Dios no iba a permitirle a Jonás que corriera para siempre, y por eso envió una tormenta para que detuviera
la huida del hombre. El agua se estrellaba contra la cubierta del barco, y Jonás sabía cuál era la solución.
La tormenta podía calmarse, pero los marineros tendrían que lanzarlo al agitado mar. Los hombres se
resistieron a hacerlo, pero en un momento de desesperación, antes de que la embarcación se hiciera pedazos,
la tripulación arrojó a Jonás por la borda.
Dios vino al rescate, aunque de una manera poco convencional: un animal de las profundidades se tragaría a
Jonás. Dios tenía “preparado” (y no puedo evitar reírme de esta palabra) un enorme pez para que tuviera de
cena al hombre (v. 17). Puesto que sabemos cómo termina la historia, podemos dar un suspiro de alivio por
Jonás. Pero si usted es un tipo que es lanzado a las olas furiosas y tragado por una gigantesca criatura marina,
nada de esto le parece una buena noticia. Dios “preparó” a Jonás y se ocupó de él, sumergiéndolo en las
profundidades, en la muerte.
La Biblia nos dice que después de haber sido lanzado al violento abismo y tragado por el animal, Jonás
instintivamente se volvió a Dios. “Desde el vientre del pez”, dice el texto, “oró Jonás” (2.1). Cuando estamos
más desesperados y más frustrados, cuando todas nuestras maneras habituales de manejar el caos a
nuestro alrededor son inútiles, entonces la mayoría de nosotros oramos. La vieja frase dice que uno no
encontrará ateos en las trincheras. Usted podría decir lo mismo, de estar en el oscuro vientre de un pez o,
en realidad, dentro de cualquier lugar oscuro en que nos encontremos.
Agatón, un cristiano del siglo IV, dijo: “La oración es una batalla hasta el último aliento”. Orar es resistir la
tentación a lo que está mal en el mundo y volverse a Dios, quien puede tomar lo que está mal y transformarlo en bien.
En el último año, dos matrimonio que son mis amigos, han padecido trágicas crisis debido a la salud de sus hijos.
Ambas eran situaciones de vida o muerte. Las dos crisis ensancharon al máximo la fe y el equilibrio mental de los
padres. Ambas parejas se encontraron de inmediato orando, y pidiendo también a otros que hicieran lo mismo,
por la ayuda de Dios. Esta instintiva súplica no fue provocada por el consejo de un pastor, ni tampoco por haber
creído que el hacer eso salvaría la vida de sus hijos. Más bien, las agónicas oraciones que ofrecían surgían de
un profundo dolor que había en sus almas, y de su instintiva y tenaz fe en Aquel que podía realmente ocuparse
de toda su angustia.
La Biblia nos dice que Jonás oró desde las profundidades de la tumba (v. 2). La traducción cruda dice que Jonás
clamó desde “el vientre del Seol”. En el Antiguo Testamento, el Seol representaba el mundo de los muertos. Algunos
eruditos dicen que el Seol no era entendido como la vida venidera de la manera que enseña el Nuevo Testamento,
sino más bien como un lugar donde la vida ha sido completamente silenciada. El teólogo Philip Cary describe al Seol
como “lo que es la muerte antes de todo lo que fuera cambiado por la resurrección de Jesucristo”. En otras palabras,
Jonás estaba ahogado en la muerte, y no podía pretender que su situación no fuera desesperada. Como le gustaba
decir a Flannery O’Connor: “Usted no puede conseguir algo que sea peor que la muerte”.
por Winn Collier
Somos siervas de Dios que trabajamos por la
restauración integral del Cuerpo de Cristo y especialmente
en la restauración de la mujer en todas las áreas