Mi vecina puso un letrero en su casa que decía: “Cuidado con el perro”.
Cuando fui a conocerlo, me llevé una sorpresa, pues yo imaginaba un animal grande
y fuerte y me encontré con un salchicha diminuto.
Comencé a reír y mi amiga me dijo: “El letrero es para que no lo pisen”.
Una ratona y su bebé cruzaban por un piso encerado cuando escucharon que los
venía persiguiendo el gato. Mamá ratona sintió cerca las garras del felino.
Se volvió y gritó lo más fuerte que pudo:
—¡Guau, guau!
El gato huyó despavorido. Tras recuperar el aliento, mamá ratona tomó a su
bebé en brazos y le dijo:—Ahora, hijito, comprenderás lo importante que es dominar otro idioma.
Mi cuñada, que trabaja conduciendo un tráiler, había decidido conseguir un perro
para su protección. Cuando examinó un posible candidato, el entrenador le dijo:
—No le gustan los hombres.
—Perfecto —pensó ella y se llevó al perro.
Un día que la abordaron dos sujetos en un estacionamiento, ella se puso muy atenta
para ver cómo reaccionaría su perro guardaespaldas. Pronto le quedó claro que
el entrenador no estaba bromeando. Cuando los hombres se acercaron, el perro huyó
a esconderse bajo el auto más cercano.
A Juan no le caía bien el gato de su familia, así que decidió deshacerse de él.
Lo subió a su auto y lo dejó a 20 cuadras de la casa, pero al regresar lo
encontró frente a la entrada. Al otro día lo abandonó a 40 cuadras de distancia, y pasó lo mismo.
Frustrado, la mañana siguiente le dio un tortuoso paseo, con vueltas a la derecha, a la izquierda
y en U, para desorientarlo, y al final lo dejó en un parque, al otro extremo de la ciudad.
Cuatro horas después, telefoneó a su esposa y le preguntó:
—Mi vida, ¿está el gato ahí?
—Sí, ¿por qué? —contestó su mujer.
—Es que me perdí y necesito que me diga cómo regresar.
Una niñita entró un día a mi tienda de mascotas y me preguntó:
—Oiga, perdone, ¿tiene conejos?
—Sí, claro —le respondí y me incliné para preguntarle—,
¿te gustaría un conejo blanco o preferirías un suave y peludo conejo negro?Encogió los hombros y me dijo:—No creo que a mi pitón le importe el color.
Con una expresión resignada en el rostro, pero al mismo tiempo con una actitud
firme y decidida, un hombre llevó a su mascota a lo del veterinario.
—Vine a que le corte la cola a mi perro —dijo.
—Pero ¿por qué? —repuso el médico, un tanto sorprendido—. ¿Cuál es el problema?
—Resulta que mi suegra va a venir a la casa a vivir con nosotros, y no quiero que
vea ninguna señal de bienvenida.
Después de que murió nuestro perro, mis padres lo llevaron a cremar y pusieron sus
cenizas en un estuche especial sobre la chimenea. Un día, un vecino vino a jugar
y le llamó la atención el enigmático estuche.
—¿Qué hay en la caja? —nos preguntó.
—Es nuestro perro —contestó mi madre.
—Ah —dijo el niño sin más.
Un minuto después señaló:
—Se ve terriblemente quieto,¿no creen?