Hay toda clase de modelos para evangelizar en la actualidad,
pero quizás uno de los más efectivos provenga del pasado
por Jamie A. Hughes
Campos verdes salpicados de pintorescas casas y de animales pastando, impresionantes
costas en las que se destaca la presencia de castillos, y aldeas con calles empedradas.
Estos son los paisajes que uno puede imaginar cuando piensa en Irlanda. Aunque
esta nación insular puede parecer imperturbable y anclada en el tiempo, la mayoría de
las personas no saben que hace muchos años Irlanda fue el sitio de una revolución espiritual,
un lugar donde el cristianismo echó raíces, a pesar de enormes dificultades, y donde floreció
una fe cristiana muy singular durante la Edad Media. ¿Qué hizo tan especiales y efectivos a
quienes evangelizaron a los antiguos irlandeses? Que su método de evangelización se basó en
dos principios fundamentales: la acogida a las personas y el acercamiento a ellas.
Acogida
Hoy día, nuestra cultura se caracteriza por la tendencia a dividir la vida en esferas diferentes:
el trabajo, la escuela, el hogar, los pasatiempos, la iglesia. Cada vez es más común que las
personas que encontramos en una esfera, no tengan nada que ver con las demás. En muchos
casos, nuestros compañeros de trabajo rara vez reciben una pequeña muestra de nuestra fe, y
con los vecinos no nos va mucho mejor. Cuando limitamos la conversación espiritual a los
domingos y a los miércoles por la noche en la iglesia, nuestros amigos y compañeros de
trabajo no creyentes no experimentan la oportunidad de ver directamente la diferencia que
Cristo hace en todos los aspectos de la vida de una persona.
Los primeros creyentes irlandeses decidieron vivir de una manera diferente: tenían vidas
integradas, donde coexistían el trabajo y la fe, y los miembros de la comunidad se
fortalecían apoyándose unos a otros. La sencilla verdad de que las personas necesitaban
de otras, condicionaban todo lo que estos primeros cristianos hacían, que los inspiraba a
acercarse a sus vecinos por medio de las relaciones cotidianas.
Para los creyentes celtas, el método para evangelizar comenzaba con la acogida a los
extraños en un punto central de comunidad espiritual: una clase diferente de monasterio
del que podemos imaginar hoy al escuchar esa palabra. Un abad, la figura paterna de la
comunidad, podía pasar tiempo familiarizándose con las personas, y ayudándolas en sus
necesidades físicas y espirituales