Tomad y comed
Lo que significa para Cristo ofrecerse a sí mismo como alimento
por Erin Gieschen
En la Última Cena, Jesús partió el pan y volvió a referirse a éste como su cuerpo. Los discípulos probablemente recordaron cómo había aumentado su fe ver a su Señor partir los cinco panes y ver a la gente comer hasta quedar satisfecha. Y los Doce habrían recordado cuando su fe se vio conmocionada al pronunciar Jesús las extrañas palabras que hicieron que sus seguidores se convirtieran en sus enemigos: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre… de cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (vv. 51, 53). Jesús, el hijo de un carpintero, no solo afirmó que Dios lo había enviado desde el cielo, sino que también se refirió a sí mismo como un sacrificio humano.
Sus palabras no tenían mucho sentido para alguien que no creía que era Aquel, el Creador y la Fuente. La gente lo quería como maestro, profeta, obrador de milagros, o como rey, pero no como Señor. Deseaban que Él les diera todo lo que ellos necesitaban y querían, y les dijera cómo llevarse bien con Dios. Pero al llamarse Él a sí mismo “el pan de vida” (v. 35), Jesús proclamó que Él era todo lo que cualquier persona necesitaba, y que nada más podía satisfacerla plenamente. Dejando de lado la metáfora, ésta no era una afirmación simple. Las palabras de Jesús se ganaron la antipatía de sus primeros seguidores, y aún hoy, muchos se resisten a la idea de que derivamos nuestra vida solamente de Él. Sin embargo, cuando participamos en la Cena del Señor o Comunión, esta es la realidad de la cual, en el fondo, Él quiere que nos alimentemos, para que ella se convierta en parte de quienes somos.
“Trabajad, no por la comida que perece”, dijo Jesús a sus discípulos, “sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará” (Jn 6.27). Al decir esto, repitió el llamamiento divino de Isaías 55.1, 2:
“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed… ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura”.
Esta ha sido desde el principio la invitación de Dios a la humanidad, llamándonos a volver a Él para que podamos recibir y conocer verdaderamente la plenitud de vida que el Señor ofrece.
Aquella noche en el aposento alto, el Señor Jesús se reveló a sus discípulos como el pan que es partido voluntariamente y compartido con todos. Esto es amor sacrificado al máximo. Al ofrecerse a sí mismo como alimento y decirles “tomad y comed”, les estaba diciendo, en esencia: “Voy a morir en lugar vuestro, y a vencer la muerte por vosotros, y esto os dará vida verdadera. Yo seré vuestra comida, y mi vida correrá a través de vuestras venas. Todos los que confían en mí, se convierten en mi cuerpo en la tierra”. Al decir que lo comamos o, en otras palabras, que lo consumamos, Jesús está pidiendo todo de nosotros, pero solo después de entregarnos a Él por completo.
Esto es lo que hacemos cada vez que celebramos la Cena del Señor: estamos participando y confirmando este misterioso intercambio. Cuando tomamos parte en la Comunión, recordando el cuerpo de Cristo, quebrado por nosotros, y su sangre, derramada por nosotros, no podemos vivir ya como si nosotros fuéramos nuestra propia fuente. Si creemos realmente en su evangelio de vida eterna solo por medio de Él, ya no buscaremos nuestro alimento verdadero en nadie o en nada más.
Incluso en el acto de comer cada día, lo que es indispensable para sustentar nuestros cuerpos físicos, podemos recordar quién es “el pan nuestro de cada día”. Y cuando lo hacemos, no podemos dejar de dar gracias por lo que Él nos ha dado. La vida de Cristo es nuestra vida. Se nos ha dado todo.
Isaías 30:20-21
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
20 Bien que os dará el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus maestros nunca más te serán quitados, sino que tus ojos verán a tus maestros.
21 Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda.
En lugar de juzgar a su pueblo, Jehová ansía bendecirlo. El día vendrá cuando el pueblo escuchará a maestros como Isaías y seá guiado por la mano del Señor. Gracias a ello, abandonará la idolatría y hará suyo el culto verdadero. En aquel día toda la naturaleza se mostrará benignia y la gloria de Dios resplandecerá más que el sol.
Véase Isaías 29:17-24... Los sordos oirán.. los ciegos verán: La ceguera y la sordera no serán permanentes, un día Israel verá, oirá y aprenderá doctrina (v.23) Libano, afamado por sus ricos bosques, simboliza la restauración de la fertilidad de la tierra, lo cual acompañará la rehabilitación de los extraviados.
Dios sea propicio a ti hoy y siempre,
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