Desde el pequeño Pepe al revolucionario Martí se evidenció un boceto de hombre intachable, y hoy a 122 años de su inmortalización, se multiplica seguro en cada cubano digno que piensa, habla, escribe y trabaja por lograr el equilibro del mundo, tal como él lo procuró.

En sus ansias por encontrar a la República soñada, vio al hombre sin derechos específicos, pues “hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro... porque dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos”.

Creció al amparo de un sentimiento incomparable de amor y justicia, el mismo que se convertiría en guía de sus acciones revolucionarias, a favor del bien de la América, su patria grande, y de Cuba, la tierra que cobijara a sus afectos más sagrados.

Por ello fue vocero de la América toda, desde el Río Bravo hasta la Patagonia, donde juntos viven el indígena, el africano y el mestizo, al lado mismo del criollo o el europeo.

La convicción de luchar por la independencia del continente americano y de Cuba en particular, trazó el destino de un hombre que puso al servicio de su tiempo todo cuanto la naturaleza le dio y cultivara él: inteligencia, sensibilidad extrema, nobleza, lealtad, sentido del deber... Bien lo dijo en sus propios escritos: “De América soy hijo y a ella me debo”.

En tanto, fue defensor de la unidad latinoamericana, y aún en pleno siglo XXI, el mundo reconoce que “es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

Pero es Martí sobre todo, la imagen del periodismo que deben asumir los profesionales de la palabra en esta Isla, pues durante el reporte de la Guerra del 95, su última misión periodística, supo muy bien enseñar a sus discípulos qué decir y cómo decirlo.

Y es que creó una prensa de esplendor político y elocuencia real, dejó palabras que conmueven y convencen así, como páginas que enamoran e impulsan; supo hacer, a la altura de los grandes, el mejor periodismo.

La labor revolucionaria y artística de José Martí legó a la historia de la humanidad uno de sus más admirables episodios, puesto que las ideas del Apóstol, trascienden toda época para convertirse en símbolo de un presente permanente.