Nacidos para iluminar
¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado!
¡La gloria del Señor brilla sobre ti!
Mira, las tinieblas cubren la tierra, y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos.
Pero la aurora del Señor brillará sobre ti; ¡sobre ti se manifestará su gloria! Las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso (Isaías 60: 1-3).
NO ERA MUY DIFÍCIL que una mente perceptiva pudiera llegar a la conclusión de que el candelabro, con sus siete lámparas que iluminaban internamente el santuario, fuese un símbolo apropiado de Dios, quien es la luz de su pueblo.
Del mismo modo, no habrán faltado personas que pensaran que esa luz del candelabro también era un símbolo de lo que Dios quería que fuese su pueblo.
Después de todo, Dios no nos da nada para que lo gocemos egoístamente. Lo que nos da es para compartirlo.
Si nos ha iluminado con su Palabra y su presencia, es para que nosotros compartamos esa luz con otros. Por tanto, el candelabro representaba a Israel: Una nación que Dios levantó para ser la luz del mundo.
El profeta Isaías recibió este mensaje del Señor: «Yo, el Señor, te he llamado en justicia; le he tomado de la mano. Yo te formé, yo te constituí como pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para librar de la cárcel a los presos, y del calabozo a los que habitan en tinieblas»
(Isa. 42: 6, 7).
Estas fueron las palabras que Jesús creyó que se referían a su misión y ministerio. Mucha otra gente debe haber pensado lo mismo del destino de Israel como nación.
Estas otras palabras tuvieron el mismo efecto: «No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra»
(Isa. 49: 6).
DIOS TE BENDIGA
SILVYNA
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