Con el dolor de la ventana abierta que deja entrar la luz no anticipada, como quien cierra a pasador la puerta, pero le roba el alma la alborada; sobre el lecho revuelto, se despierta la prisa de partir, enmascarada de inevitable carga de deberes; ay, soledad de mis amaneceres.
Brevería Nº 1112
Amanecer
La luz golpea, ruda, repentina, mis ojos soñolientos. La mañana llega con precisión de cortesana que el término del plazo determina.
Tu mano en tierna languidez camina sobre mi pecho; la canción lejana del labrador taladra la ventana, y se reviste de oro la colina.
Es hora de partir. Aletargada, ni abres los ojos ni te mueves. Nada logra alterar la paz de tus sentidos.
Sin atreverme a fracturar la calma tan frágil que te abraza en cuerpo y alma, quedamos ambos otra vez dormidos.