La leyenda del calafate
El que come calafate a de volver,dice el refrán.El calafate es un arbusto que florece en diciembre y que entrega sus frutos a principios del año.
La leyenda dice que antes de que apareciera el hombre blanco por estas tierras,vivian aqui dos grandes grupos étnicos procedentes
de una rama común:los aónikenk o tehuelches y los selknam u onas.
Los bosques de ñires, lengas y coihues comienzan a tomar un tono característico, anunciando el otoño y dando a los árboles una gama multicolor,
desde el rojo intenso pasando por los matices del dorado al anaranjado. Esta transformación se viene repitiendo año tras año, desde épocas inmemorables.
En este paisaje vivían los tehuelches, dueños originarios de la tierra. Al llegar el invierno comenzaban a emigrar a pie hacia el norte, donde el frío
no era tan intenso y la caza no faltaba. En relación con estas migraciones, la tradición patagónica conseva una leyenda. Se dice que, cierta vez, Koonex,
la anciana curandera de una tribu de tehuelches, no podía caminar más; sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la marcha no se podía detener.
Entonces, Koonex comprendió la ley natural de cumplir con el destino.
Las mujeres de la tribu confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y alimentos para dejarle a la anciana curandera,
despidiéndose de ella con el canto de la familia. Koonex, de regreso a su casa, fijó sus cansados ojos a la distancia, hasta que la gente de su tribu
se perdió tras el filo de una meseta. Ella quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes se alejaban.
Comenzó a sentir el silencio como un sopor pesado y envolvente.El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron muchos soles y muchas lunas,
hasta la llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolos, las charlatanas cotorras...
Volvía la vida.Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente.De repente, se escuchó la voz de
la anciana curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por haberla dejado sola durante el largo y riguroso invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió: -"nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento, además durante el invierno
no tenemos lugar en donde abrigarnos"."Los comprendo" -respondió Koonex- "por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno,
ya nunca me quedaré sola".... y luego la anciana calló.Cuando una ráfaga, de pronto, volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso
arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano las delicadas flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a madurar
tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario.Desde aquél día algunas aves no emigraron más y las que se habían marchado,
al enterarse de la noticia, regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados.Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para
siempre. Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, "el que come Calafate, siempre vuelve"...
El Calafate del libro Joiuen Tsoneka (leyendas tehuelches) de Mario Echeverría Baleta
Koonek, la anciana hechicera de la tribu estaba demasiado agotada para continuar caminando hacia el norte, el invierno estaba próximo y había que buscar
lugares donde no faltara la caza. Como era habitual en estos casos, se le construyó un buen kau y se le dejó abundante comida , pero seguramente
no le alcanzaría para todo el invierno. Para esa época no existían los caballos ni los calafates. Quedó totalmente sola, hasta los pájaros emigraron con
la llegada de las primeras nieves, pero ella subsistió inexplicablemente. A la llegada de la primavera se asomaron las primeras golondrinas, algunos chorlos
y unas inquietas ratoneras. Koonek les increpó la actitud por haberla dejado sola, sumida en el silencio, a los que las avecillas respondieron que ello se debía
a que durante el invierno no tenían donde resguardarse del viento y del frío, además en el otoño el alimento les era escaso.Koonek, sin salir del toldo les respondió.
–“Desde ahora en adelante podrán quedarse, tendrán abrigo y alimento”. Cuando abrieron el kau, la anciana hechicera ya no estaba, se había convertido
en una hermosa mata espinosa de perjumadas flores amarillas que al promediar el verano ya eran moradas frutas de abundantes semillas. Los pájaros comieron sus frutos,
también los Tsonekas y desparramaron las semillas de aike en aike. Ya nunca más se fueron las aves y las que se habían ido volvieron al enterarse.
Por eso: “El que come calafates, vuelve”.-
Koonek : Calafate
Kau : Toldo, Casa
Kospi: Pétalo
Karut: Trueno
Tsonekas: Nombre verdadero de los llamados: Tehuelches, Aónikenk o chonkes Aike.
Joiuen: Leyenda
Leyenda mitológica “Kospi” del libro Joiuen Tsoneka de Mario Echeverría Baleta
Kospi era el nombre de una hermosa niña que vivía en el sur cuando las plantas no tenían flores. Muchos jóvenes cazadores recorrían largas distancias
para admirarla y recibir el regalo de su sonrisa. Kospi empleaba el tiempo en las tareas propias de la mujer Tsoneka, coser quillangos, pintarlos,
preparar pinturas, tejer mantas..... o peinarse los negros y lacios cabellos mirándose en el espejo del Lago. En esa estaba la tarde en que Karut (el trueno)
el señor de la montaña la raptó escondiéndola en una profunda caverna del glaciar .
En vano llamó, más nadie podía oírla. Tan grande era su pena que se convirtió en hielo y se confundió con los témpanos.
Cuando Karut no pudo hallarla bramó una y otra vez, pero sus voces solo lograron despertar a la lluvia que acudió presurosa y manó abundante.
Kospi convertida en agua, bajó por la plata de los chorrillos hasta hundirse en los valles.
Con la llegada de la primavera trepó por los tallos de las plantas y se asomó convertida en flor para mirar desde allí y para siempre a la gente de su raza.
Desde entonces en la lengua Tsoneka se le denomina Kospi a los pétalos de las flores.