La recordada anécdota de un Borges todavía juvenil, y desde entonces gran caminador, que al llegar a los bordes de la ciudad que amaba, y desde donde ya se divisaban el horizonte y la extendida pampa, detuvo el paso para exclamar conmovido: "¡La Patria, carajo!" , me acompañó, acaso por la vivencia de un sentimiento similar, la madrugada del 27 de abril último.
Con mi hijo mayor, y acompañados por una extraordinaria luna llena que iba poniéndose cansinamente tras las sierras del Abra del Hinojo, al sur de la provincia de Buenos Aires, nos dirigíamos a rescatar la hacienda que había sido dada en pastoreo para palear los daños de la sequía que afectó la zona.
Sabíamos que sería una jornada larga y trabajosa, pero lo que no pude yo siquiera sospechar fue esa maravillosa sensación de rescatar la patria como sentimiento -si hasta el vocablo parece ya en desuso-, desde que alcancé a ver junto a la tranquera, rigurosamente puntuales, a aquellos hombres.
Apenas amanecía: veterinario, ayudantes, peones del establecimiento que habían ayudado a acorralar los animales. El día pintaba bueno y de hecho lo fue, sin los rigores del invierno. Pero de haber hecho frío y en tanto no lloviera, nada amedrentaría en estas gentes la buena voluntad ante la tarea prevista. Un asado en parrilla improvisada entre las camionetas sería el único momento distendido de aquel día. Tuve la buena idea de aportar las ensaladas, algún postre, un poco de cuidado femenino, si bien nada me impidió meterme en los corrales y revisar el estado de los terneros que se destetarían por la tarde...Algarabía conjunta de lo que se hace en equipo, la felicidad del trabajo aunque se trate del más arduo. Ir poniendo el cepo, sacar muestras de sangre, vacunar, colocar las caravanas. En las vaquillonas, hacer tacto para control de preñez. La manga y la subida a los camiones. Y luego y luego y luego...Y cada tanto, claro, las mateadas.
Hoy, que un gran abanico de actividades se organizan "en el marco" del bicentenario, puedo decir, y tengo para mí, que no habrá marco más propicio para celebrarlo que aquél: entre esas sierras, de sol naciente a sol poniente, con el olor del ganado que apenas queda en pie en nuestras pampas, con los sonidos quejosos de las madres separadas de sus terneros, sus corridas buscándolos, el polvo y el barro...y por sobre todo el entusiasmo de nuestra gente de campo en las duras tareas que quieren y saben hacer. Eso exactamente era la patria.
Por Ana María Gil
Para LA NACION