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De: Laura Frias (Mensaje original) |
Enviado: 31/08/2017 00:46 |
La nieve cortó el camino
La nieve
cortó el camino
tú no estabas
me senté con las piernas cruzadas
contemplando tu rostro
con los ojos cerrados.
No pasaban barcos ni volaban aviones
tú no estabas
yo permanecía apoyado en la pared
hablando y hablando
sin abrir la boca.
Tú no estabas
mis manos te acariciaban
yo me tapaba la cara con las manos.
Nazim Hikmet
Diciembre de 1959
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DE ZORRILLA
Corriendo van por la vega a las puertas de Granada hasta cuarenta gomeles y el capitán que los manda. Al entrar en la ciudad, parando su yegua blanca, le dijo éste a una mujer que entre sus brazos lloraba: “Enjuga el llanto, cristiana no me atormentes así, que tengo yo, mi sultana, un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada, tengo jardines y flores, tengo una fuente dorada con más de cien surtidores, y en la vega del Genil tengo parda fortaleza, que será reina entre mil cuando encierre tu belleza. Y sobre toda una orilla extiendo mi señorío; ni en Córdoba ni en Sevilla hay un parque como el mío. Allí la altiva palmera y el encendido granado, junto a la frondosa higuera, cubren el valle y collado. Allí el robusto nogal, allí el nópalo amarillo, allí el sombrío moral crecen al pie del castillo. Y olmos tengo en mi alameda que hasta el cielo se levantan y en redes de plata y seda tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres, que desiertos mis salones están, mi harén sin mujeres, mis oídos sin canciones. Yo te daré terciopelos y perfumes orientales; de Grecia te traeré velos y de cachemira chales. Y te daré blancas plumas para que adornes tu frente, más blanca que las espumas de nuestros mares de Oriente. Y perlas para el cabello, y baños para el calor, y collares para el cuello; para los labios…¡amor!
“¿Qué me valen tus riquezas -respondióle la cristiana-, si me quitas a mi padre, mis amigos y mis damas? Vuélveme, vuélveme, moro a mi padre y a mi patria, que mis torres de León valen más que tu Granada”
Escuchóla en paz el moro, y manoseando su barba, dijo como quien medita, en la mejilla una lágrima:
“Si tus castillos mejores que nuestros jardines son, y son más bellas tus flores, por ser tuyas, en León, y tú diste tus amores a alguno de tus guerreros, hurí del Edén*, no llores; vete con tus caballeros”
Y dándole su caballo y la mitad de su guardia, el capitán de los moros volvió en silencio la espalda.
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¡Què belleza de poema y de paisaje!
Gracias Elopolis |
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Gracias por leerlo, este tambien me gusta mucho
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia y luego con gravedad decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco al niño que pone el coco y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia hallar a la que buscáis, para pretendida, Tais, y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien.
Opinión ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis que con desigual nivel a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada?
Mas entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y queja enhorabuena.
Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?
¿Pues para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar y después con más razón acusaréis la afición de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.
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De: diana72 |
Enviado: 20/07/2018 16:56 |
Me Dijo Bajito: Amor Mío, Rabindranath Tagore
Me dijo bajito: “Amor mío, mírame en los ojos. “Le reñí, agria, y le dije: “Vete.” Pero no se fue. Se vino a mí y me cogía las manos… Yo le dije: “Déjame.” Pero no se fue.
Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco, me quedé mirándolo, y le dije: “¿No te da vergüenza?” Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí, y le dije: “¿Cómo te atreves, di?” Pero no le dio vergüenza.
Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: “¡Es en vano!” Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue. Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón: “Por qué, por qué no vuelve?”
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Dos poemas de Konstantin Cavafis
Regresa
Vuelve a menudo y tómame, amada sensación, regresa y tómame. Cuando la memoria del cuerpo despierta, su viejo deseo vuelve a rodar en la sangre; cuando los labios y la piel recuerdan mis manos sienten como si tocaran de nuevo. Vuelve a menudo y tómame, en la noche, cuando mis labios y mi piel recuerdan...
Versión de César Conti
Sol de la tarde
Sí, yo recuerdo muy bien esta habitación! Esta pieza y la otra se han alquilado a empresas comerciales: toda la casa está ocupada por comerciantes, agentes, compañías. Ah, yo conozco muy bien esta habitación...! El diván estaba allí, junto a la puerta, y al pie de él un tapiz de Turquía. Al lado, la repisa con dos floreros amarillos. A la derecha, no, enfrente, un armario con espejo. En el centro, una mesa y tres grandes sillas de paja. Cerca de la mesa, el lecho donde nos amamos tantas veces. Pobres muebles, aún deben existir en algún lado... Cerca de la ventana, el lecho. El sol de la tarde daba justo en el centro. Un día, a las cuatro, nos separamos por sólo una semana. Ay!, esa semana dura todavía. Versión de Pedro Bádenas de la Peña
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Una de las joyas de la poesía española: Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Sobresale de sus restantes poemas, pues ninguno de ellos se le iguala.
I Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el plazer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor. II Pues si vemos lo presente cómo en un punto s'es ido e acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo non venido por passado. Non se engañe nadi, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de passar por tal manera. III Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, qu'es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos. INVOCACIÓN IV Dexo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; non curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo non conoció su deidad. V Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientra vivimos, e llegamos al tiempo que feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos. VI Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, segund nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel fijo de Dios para sobirnos al cielo descendió a nescer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. VII Si fuesse en nuestro poder hazer la cara hermosa corporal, como podemos hazer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta! VIII Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos. Dellas deshaze la edad, dellas casos desastrados que acaeçen, dellas, por su calidad, en los más altos estados desfallescen. IX Dezidme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color e la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas e ligereza e la fuerça corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud. X Pues la sangre de los godos, y el linaje e la nobleza tan crescida, ¡por cuántas vías e modos se pierde su grand alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán baxos e abatidos que los tienen; otros que, por non tener, con oficios non debidos se mantienen. XI Los estados e riqueza, que nos dexen a deshora ¿quién lo duda?, non les pidamos firmeza. pues que son d'una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual non puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa. XII Pero digo c'acompañen e lleguen fasta la fuessa con su dueño: por esso non nos engañen, pues se va la vida apriessa como sueño, e los deleites d'acá son, en que nos deleitamos, temporales, e los tormentos d'allá, que por ellos esperamos, eternales. XIII Los plazeres e dulçores desta vida trabajada que tenemos, non son sino corredores, e la muerte, la çelada en que caemos. Non mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar. XIV Esos reyes poderosos que vemos por escripturas ya passadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; assí, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores e perlados, assí los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. XV Dexemos a los troyanos, que sus males non los vimos, ni sus glorias; dexemos a los romanos, aunque oímos e leímos sus hestorias; non curemos de saber lo d'aquel siglo passado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer, que también es olvidado como aquello. XVI ¿Qué se hizo el rey don Joan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hizieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción como truxeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas e los torneos, paramentos, bordaduras e çimeras? XVII ¿Qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos, sus olores? ¿Qué se hizieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel dançar, aquellas ropas chapadas que traían? XVIII Pues el otro, su heredero don Anrique, ¡qué poderes alcançaba! ¡Cuánd blando, cuánd halaguero el mundo con sus plazeres se le daba! Mas verás cuánd enemigo, cuánd contrario, cuánd cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuánd poco duró con él lo que le dio! XIX Las dávidas desmedidas, los edeficios reales llenos d'oro, las vaxillas tan fabridas los enriques e reales del tesoro, los jaezes, los caballos de sus gentes e atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos?; ¿qué fueron sino rocíos de los prados? |
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Segunda parte
XX Pues su hermano el innocente qu'en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excellente tuvo, e cuánto grand señor le siguió! Mas, como fuesse mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh jüicio divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua. XXI Pues aquel grand Condestable, maestre que conoscimos tan privado, non cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas e sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dexar? XXII E los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, c'a los grandes e medianos truxieron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue amatada? XXIII Tantos duques excelentes, tantos marqueses e condes e varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, e traspones? E las sus claras hazañas que hizieron en las guerras y en las pazes, cuando tú, cruda, t'ensañas, con tu fuerça, las atierras e desfazes. XXIV Las huestes inumerables, los pendones, estandartes e banderas, los castillos impugnables, los muros e balüartes e barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo passas de claro con tu flecha. XXV Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues qu'el mundo todo sabe cuáles fueron. XXVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados e parientes! ¡Qué enemigo d'enemigos! ¡Qué maestro d'esforçados e valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benino a los sujetos! ¡A los bravos e dañosos, qué león! XXVII En ventura, Octavïano; Julio César en vencer e batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber e trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su braço, Aureliano; Marco Atilio en la verdad que prometía. XXVIII Antoño Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en la elocuencia; Teodosio en humanidad e buen talante. Aurelio Alexandre fue en desciplina e rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el grand amor de su tierra. XXIX Non dexó grandes tesoros, ni alcançó muchas riquezas ni vaxillas; mas fizo guerra a los moros ganando sus fortalezas e sus villas; y en las lides que venció, cuántos moros e cavallos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas e los vasallos que le dieron. XXX Pues por su honra y estado, en otros tiempos passados ¿cómo s'hubo? Quedando desamparado, con hermanos e criados se sostuvo. Después que fechos famosos fizo en esta misma guerra que hazía, fizo tratos tan honrosos que le dieron aun más tierra que tenía. XXXI Estas sus viejas hestorias que con su braço pintó en joventud, con otras nuevas victorias agora las renovó en senectud. Por su gran habilidad, por méritos e ancianía bien gastada, alcançó la dignidad de la grand Caballería dell Espada. XXXII E sus villas e sus tierras, ocupadas de tiranos las halló; mas por çercos e por guerras e por fuerça de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portogal, y, en Castilla, quien siguió su partido. XXXIII Después de puesta la vida tantas vezes por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero; después de tanta hazaña a que non puede bastar cuenta cierta, en la su villa d'Ocaña vino la Muerte a llamar a su puerta, XXXIV diziendo: "Buen caballero, dexad el mundo engañoso e su halago; vuestro corazón d'azero muestre su esfuerço famoso en este trago; e pues de vida e salud fezistes tan poca cuenta por la fama; esfuércese la virtud para sofrir esta afruenta que vos llama." XXXV "Non se vos haga tan amarga la batalla temerosa qu'esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dexáis. Aunqu'esta vida d'honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal, peresçedera." XXXVI "El vivir qu'es perdurable non se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones e con lloros; los caballeros famosos, con trabajos e aflicciones contra moros." XXXVII "E pues vos, claro varón, tanta sangre derramastes de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganastes por las manos; e con esta confiança e con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperança, qu'estotra vida tercera ganaréis." [Responde el Maestre:] XXXVIII "Non tengamos tiempo ya en esta vida mesquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; e consiento en mi morir con voluntad plazentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura." [Del maestre a Jesús] XXXIX "Tú que, por nuestra maldad, tomaste forma servil e baxo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos sofriste sin resistencia en tu persona, non por mis merescimientos, mas por tu sola clemencia me perdona". FIN XL Assí, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos e hermanos e criados, dio el alma a quien gela dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria. |
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Permanece una imagen
Sería la una de la noche o la una y media acaso En un rincón de la taberna, tras el tabique de madera. Los dos tan sólo en el lugar vacío. Una lámpara de petróleo vagamente lo iluminaba. Dormía el sirviente a la puerta la fatiga de la vigilia. Nadie podría vernos. Aunque ahora la pasión era tan intensa que la prudencia desbordaba. Entreabrimos nuestros vestidos, ya muy escasos en el ardor de un divino mes de julio. Cuerpo gozado en la levedad de las ropas entreabiertas. Desnudez breve de la carne, cuya imagen ha atravesado veintiséis años y ahora acude y permanece en el poema.
Constantino Kavafis
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De: diana72 |
Enviado: 28/08/2018 18:33 |
El cuerpo y su misterio
Jamás he logrado amar un cuerpo desnudo. Un cuerpo despojado de todo me sume en la tristeza y en la orfandad.
Acariciar un cuerpo sin misterio es visitar una casa vacía. Amo sus espacios como una urdimbre de luces y de sombras, de colinas y arroyos, de laderas, y dulces hendiduras. Así se rompe la monotonía de la lisa superficie.
Por eso me encantan esos trapos ¡Tan bellos! que intentan ocultar lo más obvio de un cuerpo femenino, y que son el prefacio al amor que despliega el camino de la sangre.
Me gusta ir descubriendo los senderos, los atajos, las esquinas, los recodos, las colinas; sorprender maravillado la orografía de la piel y sus murmullos; la humedad y la sequía, y quedarse enamorado ante las flores más ocultas, en un encantamiento que significa desvelar una gota del misterio de un cuerpo femenino hecho piel y conciencia. Rolando Salas Cabrera. Invierno del 2018
Un poema que escribí hace unos años. Harto ya de oír hablar del alma. Del espíritu. Quería volver al cuerpo, esta osamenta que nos trae y que nos lleva.
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Rolando Salas está de acuerdo con un personaje del libro "La isla de los pinguinos" de Anatole France. Por si no lo han leído, resumo esta parte: Un santo presunto parte navegando en plan de evangelización. Desembarca en una isla habitada por personas muy elegantes y solemnes, un tanto más pequeñas que lo normal: El santo es muy corto de vista. Bautiza a esos seres. La corte celestial se escandaliza y busca solución. Se sugiere la transformación de los pinguinos de la isla en seres humanos. El demonio, disfrazado de monje, convence al santo de la importancia de vestir a los nuevos bautizados:
"......Meditadlo, padre
mío; aún estáis a tiempo. Vestir a los pingüinos es
asunto de mucha trascendencia. Actualmente,
cuando un pingüino desea a una pingüina, conoce lo
que desea y limita sus ansias al conocimiento preciso
del objeto ansiado. En este momento, sobre la playa,
dos o tres parejas de pingüinos complacen sus
amorosas ansias a la luz del sol. ¡Observad con qué
sencillez lo hacen! A nadie preocupa esto, y ellos
mismos no le conceden mucha importancia. Pero
cuando los pingüinos vayan cubiertos, el macho no
se dará cuenta exacta de lo que le atrae hacia la
hembra, sus deseos indeterminados se ramificarán
en una multitud de ensueños y de ilusiones, el amor
originará mil dolorosas locuras. Y, entretanto, las
pingüinas entornarán los ojos, se morderán los
labios y darán a entender que guardan baja sus velos
un tesoro. ¡Qué desdicha!
"El mal será tolerable mientras los pueblos no
dejen de ser pobres y rudos; pero apenas pasen mil
años, los velos que ofrecéis a las hijas de Alca se
habrán convertido en armas terribles. Si lo permitís,
puedo anticiparos una idea de lo que sucederá.
Traigo en este cofre algunos atavíos. Llamemos a
una de las pingüinas menos solicitadas y
adornémosla lo mejor que podamos.
"Precisamente viene una hacia nosotros. No es
más hermosa ni más fea que la generalidad: es joven,
pero nadie la mira. Se pasea indolentemente entre las
rocas con un dedo en la nariz y se rasca la espalda
con la otra mano. Fácil es advertir que su garganta es
huesuda y sus pechos marchitos, que su vientre
abulta demasiado y sus piernas son cortas. Sus
rodillas amoratadas flaquean a cada paso que da. Sus
pies, anchos y rugosos, se agarran a las peñas con
cuatro dedos ganchudos, mientras los pulgares se
alzan como las cabezas de dos serpientes en acecho.
Avanza; todos los músculos coadyuvan a este
trabajo, y el conjunto nos ofrece la imagen de una
máquina de andar más bien que de una máquina de
amor, aun cuando sea visiblemente lo uno y lo otro
y encierre varios mecanismos interiores. Ahora
veréis, apóstol venerable, lo que yo hago.”
En cuatro zancadas, el monje Magis llegóse a la
mujer pingüina, la tomó bajo un brazo y fue a
depositarla a los pies del santo varón.
Mientras la pingüina lloraba y suplicaba que no
le hiciesen daño alguno, el monje sacó de su cofre
un par de sandalias y le ordenó que se calzase.
-Oprimidos entre los cordones de lana -hizo
observar el anciano, sus pies resultan más pequeños.
Las suelas, de bastante grosor, aumentan la longitud
de las piernas y dan elegancia a la figura.
Mientras se calzaba, la pingüina dirigió al cofre
abierto una mirada curiosa, y al verlo rebosante de
galas y adornos dejó de llorar para sonreír.
El monje le trenzó los cabellos, se los recogió
después sobre la nuca y los coronó con un sombrero
de flores. Le puso en las muñecas brazaletes de oro
y envolvió su vientre y su busto en una faja de lino
blanco, de manera que su pecho presentaba una
arrogancia nueva y sus muslos adquirían un
contorno incitante.
-Podéis oprimir aún más -dijo la pingüina.
Cuando, con muy cuidadoso esmero, hubo
amoldado, realzándolas, las partes blandas del busto,
revistió todo el cuerpo con una túnica color de rosa
que acusaba suavemente los perfiles
-¿Cae bien? -preguntó la pingüina. Y con el talle
cimbreante, la cabeza inclinada y la barbilla apoyada
en el hombro, contempló ansiosamente los pliegues
de la falda.
Preguntóle Magis si le parecía demasiado largo el
traje, y respondió con mucha seguridad que no,
porque se lo recogería.
Asió con la mano izquierda la parte posterior del
vestido, lo oprimió oblicuamente sobre el muslo,
procuró descubrir algo los talones y se alejó con
paso menudo, balanceando las caderas.
No volvió la cara; pero, al pasar junto a un
arroyuelo, por el rabillo del ojo contempló su
imagen reflejada.
Un pingüino que la encontró por casualidad se
detuvo sorprendido, y luego cambió de dirección,
afanoso de seguirla. Mientras avanzaba por la playa,
los pingüinos que volvían de pescar la
contemplaron, se sintieron atraídos y la siguieron
también.
Los que descansaban sobre la arena se pusieron
en pie y se agregaron a los otros.
Sin interrupción, a su paso, alzábanse por los
senderos de las montañas, salían entre las grietas de
las rocas, surgían del fondo de las aguas más y más
pingüinos, que engrosaron el cortejo. Y todos,
hombres maduros, de robustas espaldas y de pelo en
pecho, débiles adolescentes, viejos caducos, se
apresuraban jadeantes para contemplarla, mientras
ella seguía tranquilamente como si nada viera.
-Padre mío -exclamó Magis-, mirad cómo andan
todos con la nariz al viento enfilada hacia el centro
esférico de la pingüina, porque lo ven cubierto de
rosa. La esfera inspira las meditaciones de los
geómetras por el número de sus propiedades.
Cuando procede de la naturaleza física y viva,
adquiere cualidades nuevas. Y para que el interés de
esta figura quedara plenamente revelado a los
pingüinos, sería necesario que dejasen de verla
claramente con los ojos y les obligáramos a
representársela en la imaginación. Yo mismo me
siento ya irresistiblemente atraído hacia la pingüina.
Acaso porque ese traje realza las curvas esenciales,
las simplifica magníficamente, las reviste de un
carácter sintético general y no acusa más que la idea
pura, el principio divino debiéramos decir; pero me
parece que al estrecharla entre mis brazos abrazaría
el firmamento de las voluptuosidades humanas.
Seguramente el pudor comunica á las mujeres un
atractivo invencible. Mi turbación es tal que me sería
imposible ocultarla.
Dijo, recogióse los hábitos y corrió hacia la
muchedumbre de pingüinos, empujólos, derribólos,
pisoteólos, aplastólos, hasta conseguir acercarse a la
hija de Alca; la detuvo y oprimió entre ambas manos
la esfera rosa que un pueblo entero acribillaba con
sus miradas y sus deseos, y que pronto desapareció,
apresada por los brazos del monje, en el fondo de
una gruta marina."
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Guitarra
Nicolás Guillén
A Francisco Guillén
Tendida en la madrugada, la firme guitarra espera: voz de profunda madera desesperada.
Su clamorosa cintura, en la que el pueblo suspira, preñada de son, estira la carne dura.
Arde la guitarra sola, mientras la luna se acaba; arde libre de su esclava bata de cola.
Dejó al borracho en su coche, dejó el cabaret sombrío, donde se muere de frío, noche tras noche,
y alzó la cabeza fina, universal y cubana, sin opio, ni mariguana, ni cocaína.
¡Venga la guitarra vieja, nueva otra vez al castigo con que la espera el amigo, que no la deja!
Alta siempre, no caída, traiga su risa y su llanto, clave las uñas de amianto sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra, toca tu son entero.
El son del querer maduro, tu son entero; el del abierto futuro, tu son entero; el del pie por sobre el muro, tu son entero...
Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra, toca tu son entero.
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De: diana72 |
Enviado: 15/09/2018 17:12 |
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Fui suyo, es un decir. Para sentirme un niño entre sus brazos. Para permitirme una lágrima liberando el espasmo de una pena.
Sin embargo, soy hombre y miento. Me confundo. Presumo de dureza, y es la herrumbre de mil fracasos que se esconden detrás de mi sonrisa envejecida.
Así fue el error, la trampa tendida en nuestros sueños. Y no tuve tus brazos ni tus besos. No tuve, ni siquiera la caricia de una simple mirada.
Y todo es esto: una ausencia infinita que me arrastra. La nostalgia de un sueño que se escapa.
Rolando Cabrera.
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Rosa tù, melancòlica
Nicolàs Guillèn
El alma vuela y vuela buscándote a lo lejos, Rosa tú, melancólica rosa de mi recuerdo. Cuando la madrugada va el campo humedeciendo, y el día es como un niño que despierta en el cielo, Rosa tú, melancólica, ojos de sombra llenos, desde mi estrecha sábana toco tu firme cuerpo. Cuando ya el alto sol ardió con su alto fuego, cuando la tarde cae del ocaso deshecho, yo en mi lejana mesa tu oscuro pan contemplo. Y en la noche cargada de ardoroso silencio, Rosa tú, melancólica rosa de mi recuerdo, dorada, viva y húmeda, bajando vas del techo, tomas mi mano fría y te me quedas viendo. Cierro entonces los ojos, pero siempre te veo clavada allí, clavando tu mirada en mi pecho, larga mirada fija, como un puñal de sueño.
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De: diana72 |
Enviado: 21/09/2018 19:11 |
Poema Ausencia de Jorge Luis Borges
Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
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