El carlismo es un movimiento político que tuvo su momento más espectacular durante el reinado de
Isabel II, pero hay que buscar sus orígenes en el siglo XVIII y sobre todo a partir de 1820, con la
Regencia de Urgel, y la
revuelta de los Agraviados de 1827.
Su lema Dios, patria, Rey y Jueces, resumido en el binomio Trono y Altar, articula toda la teoría oficial política. A estos elementos se suma la defensa del foralismo particular de cada uno de los territorios, aspecto que va tomando fuerza a medida que avanza la guerra, así como la defensa de la religión. Las
intenciones centralizadoras y los ataques de los liberales al clero, sobre todo a partir de 1835 con la exclaustración y la
desamortización, activaron la lucha. Los carlistas pretendían, además, restaurar la
legitimidad, puesto que no reconocían valor jurídico a la Pragmática Sanción de 1830, ateniéndose a la Ley Sálica tradicional en la dinastía borbónica, por la que
don Carlos tendría que ser rey. El matrimonio con María Josefa de Sajonia no había tenido descendencia, Carlos, el hermano del
Rey, pensaba heredar el trono en su momento. Sin embargo, la muerte de María Josefa y el nuevo enlace de Fernando con
María Cristina de Borbón, así como el nacimiento de dos hijas -
Isabel y Luisa Fernanda- complican la situación. La Ley Sálica no permitía reinar a las mujeres. Ahora bien, dicha ley ya había sido revocada en 1789, pero sin que el decreto se promulgara. En 1830, concretamente el 29 de marzo,
Fernando VII, mediante una pragmática, eleva a ley el decreto de 1789. Los últimos años de este reinado se caracterizan por la indecisión de Fernando respecto a esta sanción, que derogó y puso de nuevo en vigor según las presiones de las distintas camarillas de la Corte sobre el ánimo regio.
A la muerte de Fernando VII la Pragmática Sanción estaba vigente. Su hija primogénita, todavía una niña, fue nombrada reina con el nombre de
Isabel II y su madre, reina gobernadora en funciones de regente, nombró gobierno. D. Carlos, apoyado por gran número de legitimistas, no aceptó la situación, lo que dio origen a una guerra civil.
En cualquier caso, conviene insistir en la idea de que la sucesión de Fernando VII no era sólo un problema dinástico. Ya antes se había planteado la división ideológica por el tímido
acercamiento del monarca a los planteamientos liberales a partir de 1826, una de las razones que provocó, en 1827, la
rebelión de carácter absolutista (Agraviados o Malcontens).
La masa fundamental de seguidores del carlismo eran
campesinos, especialmente de la región vasconavarra, de Cataluña y de la montaña levantina y del Bajo Aragón, aunque también se encuentran, en menor proporción, en el resto de la fachada cantábrica, hasta Galicia, y en Castilla.
Carr opone campo-ciudad y, efectivamente, parece que es un movimiento campesino que tiende a dominar las ciudades, sin lograrlo. Algunos de los últimos estudios, como los de Alfonso Bullón de Mendoza, insisten en la idea de que en las zonas de dominio carlista también la población urbana era predominantemente carlista. Entre otras pruebas aducen la persistencia del carlismo en estas mismas ciudades de tal manera que, cuando por primera vez hay unas elecciones, con sufragio universal masculino según la legislación derivada de la
Constitución de 1869, en Pamplona o Bilbao una mayoría muy clara de los votos fueron a parar a los candidatos carlistas. Según esta interpretación, si estas ciudades no pudieron ser tomadas por el ejército carlista durante la guerra se debió a que en ellas estaban las principales fuerzas cristinas que las defendieron.
En el proceso bélico se pueden distinguir cuatro fases:
a) Desde el 1 de octubre de 1833, en que el Infante
D. Carlos toma el título de Rey de España, comienza el enfrentamiento. En principio, son partidas rebeldes, con escasa estructura militar que
Zumalacárregui organizará en un verdadero ejército, frente al ejército regular cristino. Además, se produce una relativa delimitación de zonas de influencia que tienden a ser limpiadas de los enemigos. Esta fase finaliza con la muerte del General Zumalacárregui en el asedio de Bilbao el 23 de julio de 1835.
b) Desde el verano de 1835 hasta octubre de 1837, la guerra sale del ámbito regional al nacional. Luis Fernández de Córdoba toma el mando del ejército cristino -posteriormente lo hará
Espartero. En estos años tienen lugar las principales acciones del carlismo fuera de su zona de influencia. El general Gómez atraviesa España desde el País Vasco hasta
Cádiz y Don Carlos dirige la expedición real hasta las puertas de
Madrid. Espartero rompe el sitio de Bilbao, que se inició en junio de 1835 y que se mantuvo mucho tiempo por el afán de ocupar una ciudad y la necesidad de prestigio internacional del carlismo por razones financieras. Las guerrillas carlistas no son fáciles de reducir y éstas obtienen una clara victoria en el Maestrazgo.
c) Desde octubre de 1837 al mes de agosto de 1839 la contienda se decanta a favor de los gubernamentales. El 15 de octubre de 1837, D. Carlos se repliega, pasa el Ebro, frontera del carlismo, y se produce una disensión interna en el carlismo entre los partidarios del pacto, dirigidos por el general
Maroto, y los Apostólicos del general
Cabrera. El cansancio y el incierto final de la guerra lleva a los primeros a firmar el Convenio de
Vergara (29 de agosto de 1839). Sellado por Espartero y Maroto, en él se reconocen los empleos y grados del ejército carlista y se recomienda al gobierno que proponga a las Cortes la modificación de los fueros.
d)
D. Carlos no reconoce el acuerdo y la guerra continúa desde agosto de 1839 a julio de 1840, en los focos de resistencia de Lérida y Navarra. Los últimos leales carlistas, acaudillados por el General Cabrera llevan a cabo una guerra brutal, con escenas y acontecimientos terribles. Al fin, éstos serán derrotados.
Referencia: ARTEHISTORIA.- Iª Guerra Carlista.