2017
Domingo de
Resurrección
La leyenda del conejo de
Pascua
durante semana santa
¿ Por qué el conejo es el animal típico de Pascua o Semana
Santa ?
El
origen del conejo de Pascua se remonta a las fiestas anglosajonas
pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad y estaba
asociado a la diosa Easter, a quien se le dedicaba el mes de abril y el honor de
las fiestas de la
primavera entre los pueblos del norte
de Europa.Con el paso del tiempo, la figura del conejo de Pascua se fue
incluyendo y adaptando a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX,
se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y
azúcar en Alemania.Una de las figuras favoritas de los pasteleros para fabricar
figuras de chocolate era el conejo de Pascua, que era quien además traía los
huevos de colores y de chocolate el
Domingo de Pascua o Domingo de Resurreción,
debido a que la leyenda del conejo de Pascua se fue haciendo cada vez más
famosa.
Esta curiosa leyenda cuenta
que, cuando metieron a Jesús en el sepulcro que les había dado José de Arimatea,
había dentro de la cueva un conejo escondido, que muy asustado
veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había
muerto.
El conejo se quedó ahí
viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo
veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas
las personas.
Así pasó mucho rato
viéndolo; pasó todo el día y toda una noche, cuando de repente el
conejito vio algo sorprendente:
Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel
quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que
nunca!
El conejo comprendió que
Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar a todo el mundo y a
todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque
Jesús había
resucitado.
Como los conejos no pueden
hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo
pintado, ellos entenderían el
mensaje de vida y alegría, y así lo hizo.
Desde entonces, cuenta la
leyenda que, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en
todas las casas para recordar al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir
alegres.
El juego de esconder los
huevos de
Pascua que ha ido dejando el
conejo de Pascua en todas las casas es la diversión de los niños el Domingo de
Pascua. Toda una tradición en muchos lugares que se celebra cada año. Uno de los
más famosos juegos de los huevos de
Pascua es el que se organiza en la
Casa Blanca, en Washington, EE UU.
segunda leyenda
“Había una vez un conejito que vivía en un
cerro lleno de árboles de aceitunas. Todos los días venían muchos niños a jugar
al cerro. Al conejito le encantaba oír la risa de los niños. Pero lo que más le
gustaba al conejito era oír la voz del hombre joven que a veces jugaba con
ellos. Cuando se cansaban se sentaban en redondo y el hombre joven les hablaba
con esa voz tan dulce y hermosa que hacía suspirar al conejo. Entonces, se
acercaba para oír mejor y algún niño pequeñito lo acariciaba mientras oían al
amigo grande. Cuando caía la tarde, los niños se levantaban para regresar a
sus casas y entonces sus caras resplandecían con la misma bondad que brillaba en
el amigo. Y el conejito se iba a su cueva con el corazón lleno de
felicidad. Cierta noche, Blanquito, que así se llamaba el conejo, sintió
ruidos en su cerro, y como era curioso, corrió a ver de qué se trataba; tres
hombres roncaban junto a unas piedras y más allá, sí: Estaba el Amigo Grande;
corrió sin hacer ruido hasta donde se encontraba de rodillas Él. Pero se detuvo.
La hermosa cara del Amigo reflejaba tanta pena, una aflicción tan grande; había
miedo también en la expresión del Amigo Bueno. Blanquito hubiera querido
consolarlo, pero como era sólo un pobre conejito blanco, se echó a llorar a
mares, con todas sus fuerzas, sintiendo la pena y el miedo del
Amigo. Entonces Él lo vio. Lo tomó sobre su corazón y le empezó a explicar
con su preciosa voz serena que lo llenaba de emoción. -Mira Blanquito, van a
venir unos hombres a buscarme, porque me van a matar. El conejito pensó
rápidamente que con sus colmillos iba a hacer una gran cueva, donde esconder al
Amigo. -Leo tus pensamientos, Blanquito, -le dijo el Amigo;- pero es preciso
que yo muera. No llores así, tan fuerte, que no podrás oírme y tengo algo
importante que decirte. Curioso y asustado, se calló Blanquito, para oír al
Amigo. -Cuando yo muera, -prosiguió el Amigo, - los niños van a estar muy
tristes, porque no saben que al tercer día voy a resucitar. -¿Qué es
resucitar?,- pensó con tristeza el conejito. -Resucitar - dijo el amigo – es
estar vivo nuevamente. Entonces, al conejito le dieron ganas de reír de pura
felicidad. Decía Él, que era necesario que muriera, pero si iba de nuevo a
vivir, ya no importaba tanto. -Yo quiero que resucite “al tiro”,- pensó el
conejito. Así los niños se alegrarán mañana al verle… -¿Cómo voy a saber que
es el tercer día?- pensó – porque los conejitos no van a la escuela, no saben
contar. El amigo leyó su pensamiento, y le dijo: -Cuando yo muera, y se
ponga el sol, va a ser una oreja. Al otro día, cuando se ponga sol, va a ser la
otra oreja. Y el que venga después, va a ser la cola. Ése va a ser el tercer
día; entonces, voy a resucitar y tú serás el encargado de decirles a los
niños. -Pero si yo no sé hablar- pensó Blanquito. -Escucha, Blanquito, el
día de mi resurrección, tú vas a poner huevos de chocolate para los niños, al
pié de los olivos. Se rió Blanquito, pensando que el Amigo no sabía que los
conejos no saben poner huevos como las gallinas. Pero más tranquilo, con la
esperanza de la resurrección, se fue a dormir a la cueva. Al otro día
temprano, vio que en el cerro frente suyo, se elevaban tres cruces de madera,
que antes no estaban. Hubiera querido ir a mirar, era tan curioso, pero había
mucha gente, y las personas grandes lo asustaban. Más tarde, cuando casi
todos hubieron bajado, se atrevió Blanquito a correr al otro cerro. En la
cruz del medio, estaba elevado y amarrado el Amigo. Debajo, una mujer tan
hermosa como Él, lloraba acompañada de otras mujeres y de un muchacho, a quien
Blanquito había visto con el Amigo. Entonces cuando Blanquito creyó que no podía
soportar tanta pena, la tierra tembló y el sol empezó a oscurecerse. -Una
oreja –pensó Blanquito, acordándose de las palabras del amigo. El otro día
fue muy triste en el cerro, pues los niños no vinieron a jugar. Cuando el sol se
estaba escondiendo, el conejito que no hacía otra cosa que pensar en el Amigo,
dijo: -Otra oreja –y se fue a acostar. Despertó tempranito, con nuevas
energías. Limpió la cueva y se estaba desayunando con aceitunas caídas, cuando
sintió gran alboroto en el bajo. Se acercó corriendo a investigar lo sucedido.
Era la mujer hermosa y las otras mujeres. Ahora sus caras resplandecían de
felicidad y decían: - ¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado! -La cola –pensó el
conejito. Y se sentó al pie de un árbol, para resistir a tanta alegría. Se tuvo
que levantar inmediatamente, porque algo le incomodaba… era un precioso huevo.
Se fue a sentar al pie de otro árbol. De nuevo la incomodidad… ¡Otro delicioso
huevo de chocolate! -La cola – pensó. El conejito comprendió lo sucedido.
Había pasado una oreja, otra oreja y la cola; eso eran tres días, y el Amigo
había resucitado. Y era él mismo, Blanquito, quien estaba poniendo esos huevos
de chocolate. Entonces se apuró. Corrió al pie de un árbol y se sentó. Puso un
huevo. Corrió a otro árbol. Otro huevo. Y así de árbol en árbol, fue depositando
exquisitos huevos de chocolate, por todo el monte. Pronto llegaron los niños
a jugar. Uno gritó: ¡Ha resucitado! Y era que había encontrado un lindo huevo de
chocolate. Después otro gritó: ¡Ha resucitado! Y todos ¡Ha resucitado! –porque
cada niño había encontrado un huevo de chocolate.
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