William Shakespeare
Sonetto
49
Per quel giorno, se mai verrà
quel giorno, in cui ti vedrò accigliare ad ogni mio difetto, e chiuderà il
tuo amore il suo conto estremo spinto a
tal giudizio da sagge riflessioni
per quel
giorno in cui m’incontrerai da estraneo senza volgere al mio viso il sole dei
tuoi occhi, e l’amor, mutato da
quel era un tempo, troverà ragioni
di una certa gravità
per
quel giorno, dovrò cercare asilo dentro la coscienza dei miei soli
meriti, e alzerò davanti a me questa mia mano per parare quanto addurrai a
tua ragione.
Per lasciar
me miserabile tu hai la forza delle leggi mentre
io d’esser amato non posso vantar
diritti.
Soneto 49
En contra de aquel tiempo, si alguna vez
llegara,
cuando vea que frunces el ceño ante mis
faltas;
cuando el amor en ti, llegue a su
extrema suma,
llamado a rendir cuentas, por más
sabios consejos.
En contra de aquel tiempo en que
pases distante
y apenas me saludes con aquel sol, tu
ojo.
Cuando sea el amor, cambiado en lo
que era
y encuentre las razones de gravedad
severa.
En contra de aquel tiempo, aquí
me fortifico,
con la conciencia exacta de mi
insignificancia,
y esta mano que es mía, levanto
contra mí,
por defender razones legales de tu
parte.
Tienes para dejarme, la fuerza
de las leyes,
ya que porque me quieras, no alego
causa alguna.
Jorge Luis
Borges
pues se unen aquí los dos escritores porque Borges
no fue solo escritor
pero también fue crítico, bibliotecario, profesor,
editor ... y traductor y entre los escritores traducidos
y
estudiados está William
Shakespeare.
Desde pequeño, y a causa del origen británico de su
abuela materna,
recibió educación bilingüe en inglés y español,
lo que lo convirtió en lector y escritor precoz en
ambas lenguas.
Más adelante, debido al traslado de su familia a
Suiza, aprendería también francés y alemán.
Su primera obra traducida y publicada al español
fue
El príncipe
feliz (The Happy Prince), de Oscar Wilde, traducida del inglés en
1908.
Entre los autores
traducidos por Borges se encuentran también
Franz Kafka (La
metamorfosis, Madrid: Alianza Editorial, 1971),
William Faulkner (Las
palmeras salvajes, Madrid: Editorial Siruela, 2007),
Herman Melville (Bartleby, el escribiente,
Barcelona: Mondadori, 2000),
Henri Michaux (Un bárbaro en Asia, Barcelona:
Tusquets Editores, 1984),
Virginia Woolf (Orlando, Madrid: Ediciones El País,
S.L., 2002),
Walt Whitman (Hojas de hierba, edición bilingüe,
Barcelona: Ed. Lumen, 1991),
Edgar Allan Poe (La carta robada, Madrid: Ed.
Siruela, 1987),
James Joyce (Ulises, última
hoja, Buenos Aires: Revista Proa, 1925)
T. S. Elliot, Jack
London, H. G. Wells, G. K. Chesterton, Herman Hesse, Rudyard Kipling
...
La notte ciclica
Lo sapevano gli ardui alunni
di Pitagora: come le stelle tornano ciclicamente gli
uomini; ripeteranno
gli atomi fatali
l’incalzante Afrodite dorata, i tebani, le
agore.
In epoche future opprimerà il
centauro col piede solidungo il petto del lapita; fatta polvere Roma,
gemerà il minotauro nell’infinita notte del suo palazzo
fetido.
Ritornerà ogni
notte d’insonnia, minuziosa. Dal medesimo ventre rinascerà la mano che adesso scrive. Eserciti di ferro
costruiranno l’abisso (David Hume disse la stessa
cosa).
Non so se torneremo in un
secondo ciclo come le cifre d’una frazione periodica; ma so che un
misterioso rotare pitagorico ogni notte mi lascia in un luogo del
mondo
che è di periferia. Un angolo
remoto che può trovarsi a nord, oppure a sud o a
ovest, ma ha sempre un muricciolo di un pallido celeste, un folto fico
scuro e un marciapiede rotto.
La noche
cíclica
A Sylvina Bullrich
Lo supieron los
arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de oro, los
tebanos, las ágoras.
En edades futuras
oprimirá el centauro con el casco solípedo el pecho del lapita; cuando
Roma sea polvo, gemirá en la infinita noche de su palacio fétido el minotauro.
Volverá toda noche de
insomnio: minuciosa. La mano que esto escribe renacerá del mismo
vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo. (David
Hume de Edimburgo dijo la misma cosa).
No sé si volveremos
en un ciclo segundo como vuelven las cifras de una fracción periódica;
pero sé que una oscura rotación pitagórica noche a noche me deja en un
lugar del mundo
que es de los
arrabales. Una esquina remota que puede ser del Norte, del Sur o del Oeste,
pero que tiene
siempre una tapia celeste, una higuera sombría y una vereda
rota.
Ahí está Buenos
Aires. El tiempo que a los hombres trae el amor o el oro, a mí apenas me
deja esta rosa apagada, esta vana madeja de calles que
repiten los pretéritos nombres
de mi sangre:
Laprida, Cabrera, Soler, Suárez ... Nombres en que retumban (ya secretas)
las dianas,
las repúblicas, los caballos y las mañanas, las felices victorias, las
muertes militares.
Las
plazas agravadas por la noche sin dueño son los patios profundos de un árido
palacio y las calles unánimes que engendran el espacio
son corredores de
vago miedo y de sueño.
Vuelve la noche
cóncava que descifró Anaxágoras; vuelve a mi carne
humana la eternidad constante y el recuerdo ¿ el proyecto ?
de un poema incesante: « Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras ...
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