El estanque de Betesda era un lugar en el que, según una leyenda, de tanto en tanto descendía un ángel para agitar sus aguas y aquel que primero se sumergiera en aquellas sería sanado de sus enfermedades. Por esa razón eran muchísimos los enfermos que alrededor de aquel lugar se apostaban con la esperanza de ser sanados. El relato de Juan nos cuenta que a aquel sitio llegó Jesús con sus discípulos. Fijó su atención en aquel lisiado que cargaba con la pesada cruz de una larga enfermedad que lo mantenía postrado. La lectura de los Evangelios abunda en pasajes que nos enseñan que Jesús sentía gran compasión por los necesitados. Ese era el motor que lo movilizaba. Ayudar a los enfermos y desfavorecidos, no solo sanándolos, sino devolviéndoles la dignidad que el pecado les había robado. Movido pues, por esa compasión, se acercó a aquel pobre lisiado y le hizo la pregunta clave. ¿Querés ser sano? El texto siguiente nos dice que la respuesta de aquel enfermo lo mostró como un hombre que durante mucho tiempo había esperado en vano la ayuda de otras personas. ¿Y quién lo iba a ayudar? Si los que estaban en aquel estanque eran también enfermos pendientes de su propia necesidad antes que la del prójimo. Pero Jesús no se había acercado a él para que siguiera en ese triste estado el resto de su vida. ¡Levántate y anda! Fueron sus palabras, y el lisiado fue sanado en ese mismo instante. Mientras esperó la ayuda de los demás nada cambió, pero cuando llegó el socorro de Dios recibió el milagro.