La historia de Cabsha, el bocadito del amor.
A fines de los años 50, en un garaje de una casa de Belgrano R, un inmigrante ruso imaginó una golosina revolucionaria para aquel entonces: un bocadito de chocolate relleno de dulce de leche.
En 1941, luego de un breve período de neutralidad bajo el reinado de Carlos II, Rumania se unió a las fuerzas del Eje y se metió de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Para evitar ser reclutados en batallas sangrientas, una veintena de jóvenes decidieron escapar una noche en un precario barco y navegaron hasta lo que hoy es Líbano, en donde esperaban encontrar un poco de paz. Entre ellos estaban Abracha Benski y su mujer, quienes solo cargaron algunos bultos y muchas ganas de comenzar una nueva vida juntos. Benski, que había nacido en Rusia y emigrado a Rumania cuando tenía 3 años, había seguido la tradición familiar y era “técnico especializado en chocolate”. Instalado en Beirut, fundó la primera fábrica de chocolate de toda la región, un emprendimiento de envergadura que tuvo éxito inmediato y lo convirtió en uno de los extranjeros más importantes del momento. Pero cuando el clima social comenzó a ponerse pesado y las armas volvieron a asomar, decidió empacar una vez más y escapar definitivamente de los conflictos. “Corría el año 1948 y los enfrentamientos crecían. Por eso me puse a estudiar adónde instalarme. Tenía propuestas interesantísimas de Italia y de Estados Unidos, pero las deseché todas por la Argentina y creo que no me equivoqué. Aquí encontré todo lo que ansiaba, fundamentalmente la paz y la tranquilidad, además de mis dos queridas hijas”, recordó Benski en un reportaje a finales de la década del 70. Sin embargo, no pudo retomar de inmediato su oficio: “Debido a las dificultades que encontré para montar una fábrica de chocolate de acuerdo a las condiciones de modernismo y técnica que yo creía indispensables me tuve que iniciar en otra actividad. Y así fue que durante nueve años incursioné en el ramo textil, donde monté con unos socios una tintorería industrial que llegó a tener bastante éxito. Pero el amor al chocolate pudo más que la estampería y fue así que me retiré de la firma y monté Cabsha con la imponderable ayuda y trabajo de mi esposa”.
UN GARAJE EN BELGRANO R
Así, abandonada la pretensión de volver a tener una infraestructura de la talla de la que había montado en Beirut, terminó instalando una modesta fábrica en el garaje de su casa en el barrio de Belgrano R. “Arranqué en 1957 con mucha fe, como en todas las cosas que inicié, pero era muy duro. Trabajaba solamente con mi esposa porque no me animaba a tomar personal por el temor a no poder cumplir…”, recordó más de una década después, cuando ya estaba en la cima de su éxito. Esa primera fábrica se llamaba Candia y hacía caramelos duros de dulce de leche, producto que Benski había hallado en tierras argentinas y lo obsesionaba: no entendía cómo, por ese entonces, no había golosinas que lo unieran con el chocolate. Pensaba día y noche en cómo crear un producto nuevo que, sabía, estaba destinado a ser un éxito. Y no se equivocó: el bocadito Cabsha se convirtió en una de las delicias preferidas de varias generaciones de argentinos. La confianza que tenía en el suceso del Cabsha era tal, que aún antes de lanzarlo al mercado se preocupó por hacerlo diferente a todas las golosinas que existían en esa época y así evitar que fuese falsificado. “Hice un bocadito de dulce de leche distinto a todos. En lugar de rectangular, lo hice redondo y el envoltorio, en vez de celofán, fue de aluminio, además de pegarle la etiqueta a cada bocadito para que no lo pudieran imitar. Invertí hasta el último peso en una hermosa caja impresa a seis colores para darle una presentación acorde con la calidad que tenía la elaboración”, explicó. Sus dos hijas, Ana María y María Cristina, volvían del colegio y, luego de hacer la tarea, ayudaban a su madre a pegar una a una esas etiquetas características, en las que aparece lo que muchos creen que es una mujer holandesa pero que, en realidad, representa a una campesina rusa que lleva leche y crema para hacer chocolate. Es que para el patriarca familiar, la mujer estaba en pie de igualdad con el hombre y también podía trabajar y mantener a los suyos.
AL PRINCIPO FUE CAPSHA
Benski le quería poner al bocadito Capsha, porque en Beirut había aprendido que en un dialecto turco “Japsha” significaba “Te quiero”. El registro de marcas argentinas no lo autorizó porque se parecía mucho a Cap, una marca de conserva muy popular, y tuvo que ponerle “Cabsha”. “A nosotras siempre nos quedó el mensaje de que ‘Cabsha’ quiere decir ‘Te quiero’, porque él quería transmitir que era el bocadito del amor. Mi papá siempre hablaba de la importancia de hacer las cosas con amor, quizá porque había conocido la guerra y había visto cosas terribles. De hecho, muchas veces yo, como hija, me sentía incómoda cuando veía que él hablaba tanto de amor, cuando en otros padres no era nada común.
Animado por el suceso de su creación, Benski fue construyendo una fábrica contigua a su casa, en Belgrano R, en donde no solo siguió sacando a diario cientos de cajas del bocadito, sino que también encontró éxito con la oblea con crema de avellanas y chocolate Floppy y con el Cabshita, una suerte de pequeña oblea dulce. También tuvo una extensa línea de tabletas de chocolate con avellanas y almendras, además de productos estacionales como huevos de Pascua o turrones navideños, siempre con el acento puesto en la calidad. La pasión por el chocolate era real y podía llegar a crear productos solo con tal de utilizar materia prima que encontraba, como cuando cayó a su casa con kilos de una cereza muy sabrosa con la que se había topado y quería bañarlas en chocolate. También le vendía chocolate cobertura a otras empresas, desde competidores en los kioscos hasta modestos emprendimientos como el del inmigrante griego Demetrio Elíades, que fabricaba en la ciudad de Mar del Plata unos alfajores que había bautizado Havanna.
“Cinco veces tuve que empezar de cero en mi vida: en Rumania, en Beirut, en la Argentina…. y nunca me puse metas, porque ponerse metas es ponerse un límite. De haberlo hecho, no podría haber realizado todo lo que realicé, porque soy de los que opinan que siempre hay que ir para adelante. El éxito del bocadito Cabsha radica fundamentalmente en la calidad del producto y en algo que fue norma invariable de mi vida: crear antes que imitar. Al bocadito Cabsha yo lo llamo ‘Bocadito de amor’, porque es el fruto del amor”, explicó Benski. Un amor que hoy sigue vigente.
UN DESTINO MARCADO POR EL CHOCOLATE
A comienzos de la década del 80, Benski le preguntó a sus dos hijas si pensaban continuar con su empresa. Pero las jóvenes estaban interesadas en el arte y la pintura, y rechazaron la propuesta. “Mi papá siempre decía: ‘yo hice Cabsha con todo el amor de mi vida’ y quería que nosotras también siguiéramos aquello que nos generaba amor. Él era feliz con lo que hacía y buscó lo mismo para nosotras, por eso entendió perfectamente que no queríamos quedarnos con el negocio. Pero yo nunca dejé el chocolate, siempre hacíamos algo en casa. Nos criamos con la fábrica al lado, nos íbamos a dormir con el ruido de las máquinas, nos despertaba su aroma… ¡El chocolate es parte de mi familia!”, confiesa Dadi. Hace algunos años, mientras cocinaban trufas, su hija Federica le propuso comenzar a comercializar lo que hacían. Y así dieron inicio en 2006 a Vasalissa, un emprendimiento que hoy tiene una imponente fábrica en Los Polvorines y varios locales, con algunos de los productos de chocolate de mayor calidad del país. “Es increíble, porque antes de morir mi papá había comprado muchísimos libros para empezar a fabricar bombones suizos, los más exquisitos, una vez que vendiera Cabsha. Y yo de algún modo, sin quererlo, retomé su sueño y regresé a las fuentes, porque Vasalissa comenzó a fabricarse en el fondo de mi casa, tal como pasó con Cabsha. Sin querer estoy cumpliendo su legado, es como si tuviese un destino y nada pudo torcerlo”.
DIABETES Y QUIEBRA.
Hace 30 años, Abracha Benski se enfrentó a un doble obstáculo. Por un lado, su diabetes y sus problemas coronarios se habían agravado y, por otro, estaba sufriendo las consecuencias de una mala jugada comercial. Y es que, tentado por una atractiva baja de impuestos, se había mudado de Belgrano R a Tucumán, en donde construyó la fábrica de primera línea que siempre soñó. Pero para hacerlo se endeudó en dólares y la devaluación lo había dejado casi en la quiebra. Con su salud debilitada, comenzó el proceso de venta de Cabsha para evitar heredarles problemas a sus hijas. Luego de arduas negociaciones, la empresa se vendió en el mes de julio de 1984, pocas horas antes de que Benski muriera. Cabsha fue adquirida por un empresario mexicano, que años después la vendió a la empresa Águila Saint. Fue una etapa oscura para el bocadito, que vio muy perjudicada su calidad. Tiempo más tarde, la empresa puso a la venta las máquinas y la marca, que fue comprada por Arcor.
Posteos de Berta Susana Brunfman y Saúl Blugerman