

GLADYS EN EL ESPEJO
Toco tu voz de agua, en el silencio certero de tu ausencia. Eres grito que te encaminas próximo, como si dieras aliento a tu rostro levemente percibido e intocado, algo de mí que no concibo en simples palabras y te dibujo como un ciego hace la noche y un pasante inventa el rostro preferido en la oscuridad sola. Apenas tengo tus latidos fuertes y la indeclinable posesión del fuego, llamas que moldean tu cuerpo y hacen brazas de mis silencios torpes, inefables porque apenas te acercas a mi cuerpo y lo posees como si siempre lo hubieras tenido. Eres palabra que se dice en la penumbra, en el ser no estar, en el mañana que te soñaré próxima, junta a mis latidos, mojándote en tu lluvia infinita de cristales rotos, cuando caigo a ver tu desnudez perfecta, tu rostro redondeado en la espesura de máscaras que quieren tomarte la sonrisa, tu paladar concebido para dulces tiernos besos amantes y reconciliatorios. Y te doy la palabra: soy de ti solo en tu imaginación, cuando lúdica te revierte contra la niebla y acepta el fuego como tesoro que nos dice que la luz y la oscuridad tienen el mismo sentido revelatorio: Te veo lúcida, virgen intocada en mi regusto amatorio. Eres lo que sueño cada vez que mi espíritu toca tus labios en la perfecta oscuridad de lo inimaginable, posesa transgresión del deseo hecho carne, del rictus impaciente que espera desvanecerse en el instante y revivirse en la locura cotidiana de la posesión no presentida. Te doy todos mis signos: te obligo a pensar en mi desbordante pasión que ansía tus manos entrelazadas, mis instintos posesionados en tus caderas, tus sueños en mis contornos: todos tus sentidos conversándome de ti misma, aunque no sepas si hablas, amas o revelas cuanta pasión necesitas para tocar mi cuerpo y sentirte “soñadora en esta eternidad de las palabras”.
Enrique Eusebio

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