Transformando el enojo en paz (I)
El antídoto contra el resentimiento
Humillados y ofendidos es el curioso título de una de las obras del gran escritor ruso Dostoiewsky. Refleja una de las realidades más universales del ser humano. ¿Quién no se ha sentido humillado y ofendido alguna vez? Todos hemos pasado experiencias de este tipo. ¡Las relaciones humanas pueden ser complicadas! La diferencia está en que unos son capaces de superar estas emociones de forma constructiva y saludable, mientras que otros permanecen toda su vida «humillados y ofendidos». Han transformado la ofensa inicial en resentimiento permanente. Y el resentimiento es como un veneno que poco a poco, aun de manera inconsciente, va intoxicando su mente y su espíritu hasta influir de manera decisiva en sus relaciones personales, su actitud ante la vida y su propia salud.
¿Cómo podemos evitar este proceso de envenenamiento que lleva a la amargura y la autodestrucción de no pocas personas? En los dos próximos artículos intentaremos responder a esta pregunta. Vamos a considerar, en especial, los dos grandes recursos que tenemos como cristianos a la luz del iluminador pasaje de Filipenses 4, una auténtica obra maestra sobre la salud y la paz mental y espiritual: Estos dos recursos son la meditación (control de los pensamientos) y la oración.
El enojo no siempre es malo
El enfadarse es una respuesta tan natural como, a veces, necesaria. De alguien que no se enfada nunca solemos decir que «no tiene sangre en las venas». Forma parte de las defensas que Dios mismo nos ha dado para afrontar situaciones desagradables o injustas. De hecho, la capacidad para airarse forma parte de la naturaleza divina. Dios mismo se nos presenta como un Dios de ira ante el pecado y la injusticia. También vemos a Cristo, «la imagen del Dios invisible», enojarse en momentos muy concretos de su ministerio y expresar su enfado con mucha energía. De Pablo se nos dice que «su espíritu se enardecía viendo la ciudad (Atenas) entregada a la idolatría» ( Hch. 17:16). En realidad, la ausencia de enojo en determinados momentos puede desagradar a Dios. Hay, por tanto, una ira santa que refleja la imagen de Dios en nosotros y que, lejos de ser pecado, puede reflejar madurez y discernimiento espiritual.
Los límites del enojo: «Airaos, pero no pequéis»
Nos surge, entonces, una pregunta: ¿cuándo el enojo es malo? El apóstol Pablo nos da la clave: «airaos, pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo ni deis lugar al diablo» ( Ef. 4:26-27). «Airaos si hace falta», viene a decir el apóstol; pero hay una condición indispensable para que el enfado no se convierta en pecado: «no se ponga el sol sobre vuestro enojo». El problema no está en airarse, sino en permanecer airado. Cuando el enojo anida en el corazón de forma permanente deja de ser una reacción natural, para convertirse en una actitud vital. Deja de ser un sentimiento espontáneo y transitorio para convertirse en un estado crónico. Cuando esto sucede, el enojo pasa a resentimiento y, de ahí, con el tiempo, engendra el odio y la amargura como eslabones de una misma cadena. Son los efectos tóxicos del enojo. Lo que empieza siendo una reacción necesaria y positiva, acaba sumiendo a la persona en una actitud de autodestrucción. Por ello Pablo termina este versículo con la frase «ni deis lugar al diablo».
Dr. Pablo Martínez Vila
Amada Padre, Tú no nos has dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y dominio propio Eso nos ayuda a tener buen juicioo, modelos de pensamientos disciplinados, y la habilidad de entender y hacer decisiones correctas, incluye las cualidades de autocontrol y autodisciplina. Amado Padre en el nombre de Jesús, te rogamos que nos ayudes a que pongamos en practica con diligencia la sinceridad y la veracidad en todas nuestras relaciones. Enfrentando la ira con rapidez, no permitiendo e influya en la forma como tratar a los demás. amén
Dios sature nuestros corazones con Su perfecto amor,
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