LAS BARBAS, ANTES Y DESPUÉS DE GILLETTE
En la antigua Argentina, afeitarse no era sencillo, sino más bien incómodo
y algo doloroso. Por otro lado, los barberos de aquella época, cumplían
múltiples tareas: enjabonaban la cara, afeitaban, colocaban sanguijuelas (para
quitar los hematomas), hacían sangrías, atendían a las parturientas, extraían
muelas y colocaban ventosas...
Las barberías constaban de una sola pieza a la calle, y el aseo del lugar
(incluidos peines y toallas), no era lo que se dice "envidiable". La
mayoría de los barberos eran pardos o negros; y entretenían a sus clientes con
sus charlas y chistes. Como en esos tiempos no se utilizaba brocha para enjabonar
la cara, el barbero mezclaba con sus dedos el jabón y el agua hasta hacer
espuma y luego, con la mano no muy limpia, frotaba la cara de su cliente. A
continuación, introducía los dedos entre sus labios y elevaba la nariz cuanto
podía, inclinándola a ambos lados para poder afeitar el labio superior con la
navaja.
Teniendo en cuenta semejante descripción, se puede llegar a comprender el
por qué de las exuberantes barbas de personalidades como Leandro Alem,
Aristóbulo del Valle o Nicolás Avellaneda, no era cuestión de sufrir todos los
días. La moda cambiaría a partir de 1903, cuando King Camp Gillette inventó la
hojita de afeitar, en Estados Unidos.
Gillette era un viajero que se afeitaba él mismo, poniendo en peligro su
integridad física, al utilizar la navaja en los baños de los trenes en los que
se desplazaba. Así se le ocurrió la idea de crear un producto que fuera
utilizado unas pocas veces y desechado rápidamente...
Y la moda cambió ... Los hombres comenzaron a afeitarse en sus casas, sin
peligro y sin necesidad de pagar barberos y sufrir durante el proceso.
Desaparecieron los retratos "barbados" del siglo XIX.
Dato curioso: desde esa fecha hasta la actualidad, ningún presidente
argentino ha lucido barba.