Lecturas para este día: 1 Juan 4: 11-18. Marcos 6: 45-52.
¨En esto conocemos que estamos en él y en nosotros: En que nos ha dado de su Espíritu¨. 1 Juan 4: 11-18.
La esperanza y el Espíritu van siempre unidos. Una cosa, por cierto, que les une es la humildad. La esperanza también es humilde. La esperanza tiende a esconderse, como el Espíritu, actúa desde dentro, pero es imprescindible; ella levanta y enciende a todas las virtudes.
¿Qué sería una fe sin esperanza? Pues una suma de desilusiones.
¿Que sería una caridad sin esperanza? El dolor más grande.
¿Qué sería una justicia sin esperanza? Frío legalismo
¿Qué sería una humildad sin esperanza? Puro decaimiento.
¿Qué sería la pureza sin esperanza? Flor de un día.
¿Qué sería la paciencia sin esperanza? Puro fatalismo.
¿Qué sería la obediencia sin esperanza? Alineación y servillismo.
¿Qué sería la fortaleza sin esperanza? El trabajo de un robot.
¿Qué sería la devoción y oración sin esperanza? Una evasión.
¿Qué sería la solidaridad sin esperanza? Un fatigoso tejer y destejer.
Y toda la vida, incluso la vida espiritual, sin esperanza sería una preparación, un ensayo para la muerte. Sin esperanza, el estado de ¨buena esperanza¨ se viste de gris y el nacimiento de un niño se verá como una carga. Sin esperanza, el joven empezará sus estudios con fatiga y no soportará el correr de los cursos y las clases. Sin esperanza, el desempleado se convierte en un viejo dependiente. Sin esperanza, el que trabaja se considera un castigado. Quizá piense en el fin de semana y la vacación, pero eso ya es una esperanza, sin esperanza la vacación resulta vacía y aburrida. Sin esperanza las diversiones son alineantes. Sin esperanza, los placeres son esclavizantes y amargos. Sin esperanza, el mismo amor, la amistad, la familia, la entrega no son más que un montón de preocupaciones, insatisfacciones y de mucho dolor.
Reflexión y comentarios…