En la cuenca del Mediterráneo, los fenicios eran reconocidos como
los mejores marinos. El talento naviero de este pueblo se desarrolló a
la par de su actividad comercial, pesquera y, en menor medida, guerrera
.
Las estatuas de gran
tamaño son escasas en el arte fenicio; es mucho más frecuente la
plástica menor, de terracota o de bronce, donde se ha transmitido la
mayor parte de su iconografía figurada. Entre las piezas más
importantes destaca la Dama de Galera, una pieza realizada en alabastro
que representa a una mujer sentada en un trono sin respaldo y
flanqueado por dos esfinges cubiertas con tocados egipcios. Entre las
obras realizadas en bronce encontramos el llamado Bronce Carriazo, una
representación de la diosa Astarté con peinado de Hathor, pero sin
orejas de novilla, con túnica de mangas cortas ornada de lirios, y
acompañada por dos torsos de ánades cuyas alas se unen sobre la cabeza
de la diosa. También en este material destaca el Sacerdote de Cádiz,
que es en realidad una representación de Ptah, el dios egipcio
protector, entre otras cosas, de las actividades metalúrgicas, y
objeto, por tanto, de la mayor devoción entre los fenicios, así como el
Melkart, una figura encontrada recientemente junto al islote de
Sancti-Petri, al sureste de Cádiz, que se considera una ofrenda del
templo de Melkart-Hércules. Pero sin duda, las piezas más
importantes de la escultura fenicia son dos sarcófagos de mármol que se
conservan en el Museo de Cádiz. El masculino nos presenta a un varón
barbado que sostiene una granada en la mano izquierda, con un
característico peinado de bolas. En el femenino encontramos a una mujer
joven, con el peinado jonio de bucles alrededor del rostro, que debía
complementarse con rizos pintados sobre los hombros; su vestido es una
túnica de cuello rectangular y mangas cortas que le llega hasta los
pies, sin ningún tipo de pliegues, al estilo fenicio; la mano derecha
está extendida y la izquierda se cierra sobre un pomo de perfume. Aun
siendo obras griegas, estos sarcófagos deben ser considerados como las
piezas artísticas de mayor calidad que aportaron los fenicios a nuestro
país.
Desde muy pronto la Península Ibérica es objeto de atención por
parte de pueblos lejanos procedentes del Oriente mediterráneo, quienes
aprecian las posibilidades económicas, fundamentalmente minerales, que
ofrece esta región. Los primeros en establecer contactos
permanentes con los pueblos peninsulares son los fenicios, pueblo
comerciante al que se atribuye la fundación de enclaves importantes
como la ciudad de Cádiz y otros en la región de Málaga. La presencia de
los fenicios se remonta al siglo VIII antes de Cristo, fundando
factorías desde las que comerciaban con los pueblos indígenas con
salazones, alfarería, metales, etc. Desde estos enclaves, aspectos
importantes de la cultura fenicia y del Mediterráneo oriental fueron
llevados a la Península Ibérica. Importante fue también la
colonización griega, que llegó atraída por las riquezas minerales de la
región y por los ecos de la cultura de Tartessos. El conocimiento y la
fascinación griega por el Occidente mediterráneo aparece reflejado en
su mitos, como el que sitúa las Columnas de Hércules en el estrecho de
Gibraltar. Menos decisiva que la fenicia, la colonización griega
se limitó a la fundación de un escaso número de factorías costeras
desde las que comerciaban con las etnias locales. Fruto del contacto
griego fueron las fundación de Ampurias, hacia el 575 antes de Cristo,
debida a la llegada de colonizadores helenos desde la colonia griega de
Massilia, la actual Marsella.