El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”
Juan 10:10
Escuchamos de los mismos labios del Señor Jesús estas palabras dirigidas a sus oyentes de entonces, y a los actuales, o sea, a vos y a mí. ¿Y de quién estaba hablando cuando menciona al ladrón que hurta, mata y destruye? Pues hablaba del diablo y su obra homicida en contra de los seres humanos. Basta mirar con un mínimo de atención el mundo en que vivimos para comprobar, con profundo dolor, que esa obra destructora avanza día a día. Niños, y remarco niños, cayendo desde temprana edad en las redes del alcohol y la droga. Jóvenes sin proyectos perdidos en un mundo que, lejos de contenerlos, los expulsa con dureza al delito. Familias destrozadas, madres niñas concibiendo hijos, cuando debieran estar jugando con muñecas. Abortos, violaciones, crímenes, pornografía, vicios. Ese es el panorama desolador. Y en eso consiste la obra del diablo. Destruir lo que Dios ama: El hombre.
Pero, como un claro y alentador contraste entre aquella obra criminal y la obra de Dios, Jesús se presenta a sí mismo como aquel que viene a darle al hombre la verdadera vida. Él mismo encarna la victoria de Dios por sobre satanás. La victoria de la vida sobre la muerte. El triunfo del perdón de Dios sobre la culpa del pecado. Y fue en la cruz del calvario donde Jesús venció el horror diabólico mediante su gloriosa resurrección. Lo que el diablo quitó al hombre al hacerlo pecar, Dios, mediante su Hijo Jesús, se lo devolvió con creces.