¿QUÉ HARÉ EN EL CIELO?
Aunque la mayoría de nosotros entiende que el cielo es un lugar de
mucho gozo y regocijo, podemos preguntarnos qué estaremos
haciendo allá. Algunos cristianos han llegado a expresar su
preocupación de que pudiera ser aburrido.
Aunque la alabanza a nuestro Señor y Salvador será una parte
esencial de nuestra actividad, debemos tener cuidado de no verla
estrictamente desde la perspectiva de nuestra presente
experiencia terrenal. Ahora estamos viviendo en cuerpos carnales,
y luchamos con nuestro egocentrismo, pero seremos libres del
egoísmo y tendremos gozo constante al alabar al Señor. Llegará el
día en que veremos las cosas como son en realidad (1 Co 13.12).
Al ver plenamente de qué nos salvó Cristo, y ver la gloria que nos
tiene preparada, no podremos evitar darle gracias y exaltarlo con
gozo.
En realidad, todo lo que hagamos será un acto de adoración. El
Señor contó una parábola en Lucas 19.12-16, que enseña
claramente que recibiremos responsabilidades en el cielo conforme
a nuestro grado de fidelidad con lo que Dios nos confió en la tierra.
Aun en la eternidad, somos descritos como siervos del Señor (Ap
22.3). Nuestro servicio a Cristo comenzó en el momento que fuimos
salvos, y continuará por siempre. La reubicación en el cielo no
implicará la terminación del servicio, sino la perfección del mismo;
toda frustración, toda derrota, y toda insuficiencia que hayan
acompañado a nuestra labor desde la caída de la humanidad, serán
eliminadas.
¿CÓMO PUEDO PREPARARME PARA EL CIELO?
El estar al tanto de la gloria que nos espera en la eternidad, debe
motivarnos a vivir para Cristo durante nuestro tiempo en la tierra.
Mantener una perspectiva de lo eterno nos capacita para soportar
las adversidades y el sufrimiento sin desanimarnos. Como Pablo,
entenderemos que “las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse” (Ro 8.18). Cuando las dificultades de esta vida se
vuelvan agobiantes, recuerde que las únicas congojas y sufrimientos
que usted experimentará serán durante su vida terrenal, pero que
el gozo del cielo será suyo para siempre.
Mientras permanezcamos en este mundo, Dios tendrá trabajo para
nosotros. Como testigos de Cristo, tenemos la responsabilidad de
hablar a otros del Salvador, para que ellos, también, puedan estar
con Él para siempre. De hecho, todo lo que hagamos, debemos
hacer como para el Señor (Col 3.23, 24). Nuestro propósito debe
ser vivir para Él, no para nuestros propios placeres y ambiciones.
La conciencia de la eternidad debe motivarnos a vivir en santidad,
de modo que seamos dignos de recibir una recompensa. Cuando
estemos ante el tribunal de Cristo, no nos preocupará nuestro
destino final; pues ya fue resuelto en la cruz. Pero Él evaluará
nuestras obras y nos recompensará conforme a las mismas (1 Co
3.10-15). Quienes fueron siervos fieles, serán recompensados con
mayores responsabilidades y con el elogio del Señor (Mt 25.20-
23).
Cada día es una oportunidad que tenemos de prepararnos para
nuestro hogar eterno. Es muy fácil desviarse por las
preocupaciones de esta vida, pero lo que hagamos hoy determinará
lo que experimentaremos en la eternidad. Invirtamos nuestra vida
en el servicio fiel a Dios, el elogio de Cristo de “bien, buen siervo
y fiel” será digno de cualquier sacrificio terrenal.