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General: Promoción Política del Laicismo Masónico. #3
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De: Alcoseri (Mensaje original) |
Enviado: 14/02/2020 23:23 |
Vick Alcoseri en Masonería Universal
Promoción Política del Laicismo Masónico. #3
Las tres grandes opciones ideológicas de la humanidad: reflexión sobre la diversidad conviviendo en armonía
Agnósticos, Ateos y Creyentes.
Entendiendo que el único sistema político en donde todas estas corrientes ideológicas puedan convivir en paz y armonía , es el Sistema Político Laico, y este es el que la Masonería ha promovido por años. Recordemos los episodios del pasado siglo XX donde tanto el ateísmo como la creencia religiosa fueron factores de asesinatos masivos , persecuciones irracionales y los intentos de adoctrinamiento de masas , tales son los casos de España con el Franquismo y en Camboya con los Jemeres Rojos , solamente citando 2 dos de los muchos casos terribles, así Pol Pot líder de los Jemeres en Camboya se convirtió en el Ateo persecutor de creyentes, científicos o de todo aquel que pareciera sospechoso , por otro lado en España Francisco Franco fue el creyente religioso que persiguió comunistas, masones, ateos o todo aquel que pareciera sospechoso.
Una encuesta reciente en 2019 reveló tres tipos de convicciones espirituales en la población a nivel mundial. Los creyentes representan alrededor del 58%, si agregamos en esta categoría a las personas que juzgan cierta la existencia de Dios (24%) y aquellos que la juzgan probable (34%). Esto último podría compararse fácilmente con los agnósticos, que declaran que las cosas del más allá son incognoscibles e inciertas (agnostos: incognoscibles). Los ateos son alrededor del 41%, si agregamos aquellos que excluyen la existencia de Dios (22%) y aquellos que lo dicen improbable (19%). El segundo también podría estar relacionado con el agnosticismo, ya que ellos tampoco deciden. Descansa el 1% de las personas que no hablan en absoluto y representa el verdadero agnosticismo. Vemos que la tercera categoría, la de agnósticos, es la más débil desde cierto punto de vista, y la más numerosa de otra, si sumamos el 34%, el 19% y el 1%: 54% Finalmente, tenga en cuenta que ninguna de las opciones espirituales puede definirse negativamente. Un creyente basa sus valores en la referencia a la trascendencia divina. Un ateo no cree en Dios, pero puede basar sus valores en otros principios como el derecho natural o el civismo. Un agnóstico suspende su juicio, pero puede concebir una moralidad natural del hombre. En resumen, no se puede definir una opción espiritual por simple privación, y esta comprensión positiva es esencial para no delinear la discriminación entre los ciudadanos. Es en este sentido que interpretaremos la idea de Laicismo promovido por la Masonería desde hace cientos de años de que "El Estado respeta todas las creencias" , el término "todos" excluyendo cualquier privilegio otorgado a una de ellas.
Identificar la naturaleza de la diversidad espiritual , atea, agnóstica o religiosa, por lo tanto, ayuda a identificar los hechos. Pero para decir lo correcto, debemos hacernos la pregunta del tipo de organización que permitirá a los proponentes de estas tres opciones espirituales agnósticas, ateas o religiosas a convivir juntas. Para deducir los principios y la definición de laicismo con respecto a los datos así recordados, es necesario tener en cuenta la diversidad espiritual e ideológica de los hombres y el estado que puede tener en una sociedad de derecho, ansiosa por definirse. La distribución de las posiciones de poder y los beneficios adquiridos heredados del pasado. Reconocemos aquí la idea que de detrás del velo de la ignorancia, los ciudadanos son manipulados por Líderes políticos o religiosos de todo tipo . Esto significa que no saben y no deben saber qué posición ocupan , en este caso qué convicción realmente será suya, y menos cuando se den a la tarea establecer las reglas fundamentales de la organización cualquiera incluyendo la Organización Masónica. Por lo tanto, la pregunta esencial es directa: ¿a qué principios debe responder la organización política para que los diversos creyentes, ateos y agnósticos, disfruten exactamente de los mismos derechos y, por lo tanto, también puedan reconocerse en una Unidad? Para tratar de responder, tomamos en serio la hipótesis del "velo de la ignorancia que cubre al cualquier ciudadano", que consiste en desatar la concepción propuesta de cualquier preferencia espiritual religiosa , atea , agnóstica o muy personal. Para probar el valor de un principio considerado justo, por lo tanto, nos ubicaremos desde el punto de vista de tener otra opción espiritual que la que compartimos. Tal enfoque de método garantiza la universalidad y la aceptabilidad final del diseño propuesto. El secularismo, por lo tanto, no se define desde una posición religiosa o atea: no está situado en el mismo nivel que las diversas opciones espirituales.
Por tanto ese laicismo que tanto promueve la masonería es la corriente de pensamiento, ideología, movimiento político, legislación o política de gobierno que defiende o favorece la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente, es decir, de forma independiente, o en su caso ajena a las confesiones religiosas. Su ejemplo más representativo es el "Estado laico" o "no confesional". El término laico (del griego λαϊκός, laikós - "popular", de la raíz λαός, laós - "pueblo") que aparece primeramente en un contexto religioso.
El concepto de "Estado laico", opuesto al de "Estado confesional", surgió históricamente de la Separación Iglesia-Estado que tuvo lugar en Francia a finales del siglo XIX, aunque la separación entre las instituciones del estado y las iglesias u organizaciones religiosas se ha producido, en mayor o menor medida, en otros momentos y lugares, normalmente vinculada a la Ilustración y a la Revolución liberal.
Los laicistas consideran que su postura garantiza la libertad intelectual además de la no imposición de las normas y valores morales particulares de ninguna religión o de la irreligión. El laicismo busca la secularización del Estado. Se distingue del ateísmo de Estado, en cuanto busca la neutralidad del mismo; y del anticlericalismo y la antirreligión radicales, en cuanto no condena la existencia y práctica de las religiones.
La masonería ha insistido siempre en la sana separación del Estado y las Iglesias. Hace ya muchos años hemos visto destacar los avances del laicismo en nuestro país, a partir de la reforma al Artículo 40 de nuestra Constitución Mexicana”.
Tanto las derivaciones etimológicas como las definiciones mencionadas, permiten sostener que laico no es aquella persona contraria a la religión, a la divinidad, o aquel que vive en permanente agresividad contra la Iglesia, sino más bien que propugna porque las religiones se practiquen con ecuanimidad y sin soslayo; en los templos y en los hogares, pero no en las oficinas, lugares de trabajo, escuelas, o espacios de utilidad pública.
Siguiendo el concepto, no se debe confundir laico, laicismo y laicidad con ateo, anticlerical o anárquico. En su fundamento, laicismo es el sentir democrático y tolerante, pues no combate ninguna idea o sentimiento religioso; los respeta y los deja al dominio exclusivo de las conciencias; pero sí señala el peligro que significa la intolerancia religiosa, combatiéndola, porque ésta es en ocasiones, una institución de privilegio, especula con la conciencia, induce el temor y la superstición, y crea un estado de derecho propio dentro del Estado cívico que la cobija. El laicismo se caracteriza fundamentalmente por ser adogmático, es decir, no imponer convicciones particulares como si ellas fueran verdades absolutas y universales que nadie tiene ni tendrá derecho a dudar ni refutar.
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A pesar de esa gran consolidación que por la vía de las normas jurídicas se establece en la relación entre el Estado y las Iglesias, cabe la reflexión sobre si nuestro laicismo se encuentra debidamente consolidado y ahí procede la pregunta de si, a más de su ubicación en el tercero constitucional, corresponda a su incorporación en el artículo que se relaciona con la república, como sucede en el caso de Francia.
La Constitución de 1917 estableció la condición de Estado laico de la República Mexicana. La separación de los ámbitos de actuación de la Iglesia y del Estado. Pero, en febrero del 2010 se reacomoda el Artículo 40 Constitucional para volver a establecer que la conducción política de la República debe estar separada de las injerencias eclesiásticas. Es decir, se reitera que México es un Estado laico en respuesta a que la Iglesia está conduciéndose más allá de sus atribuciones, rebasando umbrales políticos, éticos y sociales de la conducta humana y la organización ciudadana.
La reforma del Artículo 40 de la Constitución agrega la palabra "laica”, y amplía su intención original de proteger principios básicos, recalcando a la letra: "Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una república representativa, democrática, federal y laica…”. Se piensa que con este propósito, el Artículo 40 Constitucional se fortalece como única posibilidad de impedir que México avance en la ruta hacia un Estado confesional.
El laicismo es patrimonio de la soberanía popular y de la libre determinación de hombres y mujeres, porque permite la emancipación de todos aquellos poderes ocultos que limitan la justicia, la libertad --educacional y religiosa--, y la expresión de todos los proyectos éticos contemporáneos. La sociedad no es un recinto teologal, sino un lugar de entendimiento humanista, de respeto a todas las creencias y base legítima del Estado.
Ninguna doctrina mejor que "el laicismo para que los valores inapreciables de la tolerancia y la justicia se desarrollen y crezcan a favor del respeto a la libertad de pensamiento, a la dignidad y destino de hombres y mujeres, tantas veces postergados por sus creencias, su raza, su nacionalidad, o su educación. El laicismo jamás ha pretendido reemplazar la política o la religión; sólo ha reclamado que todos los factores de la sociedad abran paso a la espiritualidad y a los valores positivos que armonizan, dignifican y enaltecen”.
La masonería practica el laicismo para servir a la humanidad, porque es un camino válido para una verdadera fraternidad. Comprende que los dogmas han sido siempre factor de desunión y resentimiento, que obstaculizan la armonía La masonería no es enemiga sino de la intolerancia. Como es enemiga de la violencia. De la injusticia y de toda tiranía. Donde hay intolerancia, está enfrente la masonería, como defensa y baluarte de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Igualdad de razas y de orígenes. Libertad de pensamiento. Libertad de creencias. Libertad política. La sana libertad que pregona eternamente la Naturaleza, donde no hay más coacción ni tiranía que las leyes naturales que nadie puede infringir o modificar sin sufrir las consecuencias de la infracción.
Sin embargo algunos amantes de las sutilezas semánticas, a los que seguro que no podrán acusar a nosotros los masones de ateísmo, diferencian estos dos conceptos y, además, le dan una gran importancia a esa distinción. Para muestra, varios botones:
Para la iglesia Católica Laicismo sería esto:
“El laicismo es una teoría religioso-política que persigue eliminar a Dios de la sociedad, estableciendo un sistema ético ajeno a Dios. En su aspecto religioso es un ateísmo práctico que se impone a la sociedad con medidas políticas. […] La laicidad del Estado es distinta del laicismo. La laicidad propone que el Estado no debe estar ligado a una religión particular sino que debe respetar la libertad religiosa. Sostiene que debe haber una separación adecuada entre Iglesia y Estado y no perjudicar a los ciudadanos por motivos religiosos.”
Otra:
“Laicidad: Mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte
Palabras del Papa Juan Pablo II:
“Con frecuencia se invoca el principio de laicidad, en sí mismo legítimo, si es comprendido como la distinción entre la comunidad política y las religiones […] Pero ¡distinción no quiere decir ignorancia! ¡La laicidad no es el laicismo! No es otra cosa que el respeto de todas las creencias por parte del Estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades de culto, espirituales, culturales y caritativas de las comunidades de creyentes.”
Palabras del Papa Benedicto XVI:
“A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas. (FUENTE: Discurso de Benedicto XVI a los juristas católicos, 9 de diciembre de 2006)
Para bien o para mal, el Papa Francisco nunca deja de sorprender. Justo después de haber solicitado, durante su discurso a los obispos italianos, que abandonen las propiedades materiales no dedicadas al culto, una entrevista con el diario francés La Croix arremete contra la confesionalidad del Estado y reclama una «sana laicidad» acompañada de «una sólida ley que garantice la libertad religiosa».
«Un Estado debe ser laico. Los estados confesionales terminan mal. Esto va contra la Historia», subrayó el Papa al diario católico francés. Preguntado por el modelo francés, Bergoglio apuntó que «cada uno debe tener la libertad de expresar su propia fe, y si una mujer musulmana quiere llevar el velo, debe poder llevarlo. De la misma manera que si un católico quiere ponerse una cruz».
Para el Papa, «las personas deben ser libres de profesar su fe en el corazón de sus propias culturas y no en los márgenes». Pese a todo, Francisco matiza y dirige una «modesta crítica» a Francia, a la que acusa de «exagerar con el laicismo», lo que «lleva a considerar las religiones como subculturas en lugar de culturas a título pleno y con sus derechos. Temo que este enfoque, un comprensible patrimonio de la Ilustración, sigue existiendo. Francia necesita dar un paso hacia adelante sobre este tema para aceptar el hecho de que la apertura a la trascendencia es un derecho para todos».
En la entrevista, el Papa defiende la autonomía de los estados para establecer las leyes que considere oportunas, pero también la libertad de los creyentes de hacer objeción de conciencia. «El Parlamento es el que debe discutir, argumentar, explicar, dar razones. Es así como crece una sociedad. Sin embargo, una vez que la ley ha sido aprobada, el Estado también debe respetar las conciencias. El derecho a la objeción de conciencia debe ser reconocido dentro de la estructura jurídica, porque es un derecho humano. También para un funcionario público, que es una persona humana».
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Como puede observarse, la ortodoxia católica está más que interesada en diferenciar la laicidad del laicismo. La primera vendría a denotar una actitud respetuosa y de colaboración entre Iglesia y Estado, mientras que el segundo representaría una actitud hostil hacia la Iglesia. Sin embargo ya existe la palabra ‘anticlericalismo’ para referirse a esa hostilidad. Si bien es cierto que, por aquello de la tolerancia multicultural, resulta algo desfasado declararse anticlerical, su campo semántico sigue siendo el mismo y la economía del lenguaje nos dicta que no existe ninguna razón para introducir otra con el mismo significado. La razón de que dos papas apliquen su infalibilidad a estas sutilezas semánticas no está en que haya surgido un nuevo tipo de anticlericalismo que necesite ser bautizado. Esta razón, como veremos, debe buscarse en un lugar mucho más oscuro. Pero primero veamos varios ejemplos de usos católicos que podríamos dar a esta distinción. Si un Estado es independiente de la Iglesia para legislar pero lo hace guiado por la luz de la moral católica, sería un caso de “sana laicidad”. Sin embargo si un gobierno aprueba leyes contrarias a los preceptos morales de la Iglesia, estaríamos ante un caso de laicismo radical. Si existe una total libertad de culto, pero el patrimonio de la Iglesia Católica goza de un régimen fiscal privilegiado, entonces estaríamos en un Estado en el que impera la laicidad. Sin embargo si alguien afirma que el Estado no debería pagar el sueldo de aquellos que utilizan las aulas públicas como púlpito desde el que predicar, esa persona sólo puede ser un laicista recalcitrante. Si el Estado reconoce la libertad para recibir la educación religiosa que uno quiera y, al mismo tiempo, subvenciona la enseñanza en centros de ideario católico, estaríamos ante un Estado indudablemente laico. Sin embargo, si se retirasen todos los símbolos religiosos de las instituciones públicas estaríamos ante un atropello laicista de proporciones bíblicas. Aunque resulta divertido esto de buscar ejemplos de “laicidad” y “laicismo”, creo que la distinción ha quedado suficientemente ejemplificada.
Como decíamos, la nueva acepción de laicismo que los dos últimos papas han creado ex nihilo no tiene nada que ver con la emergencia de algún nuevo tipo de hostilidad hacia la religión. Cualquiera puede darse cuenta de que las críticas católicas al laicismo en realidad son críticas a los intentos de conseguir un Estado más laico. Sin embargo, la laicidad de los Estados tiene en nuestros tiempos demasiada buena prensa como para que se pueda criticar abiertamente. Por ello, y sin ánimo de psicoanalizar la compleja psique católica, podríamos decir que el acto de abominar del laicismo es una suerte de sublimación freudiana de un odio inconfesable hacia la laicidad de los Estados. Si seguimos con esta analogía psicoanalítica, podemos aventurar que el contexto social y cultural (superyó) reprime el tradicional odio católico hacia la laicidad y lo entierra en el inconsciente. Pero, ay, desde Freud sabemos que lo reprimido siempre vuelve con más fuerza y necesita manifestarse de algún modo. ¿Cómo? Canalizando ese odio hacia el nuevo enemigo del laicismo y declarando su amor hacia la “sana laicidad”. Estaríamos ante algún tipo de inversión freudiana en la que se declara amar aquello que se odia. Paremos un momento pues tal vez esté llevando la analogía psicoanalítica demasiado lejos y no quiero que se me acuse de dar crédito a pseudociencias. Sin embargo, no es necesario recurrir a la imaginería psicoanalítica para apreciar que el católico despoja la laicidad de todo aquello que le molesta y lo proyecta en un nuevo monstruo al que llama laicismo. Es como si yo odiase a los católicos y, para no mostrar mi intolerancia, dijese que adoro la sana catolicidad pero aborrezco el catolicismo. En ambos casos, tanto el real como el hipotético, estaríamos jugando con el sentido de las palabras de un modo inmoral y creando confusión para esconder nuestros cadáveres dentro del armario.
En fin, cuando alguien nos cante las bondades de la laicidad al tiempo que clama contra los atropellos del laicismo, haríamos bien en recordarle que su discurso esconde una velada aversión hacia el espíritu laico de la Ilustración. Que el laicismo busca profundizar en la laicidad del Estado debería ser una afirmación de Perogrullo y, cualquier otra cosa, no es más que enredar con el lenguaje. Tal vez deberíamos sentar a los católicos en el diván del psicoanalista y hacerles tomar conciencia de su odio hacia la laicidad para, así, disolver su neurosis antilaicista. No seré yo quien se atreva. Quién sabe los monstruos que podríamos despertar si hurgásemos en el inconsciente católico.
Alcoseri
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