Orlando Galindo
La enseñanza Masónicas que se sólo se cuentan entre Masones
Aparte de los rituales masónicos, de la iniciaciones , ceremonias , tenidas etc. también hay métodos de enseñanzas conocidos en Masonería, y estas son las historias masónicas, o cuentos , relatos , historias que nos contamos entre masones , a veces son relatos aplastantes y otras irónicas, otros son mitos para destruir mitos , enseñanzas que permiten una comprensión cada vez más profunda del oyente masón . Cada una de las historias de la Masonería pueden ser entendidas o comprendidas de varias de formas diferentes, según tu nivel de comprensión o tu nivel de Ser.
Cada Historia Masónica , Cuento de Masonería está lleno de anécdotas y situaciones que cientos de maestros masones realizados han creado para ayudar a la comprensión de los aprendices de Masón. Los Masones no discuten, crean situaciones. Los poemas místicos , cuentos esotéricos , problemas, ejercicios, no siempre tienen valor universal y por eso se reformulan todo en cada época. Lo esencial en Masonería jamás cambia , ni cambiará , pero la superficie es necesario que cambie de forma.
Lo del método de transmisión de conocimiento Masónico, no de doctrina rígida y dogmática . La Masonería no es una religión sino una escuela en la que se intenta provocar la intuición, la percepción directa, la auto – consciencia y uno de los métodos es introducir un lenguaje simbólico, una situación anecdótica para que explote en el interior.
Uno de tantos relatos entre masones es este , que me acaban de compartir:
El Cuento del Naufrago :
El único sobreviviente de un naufragio llegó a una deshabitada isla.
Pidió fervientemente al Gran Arquitecto del Universo ser rescatado y cada día divisaba el horizonte en busca de una ayuda que no llegaba. Cansado optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de los elementos y guardar sus pocas pertenencias. Entonces un día, tras merodear por la isla, en busca de alimento regresó a la cabaña para encontrarla envuelta en llamas con una gran columna de humo levantándose hacia el cielo. Lo peor había ocurrido; lo había perdido todo y se encontraba en un estado de desesperación y rabia.
-¡Oh, Gran Arquitecto del Universo !, ¿cómo puedes hacerme esto? -se lamentaba.
Sin embargo al amanecer del día siguiente se despertó con el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a salvarlo.
-¿Cómo supieron que estaba aquí?, -preguntó el cansado hombre a sus salvadores.
-Vimos su señal de humo -contestaron ellos.
Es muy fácil descorazonarse cuando las cosas marchan mal. Recuerda que cuando tu cabaña se vuelva humo, puede ser la señal de que la ayuda está en camino
Otro relato es este El Mito de la Manzana:
Y nos encontramos con el mito de la manzana, y el de la serpiente y el del «árbol del bien y del mal», y el del paraíso perdido, y el del parto con dolor...
Mito tras mito que ni siquiera tienen el valor de ser originales. Lo único que parece ser «original» es el pecado que los pobres mortales cometemos por el solo hecho de nacer; «pues el delito mayor del hombre es ¡haber nacido!».
¿Quién puede admitir en la actualidad semejantes infantilidades propias de pueblos poco evolucionados? Naturalmente, los teólogos, los sabios teólogos modernos, tienen explicaciones para todos estos mitos. Los antiguos teólogos los admitían sin rechistar y así se los pasaban al pueblo que los tragaba como palabra de Dios; pero los teólogos modernos ya no se atreven a tanto.
Conocen un poco más de paleontología, de psicología profunda y de sociología y se resisten a leer al pie de la letra. Pero como la Biblia es en fin de cuentas la palabra de Dios, hay que salvarla como sea y para ello inventan toda suerte de explicaciones a cual más peregrina. Y en los casos desesperados, lo que se hace es inventar una mano aleve que interpoló subrepticiamente en el texto los pasajes malditos.
Y Dios y la doctrina oficial quedan a salvo. Pero por más que se logre explicar este o aquel versículo, queda siempre en el fondo la filosofía mítica: somos pecadores por naturaleza; este planeta es un valle de lágrimas; venimos a hacer méritos, sufriendo, para otra vida posterior; necesitamos; de alguien que nos ayude a «salvarnos». Y de nuevo preguntamos: a salvarnos ¿de qué? ¿De un infierno que no existe?
Si existiese un Dios personal, que en realidad se sintiese padre de los habitantes de este planeta, se sentiría ofendidísimo por esta calumnia que le han inventado los cristianos. ¿En qué cabeza cabe que un verdadero padre tenga tormentos eternos para sus hijos, por muy mal que éstos se porten? Semejante aberración cabe únicamente en las cabezas enfermas de fanáticos con autoridad que quisieron transferir a los fieles los tormentos internos de sus mentes desajustadas o amargadas, ¡quién sabe si por su forzado voto de castidad, o por su libertad perdida con el voto de obediencia!
La infernal doctrina cristiana acerca de la vida futura de aquéllos que no han cumplido los mandamientos, es una mala copia, deformada y empeorada, de creencias semejantes sostenidas por otros pueblos anteriores. El seol hebreo, el hades griego y el avernun romano eran unos infiernos menos drásticos y más humanizados, en los que no tenía cabida la ira eterna de un Dios Todopoderoso dándose gusto en la tortura sin fin de los pobres mortales. Un infierno eterno lleno de pecadores es un total fracaso de la redención de Cristo. Y a juzgar por la efímera proporción de buenos cristianos que existen entre todos los habitantes del planeta, y por lo que nos dicen místicos muy respetados en la Iglesia, esa es la realidad ¿Tiene algún sentido que Dios haya mandado a su propio Hijo a este miserable mundo y lo haya hecho tormentos en una cruz, para que, en fin de cuentas, el infierno se llene de seres humanos? ¿Fracasó el Hijo en su misión? ¿Fracasó el Padre en sus cálculos? ¿Será Satanás superior a ambos en estrategias para atraer a los hombres al pecado? Y ¿quién ha fabricado tan mal al hombre, que únicamente con una ayuda extraordinaria es capaz de ser bueno y merecer la salvación, y aún así la mayor parte no son capaces de conseguirla? ¡Usemos nuestra cabeza!
Todas estas son preguntas que se caen de su peso y no son invenciones de ningún iluminado que nos quiera imponer creencias nuevas. Son interrogantes lógicos que todo cristiano que se precie de conocer a fondo su fe, debería hacerse desde el momento en que deja la infancia y tiene capacidad de pensar por sí mismo.
No sigamos tragando estas monstruosidades «sagradas» con la misma ingenuidad con que oíamos los cuentos de la abuelita. ¡Despertemos! Sacudamos de la mente los mitos que tienen aprisionada nuestra alma y quien sabe si angustiada, por el miedo al más allá Rebelémonos contra _el mito de que somos pecadores por nacimiento. ¡Somos seres humanos!
Con mil limitaciones, enfermedades y defectos, pero también con una maravillosa inteligencia para darnos cuenta de todo lo que nos rodea y con un cuerpo milagroso capaz de profundas sensaciones, y con un corazón y un alma capaces de sentimientos casi divinos. ¡No tenemos que vivir acomplejados pensando siempre en quién nos va a salvar! ¡Somos los hermanos mayores de las otras criaturas de este hermoso planeta que habitamos! ¡Somos los hermanos del viento, de las flores y los arroyos, de los animales. —ingenuos y hermosos— y del cielo azul! ¿ Por qué hemos de vivir angustiados, pensando que Dios puede estar enfadado con nosotros? ¿Por qué hemos de sacrificarnos sin más ni más, para que Dios nos mire con complacencia?
Esta rebeldía no va dirigida contra Dios sino contra los mitos sagrados que desde niños nos han incrustado en la conciencia; contra las creencias asfixiantes que se nos han impuesto como «voluntad de Dios»; contra las tradiciones castrantes y los ritos absurdos que nos aprisionan el alma y la conciencia impidiéndonos ser libres con la libertad de los auténticos hijos de Dios.
Esta rebeldía va dirigida contra una filosofía pesimista de la vida, que nos inclina a creer que en la renunciación, en la austeridad, en la pobreza y en la mortificación de los sentidos, está la verdadera sabiduría y la recta preparación para el más allá. Y que tras el placer y la belleza se esconden trampas mortales para la eterna salvación. En cuanto a la filosofía relacionada con el más allá, pocas religiones hay que tengan unas creencias más atemorizantes que la cristiana.
Si bien es cierto que otras religiones nos presentan la otra vida de una manera brumosa y más o menos sombría, ninguna o casi ninguna lo hace con los trágicos tonos con que nos la presenta el cristianismo. El infierno de llamas y eterno que el cristianismo ha predicado ininterrumpida e «infaliblemente» durante dos mil años, es algo tan aterrador y tan traumatizante, que con toda seguridad ha sido —y sigue aún siendo— causa de desajustes psíquicos y aun de enfermedades físicas de muchos miles de pobres creyentes que no fueron capaces de ver lo disparatado de tal creencia, dejándose dominar por una angustia funesta. El autor ha conocido bastantes casos de esos pobres traumatizados por el miedo al más allá, y en concreto, al infierno.
Alcoseri