Los grupos musicales que cantan a capela lo hacen sin acompañamiento musical. Sus voces son los instrumentos, mezclándose unas con otras con armonía y precisión. El resultado es una experiencia musical conmovedora.

También puedo apreciar la armonía en los sonidos cotidianos. En la naturaleza también existe un coro mágico —bien sea el sonido de los grillos, el correr del agua o el trino de los pájaros. Aunque cada sonido es diferente, una hermosa sinfonía se lleva a cabo cuando se juntan. Otro tipo de armonía —del tipo emocional— tiene lugar cuando las personas mezclan sus creencias, opiniones e ideas para trabajar unidas en paz y amor. Juntos creamos una hermosa melodía en el mundo.

Si me siento demasiado ocupado o atribulado durante el día, recuerdo hacer una pausa para orar, para entrar en el santuario interno de mi corazón, para sentarme en silencio con Dios. En mi tiempo sagrado de oración, estoy atento a la sabiduría divina. A medida que mi mente se aclara, puedo percibir el silbo apacible y delicado de Dios en mí.

Los discernimientos que recibo en mis momentos de oración, meditación y silencio están a tono con mi propósito divino. Presto atención y sigo la guía del Espíritu. Esta nueva inspiración me alienta, alivia mi alma y alumbra mi camino. Verdaderamente, mi vida es bendecida gracias a los mensajes apacibles que recibo de Dios. Mi confianza se aviva y prosigo con mi día alerta, sabio y seguro.

Tengo la fe y el deseo de sanar, de manera que alabo y bendigo mi cuerpo. Promuevo mi salud al tener fe inmutable en la energía restauradora en cada célula, órgano y función. La voluntad de Dios para mí es salud y vitalidad. Éste es el modelo de potencial divino en mí.

Alorar estoy consciente de cualquier creencia o patrón que necesite liberar o transformar para aclarar el camino hacia la curación. Observo lo que pienso, lo que digo y lo que siento. Voluntariamente hago cualquier cambio necesario para regresar a mi estado natural de salud. Profundizo mi fe con cada oración según abro mi corazón al Espíritu. Al ejercitar mi fe y eliminar cualquier barrera, mi mente y cuerpo irradiarán la energía sanadora del Espíritu.

En el eje de la rueda existe unidad. Sólo en su borde externo existe separación. En el ojo del huracán hay quietud, y lejos de ese centro hay viento. Encuentro un sentido similar de unidad y quietud en mi corazón, el eje de mi ser.

En este espacio interno, descubro el silencio que mi alma añora. En este centro sagrado, me vinculo con toda expresión de vida. En esta quietud, soy uno con el Creador.

Desde mi centro me alineo con una realidad mayor, no me siento lejos ni solo. Para restablecer mi conexión —con los demás o con una respuesta— afirmo mi unidad con todo lo que Dios ha creado. Al dirigirme a mi interior, encuentro la Verdad que busco.

Cuando no perdono, repito acontecimientos negativos en mi mente una y otra vez. Hoy recuerdo las palabras que Jesús dijo cuando estaba en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Facultado por el amor de Dios, abro la ventana de mi corazón al amor divino. Aquí existe un refugio donde los recuerdos ya no me abaten. Estoy listo para centrar mi atención en ser todo aquello para lo cual Dios me creó. Si la persona que me resisto a perdonar soy yo mismo, reconozco que yo también evoluciono constantemente. Soy libre para mejorar cada vez más. Avanzo de lo que ha pasado hacia el bien que ahora espera mi gratitud y aceptación.

La temporada de Cuaresma me invita a descansar y a reflexionar. Vacío mi mente de toda negatividad y mi cuerpo de todo lo que no lo beneficie para prepararme para mi experiencia de Pascua de Resurrección. Dejo ir creencias limitantes, comportamientos no deseados y pensamientos agobiantes.

Con el amanecer de la Pascua de Resurrección, una nueva luz resplandece por medio de mí, revelándome todavía más del YO SOY. Gracias a la meditación y reflexión silenciosa, el Espíritu eleva mi conciencia del Cristo que despierta en mí. Me dirijo a mi interior en el Silencio, la quietud en la cual el poder de Dios responde. Me preparo para recibir la medida completa de las bendiciones divinas.

Como seres espirituales eternos, sabemos que la muerte no tiene más realidad para nosotros que la que tuvo para Jesús. Ésta es sencillamente una puerta por la cual pasamos para continuar nuestros viajes espirituales en otro lugar, junto a la totalidad que es Dios.

En verdad, todos hemos pasado por retos parecidos a una crucifixión, para luego encontrarnos elevados a una dimensión nueva y más alta de conciencia y expresión espiritual.

Hoy celebramos la gran demostración de resurrección con la cual Jesús concluyó Su ministerio terrenal. Al hacerlo, honramos nuestras experiencias de resurrección. Sentimos gratitud por cada una. Porque nos proporcionaron la oportunidad de aceptar nuevas posibilidades.

En su libro Prosperidad , Charles Fillmore enseñó que “por medio de la mente del hombre las ideas son traídas a manifestación. Por medio del alma del hombre la riqueza del amor de Dios encuentra su expresión”. Ciertamente, los dones del Dios morador son espirituales, no materiales. Soy bendecido con una conciencia mayor de la Verdad, de las ideas divinas que prosperan y de las cuales fluye toda la creación manifestada.

Dios es amor, y todo lo que pudiera necesitar en mi vida proviene de una conciencia de este amor infinito. Así que dedico tiempo cada día para vincularme con el fluir inagotable de la inteligencia divina en mí. Avanzo con fe y comprensión espirituales para manifestar un mundo más pacífico y lleno de gozo.

Encuentro consuelo en lo conocido. Es fácil amar la vida y sentirme seguro cuando todo va como lo deseo. Mas cuando enfrento un cambio y mi experiencia se torna estresante o incómoda, puede que me sienta abrumado al tratar d e avanzar.

Al orar me siento alentado. El Espíritu susurra en mi corazón que deje ir y confíe. Al seguir Su guía, suelto el pasado y avanzo continuamente, sintiendo paz y seguridad. Puede que en mi camino me encuentre con tropiezos y cuestas por subir, mas cuando llego a la cima, la vista es gloriosa. Sé que Dios me acompaña, gui ándome y consolándome a través de cualquier incertidumbre. Dios está conmigo haciendo mi camino fácil y estable.

La vida tiene sus altibajos. A pesar de lo que pueda estar pasando a mi alrededor, puedo sentir gozo. Éste me proporciona aprecio por los ratos buenos, fe para enfrentar los retadores, y paz durante el tiempo entre unos y otros.

El gozo verdadero proviene de estar en contacto con mi naturaleza auténtica —mi esencia crística. La alegría siempre está presente en mí. Como el amor, es una parte natural de quien soy.

Confiar y estar en contacto con Dios es la clave para experimentar gozo, para permitir que surja sin importar lo que esté sucediendo en mi vida o en la vida de mis seres queridos. Al dirigirme a mi interior, al Espíritu, encuentro el gozo verdadero.

Como gotas de agua individuales unidas para formar el océano, todos somos uno en Dios. Cuando la conciencia colectiva se une en una creencia, causa o nación, ésta forma ondas que tienen efecto en el mundo en el cual vivimos.

La paz mundial es una meta valiosa; es más, es importante, y es un estado de conciencia. Al afirmar pensamientos de paz, dich os pensamientos se extienden al mundo a mi alrededor. Elijo vivir en armonía con toda la humanidad, y unirme a corazones y mentes que fomentan el bien. La paz y el amor fluyen por medio de mí a medida que recuerdo que todos somos uno en Dios. El amor proporciona soluciones pacíficas en los pueblos por doquier .

La vida está llena de cambios que presentan tanto retos como posibilidades. Mi habilidad para adaptarme a los giros imprevistos es fomentada cuando me mantengo firmemente vinculado con Dios. Gracias a la sabiduría divina en mí, reconozco y acepto lo inesperado con serenidad y fe. Me adapto con aplomo a cualquier circunstancia nueva.

Si enfrento desafíos tales como un divorcio, la pérdida de mi trabajo o un diagnóstico médico, determino permanecer flexible y abierto a la luz divina. Cualquiera que sea la circunstancia, se la entrego a Dios. Alineado con el Espíritu, permanezco receptivo, flexible y en calma. El Amor perfecto sostiene y dirige mi vida siempre. La voluntad de Dios para mí es el bien y sólo el bien.