La Teoría de los Masones Invisibles camuflados bajo la fachada Illuminati
Ahora bien, al margen de las actuales teorías conspirativas, lo cierto es que los Masones invisibles ... sí existieron y su parte que se hizo visible fue en la Organización Illuminati . Para contar su historia debemos remontarnos en el tiempo dos siglos y medio, concretamente hasta el 1 de mayo de 1776. En la localidad alemana de Ingolstadt, que por aquel entonces pertenecía al Electorado de Baviera, un filósofo de origen judío que impartía clases de Derecho en la universidad local fundó, junto a cuatro alumnos suyos, la Bund der Perfektibilisten, que se podría traducir al español como Pacto de Perfectibilidad o Asociación de los Perfectibilistas.
Sí, aquel nombre sonaba muy raro y tenía poco gancho, de modo que un par de años más tarde lo cambiarían por el de Illuminatenorden, es decir, Orden de los Illuminati. Pero quedémonos aún en aquel primero de mayo de 1776... El profesor universitario que fundó aquella organización secreta se llamaba Adam Weishaupt y era hermano masón iniciado y además jesuita , una combinación algo compleja . Había nacido allí mismo, en Ingolstadt, y tenía 28 años. Su padre, que ejercía como rabino, falleció cuando Adam era aún muy pequeño, de modo que se crio con su padrino, Johann Adam Freiherr von Ickstatt, un profesor de Derecho en la Universidad de Ingolstadt que defendía las ideas de la Ilustración.
El pequeño Adam siguió los pasos de su padrino y estudió Derecho en su universidad, controlada por los jesuitas. Se doctoró con 20 años y en 1772, a los 24, comenzó a trabajar allí mismo como profesor de Derecho Civil. Un año más tarde, el papa Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús, y Weishaupt aprovechó para convertirse en profesor de Derecho Canónico, un puesto que hasta entonces había estado reservado en exclusiva a los jesuitas.
Sin embargo, estos, aunque oficialmente habían sido disueltos, aún conservaban gran parte de su poder en aquella universidad, que consideraban suya, y continuamente trataron de desacreditar a los docentes que, como Weishaupt, osaran introducir en los temarios del curso cualquier enseñanza que ellos considerasen protestante o liberal. Cansado de las presiones de los jesuitas, Weishaupt decidió crear una sociedad secreta con otras personas que compartieran sus ideas anticlericales para difundir los ideales de la Ilustración.
Como decíamos, inicialmente solo formaban el grupo él y cuatro alumnos, apellidados Massenhausen, Bauhof, Merz y Sutor. Decidieron que su símbolo sería el Búho de Minerva, la diosa romana de la sabiduría, y, para mantener sus identidades ocultas, emplearon nombres en clave. Así, Weishaupt pasó a ser Espartaco, y sus cuatro alumnos se convirtieron en Áyax, Agatón, Tiberio y Erasmo de Róterdam, aunque Espartaco no tardó en expulsar a Erasmo por perezoso.
Y es que para que aquel pequeño grupo se expandiese era necesario que todos sus miembros colaboraran activamente reclutando a nuevos estudiantes interesados en acceder a textos racionalistas y en propagar los ideales de igualdad y libertad. El más activo fue Áyax, es decir, Massenhausen, quien se marchó a estudiar a Múnich y, allí, reclutó a Xavier von Zwack, un antiguo alumno de Weishaupt que estaba al cargo de la Lotería Nacional de Baviera.
Así, poco a poco, pasaron de cinco miembros a doce, y Weishaupt sugirió cambiar el nombre de la sociedad secreta por el de... Orden de las Abejas. ¿Orden de las Abejas? Pues sí, porque él veía a los miembros como abejas obreras que, dirigidas por la abeja reina –que era él–, se encargaban de reunir el néctar de la sabiduría. Luego se lo pensó mejor y en abril de 1778 decidió que serían la Orden de los Illuminati, destinados, según sus propias palabras, a “iluminar el entendimiento con el sol de la razón, que disipará las nubes de la superstición y de los prejuicios”.
A finales de aquel verano, la orden contaba con 27 miembros, agrupados en cinco grupos: los de las localidades de Múnich, Ingolstadt, Ravensberg, Eichstädt y Frisinga. Los candidatos que buscaban para incorporar a sus filas eran hombres de entre 18 y 30 años, ricos, cristianos, con ganas de aprender y, a ser posible, dóciles, para que acataran órdenes sin poner objeciones. No todos los nuevos miembros debían reunir necesariamente aquellas características, pero, eso sí, no se admitía a mujeres, judíos, paganos ni monjes. En sus primeros años, los miembros de la orden estaban jerarquizados en tres grados: Novicio, Minerval y Minerval Iluminado.
Cada grupo de miembros informaba a un jefe del que desconocían su identidad real, para proteger así al conjunto de la organización. Dado que seleccionaban a sus miembros entre los jóvenes más destacados –quienes potencialmente acabarían ocupando puestos de responsabilidad en la sociedad–, Weishaupt esperaba crear una red con acceso a información privilegiada y la suficiente capacidad de influencia como para –desde su punto de vista– liberar a los humanos de la esclavitud religiosa y socavar a los gobiernos corruptos hasta alcanzar un Estado racionalista dirigido por filósofos y científicos.
Sin embargo, había ciertas contradicciones entre los ideales de libertad e igualdad que afirmaba difundir y el funcionamiento interno de la propia Orden de los Illuminati, ya que era una organización fuertemente jerarquizada en la que a los miembros se les decía exactamente qué libros debían leer y qué conclusiones debían extraer de ellos. Es decir, que no había libertad de pensamiento. Además, tenían una aparatosa parafernalia de ritos y reglas, copiados directamente de los masones, a quienes Weishaupt se unió durante un tiempo a fin de reclutar a nuevos miembros para sus Illuminati, y sobre todo para tomar ideas masónicas y plasmarlas en su organización.
Entre los masones, Weishaupt hizo un fichaje muy importante: Adolph von Knigge, chambelán de la corte de Weimar, quien resultó ser un reclutador tremendamente eficaz. Apuntaba directamente a los maestros y guardianes de las logias masónicas, quienes, a veces, ponían a toda su logia a disposición de los Illuminati. De ese modo, los Illuminati se expandieron por el sur y el centro de Alemania e incluso por Austria, y llegaron a rondar los 2.000 miembros. Lo que es probable es que los masones de aquella época , simplemente le siguieran el juego a Adam Weishaupt, para ver sus intenciones y sus alcances, y en su momento ponerle freno .
El problema era que muchos de los masones que se pasaban a los Illuminati lo hacían porque se les había prometido que podrían ascender a los misteriosos grados superiores que había por encima de Weishaupt, ya que este le había contado a Knigge que él servía a unos poderosos hombres a los que llamaba Serenísimos Superiores, porque la Orden de los Illuminati era muy antigua.
Conforme pasaba el tiempo, los nuevos Illuminati le preguntaban con mayor insistencia a Knigge sobre esos rangos superiores que se les habían prometido, y Knigge, a su vez, preguntaba a Weishaupt. Finalmente, Weishaupt tuvo que admitir que no existía nadie por encima de él, y que aún no existían tales grados masónicos superiores, porque la orden la había fundado él pocos años antes. Sorprendentemente, Knigge no abandonó la organización secreta en aquel instante. ¿Y por qué? Porque Weishaupt le prometió que le permitiría crear los grados superiores a su antojo y remodelar la orden con el objetivo de que resultara atractiva a los posibles miembros de los principados protestantes alemanes.
Y es que la posición ideológica inicial de los Illuminati, en contra de los jesuitas, se había transformado en un sentimiento antirreligioso en general, es decir, contra cualquier tipo de fe, tanto católica como protestante, lo que dificultaba mucho reclutar miembros entre las élites. Pese a las intenciones reformistas de Knigge, los Illuminati comenzaron su declive antes de lograr ningún impacto político o social real.
Muy pronto empezaron a chocar los caracteres de Knigge y Weishaupt, a quien el primero acusaba de ser un pedante dominador e incluso de ser en realidad “un jesuita disfrazado”, algo que, por supuesto, ofendió mucho a Weishaupt. “¿Iba yo –escribió Knigge– a trabajar bajo su estandarte por la humanidad, a conducir a los hombres bajo el yugo de un tipo tan obstinado? ¡Nunca!”.
Así que en julio de 1784, cuatro años después de unirse a los Illuminati, Knigge abandonó la orden. Para entonces, los Illuminati ya habían cometido su mayor error: la indiscreción. En Baviera, algunos de los miembros de menor rango habían presumido en público del gran poder de los Illuminati, quienes, de hecho, habían comenzado a ocupar algunos puestos relevantes en órganos de gobierno cívicos y estatales.
Aquellas fanfarronadas, acompañadas de críticas públicas a la monarquía y tratos de favor notorios entre Illuminati importantes, dispararon el temor popular hacia esa organización secreta que ya no lo era. Si tenías una disputa legal con tu vecino y este resultaba ser un Illuminati, como te tocara un juez Illuminati estabas apañado. Alarmado por la situación y los rumores crecientes, el príncipe elector del Palatinado y de Baviera, Carlos Teodoro, decidió prohibir la existencia de los Illuminati y, de paso, todas las sociedades secretas, en un edicto fechado el 2 de marzo de 1785.
Adam Weishaupt huyó de Baviera y los Illuminati, apenas nueve años después de su creación, se dispersaron y desaparecieron de la historia... Al menos, durante doce años. Porque en 1797 un sacerdote jesuita, el francés Augustin Barruel, publicó un libro titulado 'Memorias que ilustran la historia del jacobinismo', en el que afirmaba que los Illuminati de Baviera seguían en activo y, de hecho, formaban parte de los grupos responsables de promover la Revolución francesa, que, como todos sabemos, había tenido lugar en 1789, ocho años antes. Según Barruel, la revuelta social había sido el resultado de un plan cuidadosamente orquestado durante años por agentes subversivos como los Illuminati.
Aquella obra de Barruel podría haber pasado desapercibida, pero resulta que aquel mismo año, 1797, vio la luz una obra publicada por el físico y matemático británico John Robison, profesor de filosofía natural en la Universidad de Edimburgo, que se titulaba –dejad que tome aire–: “Pruebas de una conspiración contra todas las religiones y gobiernos de Europa, llevada a cabo en las reuniones secretas de los francmasones, los Illuminati y las Sociedades de Lectura, recogidas de buenas autoridades”.
Aunque la gran mayoría de los historiadores que han investigado el tema consideran que los libros de Barruel y Robison no presentan bases sólidas, más allá de suposiciones y rumores, aquellas dos obras fueron ampliamente difundidas, no solo por Europa, sino también por los jovencísimos Estados Unidos de América. De hecho, el reverendo G. W. Snyder envió un ejemplar del libro de Robison a George Washington, que era masón, para advertirle del riesgo de que los Illuminati se hubieran infiltrado entre las logias de los masones de Norteamérica.
En la imaginación popular, los Illuminati se hicieron más poderosos e influyentes de lo que nunca habían sido en el mundo real. Durante varios años, sacerdotes de diferentes credos lanzaron sermones desde sus púlpitos contra los masones Illuminati y sus oscuros propósitos; se escribió acerca de ellos en artículos periodísticos y los políticos solían mencionarlos cuando daban discursos antimasónicos. Incluso llegaron a acusar a quien se convertiría en el tercer presidente de EE. UU., Thomas Jefferson, de recibir el apoyo de los Illuminati durante las elecciones presidenciales del año 1800.
A principios del siglo XIX, la preocupación por los Illuminati se apagó y aquella organización secreta de breve recorrido pasó a dormir el sueño de la historia... Hasta 1975, cuando regresó a la palestra de la cultura popular. ¿Y por qué volvieron a ponerse de moda entonces? Fue a causa de dos escritores estadounidenses: Robert Anton Wilson y Robert Shea, quienes publicaron juntos una trilogía de ficción titulada 'Illuminatus!', una sátira posmoderna en la que se habla de multitud de teorías de la conspiración –como los asesinatos de Martin Luther King y los hermanos Kennedy– y que tiene como trasfondo los tejemanejes de los Masones Invisibles bajo el nombre popular de Illuminati, una organización conspirativa que controla el mundo en secreto.
En su obra, se explica que el fundador de los Illuminati de Baviera, Adam Weishaupt, había asesinado a George Washington para hacerse pasar por él y se convirtió así en presidente de los Estados Unidos. Desde entonces, los Masones Illuminati habían estado detrás de todos los eventos relevantes de la historia de aquel país. Los datos históricos, por si lo están preguntando, indican que Weishaupt, tras exiliarse de Baviera, pasó el resto de su vida en la localidad de Gotha, en el actual estado alemán de Turingia, donde escribió numerosas obras acerca de la filosofía de los Illuminati y falleció en 1830.
¿Y cómo se les ocurrió a Shea y Wilson recuperar la figura de los Illuminati en aquella trilogía de ficción? Se habían conocido trabajando en la revista 'Playboy'. Allí, Wilson se encargaba de responder a las cartas de los lectores y, por eso, leía una gran cantidad de teorías conspirativas de todo tipo. Como los dos se divertían mucho con aquella historias, decidieron crear una obra literaria en la que todas las teorías conspirativas fuesen reales. Por otro lado, unos años antes, en 1957, había aparecido el discordianismo, una religión satírica creada en una bolera de California por Malaclypse el Joven y Omar Khayyam Ravenhurst... quienes en realidad se llamaban Greg Hill y Kerry Thornley.
La idea principal del discordianismo es que en el universo todo es caos y que las religiones no son sino una invención del ser humano para engañarse a sí mismo tratando de fingir que existe un orden. A medio camino entre el movimiento religioso y la broma cósmica, el discordianismo se popularizó primero por el boca a boca y, más tarde, gracias a la publicación a mediados de los 60 de la obra 'Principia Discordia', escrita por Hill y Thornley y considerada el texto fundamental del discordianismo, en el que se describe la Sociedad Discordiana, sus principios –como, por ejemplo, adorar a Eris, la diosa griega de la discordia– y sus rituales, que vienen a ser los que a uno le dé la gana.
El caso es que, aunque no tuvieron nada que ver con la redacción del 'Principia Discordia', Shea y Wilson se consideraban miembros de la Sociedad Discordiana, y Wilson, además, era amigo de uno de los dos fundadores del discordianismo, Kerry Thornley. Este había conocido a Lee Harvey Oswald –ya sabéis, el presunto asesino del presidente Kennedy– en 1959, cuando ambos servían en la misma unidad de operadores de radar en California. En 1962, un año antes del magnicidio, Thornley terminó de escribir un libro al que tituló 'The Idle Warriors', protagonizado por un marine –claramente inspirado en Oswald– que renuncia a su ciudadanía estadounidense y se marcha a la Unión Soviética, tal y como había hecho Oswald en el 59. Era el único libro escrito sobre Oswald antes del asesinato de Kennedy y, por esa casualidad, Thornley fue llamado a declarar en la Comisión Warren, que investigaba el magnicidio, y fue interrogado acerca de su relación con Oswald, ya que el fiscal sospechaba que un hombre solo no podía haber cometido el asesinato y buscaba posibles cómplices.
Total, que tras aquella desagradable experiencia, Thornley y su amigo Wilson llegaron a la conclusión de que el mundo se estaba volviendo demasiado autoritario, demasiado estrecho, demasiado cerrado y demasiado controlado. En su opinión, la sociedad necesitaba un poco de caos para abrir su mente; y la mejor forma de proporcionárselo era propagando la desinformación a través de cualquier medio. Así que empezaron a enviar cartas falsas de lectores a los periódicos y las revistas hablando de una organización secreta que estaba detrás de todos los hechos relevantes de la historia de Estados Unidos: los Illuminati o mejor dicho los masones invisibles . Luego mandaban otras cartas con argumentos que contradecían los de las anteriores. Esperaban conseguir que los lectores, al ver puntos de vista incompatibles acerca de un mismo hecho, empezaran a examinar los temas por sí mismos y a elaborar sus propias teorías, a desarrollar sus propias conclusiones. En pocas palabras, querían que la sociedad despertara y se cuestionara la realidad que les contaban los medios de comunicación. Pero su cruzada desinformativa no cuajó hasta que Wilson escribió la trilogía 'Illuminatus!' con su colega Shea, que tuvo un notable éxito de ventas e incluso llegó a ser adaptada al teatro en Liverpool.
Muchos piensan que la idea de crear el mito Illuminati , era simplemente para no mencionar que eran masones invisibles operando desde las sombras, y con esto no involucrar a la Masonería en todo este complicado asunto político de manipulación .
A partir de aquella trilogía, los Illuminati comenzaron a aparecer en todo tipo de manifestaciones culturales: en cómics, en un popular juego de cartas llamado Illuminati , en novelas, en películas... Y años más tarde, con la aparición de Internet, el fenómeno terminó de explotar. Los Illuminati se convirtieron en un elemento recurrente de las teorías de la conspiración, ya que podían encajar en cualquiera, desde provocar las dos guerras mundiales hasta financiar el rodaje del falso alunizaje del Apolo 11.
En el imaginario colectivo, los Illuminati pasaron a ser representados por el Ojo de la Providencia, también conocido como el Ojo que Todo lo Ve, ya saben : ese ojo dentro de un triángulo que se puede encontrar en iglesias de todo el mundo, en edificios masónicos y en el billete de un dólar estadounidense. Aunque los masones sí usaban aquella imagen –como símbolo de Dios–, en realidad no existe ninguna prueba que lo vincule con los Illuminati de Baviera, cuyo símbolo, como dijimos antes, era el Búho de Minerva. Entre las teorías más llamativas acerca de los Illuminati destaca la difundida por el exfutbolista y locutor deportivo británico David Icke, según la cual los miembros de esa organización secreta no solo controlan el mundo, sino que en realidad son una raza inter-dimensional de seres reptilianos que cambian de forma y manipulan los acontecimientos para que los seres humanos vivan atemorizados y generen así una energía negativa de la que ellos puedan alimentarse.
Actualmente, diversas fraternidades se autoproclaman herederas de los Illuminati bávaros, e incluso emplean la palabra Illuminati o alguna variación en sus propios nombres. Sin embargo, ninguna ha demostrado hasta el momento ninguna conexión real con la orden original. Pero intentar vincularse con los Illuminati del siglo XVIII es una buena manera de generar interés y atraer a nuevos miembros. Ninguna de esas organizaciones es especialmente secreta ni poderosa y, desde luego, no parecen capaces de controlar el mundo.
La idea de Thornley y su amigo Wilson de fomentar la desinformación con el objetivo de que el gran público dude de la información que recibe y se vea obligado a reflexionar por sí mismo es muy interesante, pero, desde el punto de vista actual, ahora que tenemos internet y estamos viendo hasta qué punto se puede propagar con éxito todo tipo de teorías, por muy débiles y falsos que sean sus argumentos, se podría abrir un debate no menos interesante.
Hay pregunta como: ¿crees que la propagación de teorías conspirativas es útil para que la gente despierte y cuestione lo que se le cuenta? ¿O en realidad lo que propaga es la ignorancia, al proporcionar el mismo nivel de credibilidad a los expertos rigurosos que a los charlatanes?
¿Qué es la Masonería invisible?
La Masonería del Siglo XXI, para la inmensa mayoría, o no existe, o carece de peso social y político ; siendo entendida ya como una asociación recreativa y filantrópica que suena a viejo, a museo de historia que solamente cuenta hechos del pasado . En definitiva, es valorada, más o menos, como una ONG, un Club de Tobby , aunque con una incomprensible carga ritual. Un libro, de pretensiones enciclopédicas, se adentra en múltiples facetas y expresiones de los hijos de la viuda.
Pero, ¿qué tal si la Masonería en este Siglo XXI es más poderosa que antaño? Solamente que ha decidido irse al mundo invisible , debido a una estrategia bien planeada; y es que la masonería no necesita, ni le gusta estar expuesta al mundo, incursionado la masonería , hasta el mismo vaticano.
En el oscuro mundo de la Masonería invisible; es decir, aquella que no es accesible, ni siquiera, a la inmensa mayoría de los propios masones ni siquiera de los Grados 33º y cuyas pretensiones y ramificaciones parecen alcanzar el poder político, los centros de decisión económicos y los motores impulsores del cambio social a través de la imposición de una nueva mentalidad global y universal. Una Masonería invisible, también, en su más íntima naturaleza: gnóstica y pagana en cualquier caso, al nivel de la Bíblica Bestia 666 al menos en determinados y restringidos cenáculos herméticos.
Alcoseri