He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.
Yo dormía, pero mi corazón velaba, ¡Una voz!
¡Mi amado toca a la puerta ”Abreme, hermana mía, amada mía,
paloma mía, perfecta mía, pues mi cabeza está empapada de
rocío,
mis cabellos empapados de la humedad de la noche.”
Abrí yo a mi amado, pero mi amado se había retirado, se había
ido.
Tras su hablar salió mi alma. Lo busqué, y no lo hallé; lo
llamé, y no me respondió.
Habla, que tu siervo escucha.
Cuando Jesús llegó al lugar, miró hacia arriba y le dijo:
Zaqueo,
date prisa y desciende, porque hoy debo quedarme en tu casa.
Entonces él se apresuró a descender y le recibió con gozo.
Escucharé lo que dirá Dios el SEÑOR, porque hablará paz a su
pueblo,
a
sus santos; pero que no vuelvan ellos a la insensatez.