El 3 de octubre de 1942 un trueno rasgó el cielo en una base secreta de la Alemania nazi, cerca de localidad de Peenemünde. Bajo la atenta mirada de un nutrido grupo de ingenieros y científicos, un cohete A-4 («Aggregat 4»), de 12 toneladas de peso, rugió y despegó de su plataforma. El artefacto se elevó con decisión hacia las alturas, como si estuviera suspendido por una fuerza fantasmal. El furioso motor, alimentado con alcohol etílico y oxígeno líquido, le hizo viajar 190 kilómetros y elevarlo hasta los 38 kilómetros de altura.
Europa estaba luchando furiosamente en la Segunda Guerra Mundial cuando, sin que nadie lo sospechara, la carrera espacial dio su primer paso. Un 20 de junio de 1944 uno de estos cohetes A-4 atravesó la línea de Karmán, un límite situado a 100 kilómetros de altura, y llegó al espacio exterior, por primera vez en la historia. Pero su desarrollo no estaba motivado por el amor a la ciencia. En septiembre de ese mismo mes, los nazis comenzaron a lanzar cohetes A-4 cargados con explosivos sobre ciudades como Lieja, Amberes y Londres para vengarse por los bombardeos aliados sobre las ciudades alemanas. Acababa de nacer el misil balístico y el A4 se había convertido en el V-2 o «Vergeltungswaffe 2», «Arma de la venganza 2». Su destino era matar y fue construido con mano de obra esclava en campos de concentración, pero fue absolutamente crucial en el desarrollo de los cohetes espaciales. La prueba más directa es que su desarrollador, el ingeniero alemán Wernher Von Braun, fue también el «héroe» de los Estados Unidos de América que diseñó el cohete que llevó al hombre a la Luna.
Estragos causados por un misil V-2 en el barrio de Whitechapel, Londres, el 27 de marzo de 1945. El cohete mató a 134 personas
- Imperial War Museum
«A pesar de lo deplorable que pueda resultar, los primeros pasos de la carrera espacial fueron un producto de la Guerra Fría y la carrera de armamentos», escribió Alan J. Levine en su obra «The missile and space race». «La mayoría de los cohetes que hicieron posible llegar al espacio fueron misiles militares modificados».
Los pioneros del espacio comenzaron su labor haciendo la guerra. Los principales diseñadores del monstruoso cohete soviético «R-7», que puso en órbita el Sputnik, el primer satélite artificial, diseñaron aviones de combate y lanzacohetes durante la contienda mundial. En los Estados Unidos, decenas de científicos del régimen nazi permitieron que el hombre llegara a la Luna con el programa Apolo. Y antes de eso, durante los años treinta, el recién nacido Laboratorio Aeronáutico Guggenheim en el Caltech (GALCIT) trabajó en aplicaciones militares para los misiles antes de convertirse en el famoso Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL), ya en 1944. La propia NASA, hoy el emblema de la exploración espacial, nació en 1958 con el objetivo de luchar contra el aplastante dominio soviético del espacio.
A pesar de que tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética importantes científicos como Robert Goddard y Sergei Korolev, erigieron la base de la ciencia de los cohetes, el punto de partida de las primeras naves espaciales es el misil de guerra alemán V-2. Este cohete fue fruto del trabajo de Herman Oberth y, sobre todo, de un joven físico llamado Wernher Von Braun, quien encontró en el regimen nazi un medio para financiar y trabajar en el desarrollo de los cohetes. Von Braun, que ostentó un cargo en las infames y criminales SS («Schutzstaffel»), estuvo al frente de la parte tecnológica en la base secreta de Peenemünde y fue crucial para el éxito de los primeros diseños. Su impresionante labor le convirtió en la posguerra en un científico clave en el programa Apolo.
Wernher Von Braun, rodeado de los líderes nazis de los que dependieron los trabajos en la base secreta de Peenemünde
- Bundesarchiv
V-2: El arma de la venganza
Con sus 14 metros de altura y su potente motor el V-2 era capaz de transportar una carga de 1.000 kilogramos de explosivo a 300 kilómetros de distancia. Iba provisto con giroscopios para controlar el rumbo, con una escasa precisión que solo mejoró a medida que avanzó la guerra. Sin embargo, volaba tan rápido que resultaba imposible de interceptar para los medios de la época: alcanzaba velocidades de hasta 5.760 kilómetros por hora y podía impactar a casi 3.000 km/h.
Misil V-2 en la actualidad
- WIKIPEDIA
Tal como explica Javier Casado Pérez en «Historia y Tecnología de la Exploración Espacial», el mal desarrollo de la guerra llevó a Hitler a ordenar la producción en masa de los cohetes V-2. Desde septiembre de 1944 hasta la capitulación final, los alemanes construyeron más de 10.000 cohetes V-2, de las cuales 2.676 cayeron sobre ciudades aliadas provocando el pánico y la muerte de 9.000 personas.
Un misil para sembrar el terror
A diferencia de las otras armas, como la famosa bomba volante V-1, mucho más lenta y que podía ser interceptada, era imposible avisar de la llegada de uno de estos misiles, entre otras cosas porque solo hacían falta alrededor de cinco minutos para que el artefacto llegara al blanco después de su lanzamiento.
«De repente, hubo una gran explosión y una nube de escombros se levantó hacia el cielo en una carretera cercana. Era un V-2. Era un arma aterradora, no la oías acercarse, de repente llegaba y... ¡bang!», explicó un testigo, según recogió BBC.com.
El primer ataque sobre Londres, producido el 8 de septiembre de 1944, dejó un cráter de 10 metros de diámetro, mató a tres personas e hirió a 22. Animados por sus efectos sobre la población, los jerarcas nazis se pusieron el objetivo de producir 10.000 de estos cohetes y de lanzar 350 misiles a la semana. Mientras tanto, cientos de bombarderos británicos y estadounidenses arrasaban las ciudades alemanas en una carrera hacia la destrucción total.
Al principio, los daños causados por los V-2 fueron escasos a causa de la mala precisión de las armas. Pero aún así, el gobierno británico quiso evitar el pánico alegando que las explosiones eran causadas por problemas en las instalaciones de gas, así que los ingleses, con su proverbial sentido del humor, comenzaron a referirse a las V-2 como «cañerías de gas volantes» o «flying gas pipes».
Un arma construida por esclavos
Los ataques de las V-2 sobre las ciudades acabó resultando letal, pero los trabajos forzados y la esclavitud a los que el regimen nazi recurrió para construirlas dejó aún más víctimas.
El destino de miles de personas se selló en octubre de 1943, cuando los británicos lanzaron un bombardeo masivo sobre la base secreta de Peenemünde. En consecuencia, los alemanes trasladaron la producción de los cohetes a una gran base subterránea, cercana a Nordhausen.
Allí, acabaron empleando a 60.000 personas que se convirtieron en trabajadores esclavos, según «Dora.uah.edu». Se calcula que murieron entre 12.000 o 20.000 prisioneros en la construcción, según «V2rocket.com». En teoría, por cada V-2 fabricado fallecieron seis trabajadores esclavos.
Trabajadores esclavos trabajando en un misil V-2
- Hanss Peter-Frentz/Amicale des déportés de Dora-Ellrich/http://dora.uah.edu
«Es algo que con frecuencia se pasa por alto, pero no debería», dijo en BBC.com Doug Millard, historiador en el Museo de Ciencia de Londres. «El programa V-2 fue enormemente caro en términos de vidas, porque los nazis usaron mano de obra esclava para fabricar estos cohetes».
Una vida en condiciones «bárbaras»
En el libro «Dora», el autor Jean Michel relata cómo era la vida en las factorías donde se contruían los V-2. Allí recuerda las memorias de Albert Speer, ministro de armamentos del III Reich, en las que el líder nazi se refería así a los operarios: «Con el rostro carente de expresión, me miraban sin verme y se quitaban mecánicamente su gorro de preso de terliz azul hasta que nuestro grupo hubo pasado... Las condiciones de vida de aquellos presos eran verdaderamente bárbaras y me invade un sentimiento de profunda consternación y de culpabilidad».
Los trabajadores provenían de otros campos de concentración donde las condiciones eran probablemente peores. Los nazis, queriendo aprovechar las habilidades técnicas de sus prisioneros, como la capacidad de soldar, internaron a sus esclavos en la inmensa factoría subterránea de Mittlebau, Mittlewerk o campo Dora, cerca del campo de concentración de Buchenwald (aquí hay un mapa del enorme complejo).
Allí, los prisioneros construían las piezas del V-2, producían oxígeno líquido, combustible sintético y otras armas experimentales. Los trabajadores esclavos no veían la luz del sol, dormían poco, recibían una pobre alimentación y las condiciones sanitarias en las que vivían eran deplorables. Muchos fueron ejecutados por intento de sabotaje y fueron colgados en las grúas que había sobre las líneas de producción, tal como relata «V2rocket.com».