En épocas en que los nombres pensados por los padres y acotados por el Registro Civil se limitaban a los Juan, a los José, a los Carlos, a los Roberto, a los Luis y a las Marías, a las Juanas, a las Josefas, a las Elenas y a las Martas, fue casi una necesidad recurrir a los apodos para poder diferenciar unos de otros de los dos o tres Josés o Juanes.
Pero los sobrenombres volvieron a caer en la redundancia, en la repetición (siempre como sobrenombres cariñosos) y aparecieron los colo, negro, flaco, gordo, petiso, ruso, tano y sus equivalentes femeninos.
¡ Ah ! ... sin embargo, en mi barrio poblado de ingenio y picardía, surgieron apodos memorables : "el máquina" por su habilidad y potencia para jugar al fútbol, "el chanta" por su verba rápida y envolvente, "los cubitos" todos iguales, "el mara" como adaptación de su nombre Mauricio, "chicho grande y chicho chico" como los mafiosos de Rosario, "el luna" con su cara redonda, "tiempo tango" con su vestimenta anti vanguardista por herencia, "el queso"...ya me había olvidado de este apodo para mi amigo...y ahora también recuerdo a unos hermanos de otro barrio que les decían "los quesitos Adler" por las formas de sus cabezas, el pibe "rataplan" explorador y tamborillero y confieso que a mi me decían "el maya", no por mis conocimientos o fisonomía similar a esa etnia de la América Central, sino por una diminuta prenda a rayas negras y blancas que mi mamá me había comprado en la tienda Regalos Tití de la esquina de Brasil y Libertad...yo tenía 7 u 8 años.