cuenta o no les importa, pero están incendiando irresponsable y colonizadamente al país. Como dijo Víctor Hugo Morales, están yendo incluso más allá de lo que les han de pedir sus patrones multimediáticos, que son antidemocráticos, prebendarios, cínicos y mentirosos, pero no tontos.
Lo cierto es que con represiones como en La Plata; con la desocupación galopante y la inflación ídem que han desatado; con la censura restablecida y un grotesto antijurídico para arrasar con la Afsca y la Ley de Medios; y ahora con la criminalización de Milagro Sala y todo con la complicidad y bendición de la Justicia más abyecta de esta república, el macrismo sobreactúa mientras camina, soberbio, hacia su propio funeral.
No son buenas noticias ni siquiera desde una nueva perspectiva opositora, porque por este camino pueden llevarse puestas la paz y la democracia. Que son los principales bienes, inclaudicables, que debemos preservar.
El imperativo de la hora es resistir con principios, memoria y firmeza, y rechazar la violencia que están reinstalando en la república. Por soberbios o necios, colonizados o resentidos, y acaso por un poco de todo, están llevando a nuestro pueblo hasta el borde de un precipicio en el que no querrá caer. A sujetos como el Sr. Ritondo, la Sra. Bullrich o el jujeño Sr. Morales la represión es el único camino final que se les ocurre y no les importará matar centenares como en 1956, o decenas como en diciembre de 2001. En su ideología, no importa la muerte de los que se oponen; siempre fueron así.
Por eso es menester estar alertas para evitar el caos y la violencia, para no caer en provocaciones ni entrar en la lógica antidemocrática que está en el fondo ideológico del macrismo más duro, que es el más corrupto y el más capaz de cualquier acción feroz.
Por eso esta columna insiste en que lo primero y principal es reorganizarnos para que el ideario nacional y popular, de soberanía, equidad y autodeterminación, gane abrumadoramente las elecciones legislativas de 2017 y renazca en 2019 para lograr de una vez una Argentina para todos y todas pero en serio: sin grietas, venganzas ni resentimientos. Es difícil, pero en política nada es imposible.