Apagando el enojo: «Meditad en vuestro corazón y guardad silencio»
El enojo es como un fuego que necesita ser cuidadosamente controlado, de lo contrario puede causar serios problemas. Hemos visto algunos de sus «efectos tóxicos». Ya nos advierte el autor de Proverbios que «aquel que fácilmente se enoja, hará locuras» (Pr. 14:17). Es interesante observar que el texto antes considerado (Ef. 4:26) es una cita del Salmo 4:4: «En vuestro enojo no pequéis; cuando estéis en vuestras camas, meditad en vuestro corazón y guardad silencio» (Traducción literal de la versión inglesa «New International Version»).
El versículo original, por tanto, nos da la primera clave para atemperar el enojo: la meditación y silencio. Estos momentos de quietud interior serán como gotas de agua que refrescan la tierra ardiendo por el fuego. Será entonces cuando oiremos la voz suave del Juez justo preguntándonos como a Jonás: «¿Haces tú bien en enojarte tanto?» (Jon. 4:4), o susurrando a nuestro corazón: «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré dice el Señor... No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Ro. 12:19, 21). Estos «descubrimientos», paso a paso, irán apaciguando la intensidad de nuestra ira y serán el antídoto contra el resentimiento y el odio.
Odiar no es inevitable, es una decisión.
Hay personas especialistas en hacer «confitura de resentimiento»: guardan el enojo en su corazón hasta terminar llenos de amargura y con una visión victimista de la vida piensan que todo y todos van en contra de ellos. ¿Por qué les ocurre esto? Importa destacar que en este proceso de intoxicación juega un papel central la voluntad. A diferencia del enojo que surge de forma espontánea y es inevitable, el odio y el resentimiento no son inevitables sino que crecen en la medida que se los alimenta. Yo no puedo evitar enojarme, pero sí puedo evitar que este sentimiento se convierta en odio. Ello es así porque el odio, al igual que el amor, es más que una emoción, es una decisión, nace de la voluntad. Yo puedo rehusar odiar de la misma manera que puedo decidir amar. Ahí es donde empezamos a entender la demanda del Señor Jesús de amar a los enemigos. Como sentimiento natural, es imposible, pero en tanto que decisión es posible, en especial cuando contiene la capacitación sobrenatural del Espíritu Santo y no depende sólo de nuestro esfuerzo. Esta capacidad para detener el odio y transformarlo en paz interior y en pacificación es una de las características más distintivas de la ética cristiana. Su presencia es revolucionaria y transforma personas, relaciones y hasta comunidades enteras.
Un ejemplo singular lo tenemos en el líder sudafricano Nelson Mandela. Según algunos historiadores contemporáneos, el secreto de la gran influencia sobre su país se puede resumir en una sola frase: rehusó odiar o amargarse. Así lo describe uno de sus biógrafos: «Fue porque rehusó odiar o amargarse que pudo nacer una Sudáfrica multiracial no sobre un baño de sangre, sino en paz y democracia» ¡Qué síntesis más admirable de la vida de una persona! La injusticia y la ofensa -estuvo veintisiete años en la cárcel por razones políticas- lejos de destruirle estimularon su valentía y su esperanza.
Piensa bien y acertarás... piensa mal y te amargarás
La sabiduría popular expresada en forma de refranes suele no equivocarse. Pero en el caso del aforismo «piensa mal y acertarás» yerra por partida doble. Desde el punto de vista psicológico es un grave error porque ser un malpensado siempre lleva a una visión paranoide del mundo. Hasta tal punto es un veneno emocional que más bien deberíamos decir «piensa mal y te amargarás». Todos los expertos en salud mental están de acuerdo en este principio: uno no puede pasarse la vida desconfiando de los demás sin que ello le pase una factura muy alta en su salud física y emocional.Y esta actitud, que es perjudicial emocionalmente, también lo es desde el punto de vista espiritual. De hecho, puede llegar a ser un pecado por cuanto la amargura apaga el Espíritu Santo. El lema del creyente debe ser «piensa el bien y tendrás paz». Ello nos lleva a preguntarnos: ¿cómo se consigue esto?
Dr. Pablo Martínez Vila
Un corazón libre de ira, enojo, resentimiento, amargura, falta de perdón, repercute en todo tu ser, y por eso muchos están enfermos de huesos y otras enfermedades, un corazón libre de toda esa basura tiene paz, gozo, y su salud es buena, Se diligente vence el mal con el bien , piensa en cómo librarte de contaminar tu corazón y tendrás paz y Dios te usará con gracia y podery serás un instrumento de paz en Sus preciosas manos. Dios te bendiga,
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