El alma, como el cuerpo, está también sometida a numerosas enfermedades. Se debilita, languidece, se hunde y puede llegar a morir perdiéndose para siempre. Incluso las personas más fuertes, como el profeta David o el apasionado Pedro, tienen sus debilidades, se desgastan, sufren dudas de fe, se cansan de orar. Hasta pueden caer en el alejamiento progresivo que lleva a perder el entusiasmo y la condición de seguidores del Señor. Así se presenta lo que llamamos pecado grave o muerte del alma, porque se pierde poco a poco el amor y se desvanece la vida de la gracia. Estamos ante la peor desgracia para las almas. Y todo comienza por dejar de orar o por orar mediocremente.
De modo que te rejuvenezcas como el águila (Salmo 103:5)
La palabra de Dios nos enseña a través del libro de los salmos que nuestra alma puede experimentar un proceso, como el que experimentan las águilas; es un ave de gran tamaño, fuerte y con grandes garras; pero hay un tiempo en el que el águila necesita de nuevas alas, pico y garras, el no renovarlas significaría quedarse inmovilizada hasta el punto de morir.
Así que le quedan dos opciones dejarse morir, o renovarse, aunque esto significa un proceso doloroso, sufrido, de la misma manera el creyente necesita algunas veces renovarse delante de Dios y venir a la peña mas alta que él, para renovarse en Dios. El salmista nos enseña como el alma necesita rejuvenecerse al igual que lo hace el águila, David, en ese proceso le enseña a su alma como poder alcanzar la restauración y la renovación.
El perdón es la medicina que sana el dolor del alma, es el sentimiento que devuelve la esperanza, es el milagro que renueva o restaura, es la magia que nos permite recordar sin sufrir, y muchas veces olvidar aquello que tanto nos hizo llorar, nos robó la fe, en el amor, en la amistad, en Dios, en uno mismo o en los demás.
Hay casos en los que nos cuesta reconocer, que es a nosotros mismos a los que debemos perdonar; porque nos culpamos de muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor, juzgamos muy severamente nuestros errores, nos atormentamos por lo que dejamos de hacer o hicimos mal; divorcios, muertes, separaciones, palabras dichas y otras que no se dijeron, flores marchitas, historias de amor y amistad que no lograron terminar de escribirse o que tuvieron un triste final, y nos quedamos estancados en el pasado sin poder avanzar; negándonos la oportunidad de empezar de nuevo, liberarnos, restaurar, renovar. Para encontrar la paz del alma, hace falta perdonar también a los demás; la palabra que dolió, la traición que golpeó, la acción que la vida destrozó, el abandono que dejó vacíos internos.
Perdonar es empezar de nuevo, amar con tanta intensidad que hagamos del perdón el milagro que restaure nuestra vida, le devuelva la paz y la esperanza perdida; y nos llene de fuerza y fe para hacer nuestros sueños realidad. Solo Dios nos da esa capacidad de perdonar; de El recibimos y aprendemos el perdón que le devuelve la paz al corazón.