

SOLILOQUIO DE RENÉ DESCARTES
Porque dudo y blasfemo, confieso: Nadie toca lo que al pincharme estremece. Nadie sostiene este apretón de párpados sangrantes, este ruido que cae de la noche arrastrándose como fantasma. Lo que ahuyenta y cierra el círculo en cruz y espada, incinera los halcones, las mandrágoras y el astrolabio, la uña de Salvador Arcángel en el hipocampo. No hay quien pueda explicarme el mundo a través de esa niebla que resbala hasta mi frente. Todo es confuso y oscuro, pienso... El aliento del beso sobre el seno moreno edifícase en tropel avasallante, me place, mas no me lacera. Y me digo: sílaba tras sílaba insurge el pensamiento, ruido tras ruido estalla la felicidad por cualquier bofetada: un hombre despréndese asustadizo de un balcón en la oscuridad adúltera, lamenta el sexo violentado por crujires de cerraduras; lento se suicida porque es sólo visión de la calle que hago. No hizo el amor sino una treta atormentada de sus instintos. Pienso, luego amo su amor de suicida. Todo es claro, lo sé, transparente y cierto. La ciudadela se derrumba mientras la cobardía se enaltece. Tras de mí las olas con sus teclas de espumas ordenándome. Los muertos me pesan porque nunca restituiré su dicha. Esto pienso, luego existo...
Enrique Eusebio


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