NO… HAY QUIEN CUIDE DE MI VIDA!...” (Salmo 142:4)
La gente va a la iglesia en busca de luz y calor humano. Quieren saber que alguien se preocupa por ellos. Tal vez se sientan atraídos al principio por las buenas predicaciones y la música, pero las relaciones humanas desinteresadas los harán volver. Puedes sentirte solo en medio de una multitud, incluso una donde se predique amor y se diga ‘saluda al que tienes al lado’ en cada servicio. Si retuviéramos sólo un 10 por ciento de los que entran por las puertas de las iglesias, éstas crecerían continuamente. Dices: ‘La Biblia enseña que si un hombre quiere amigos ha de mostrarse amigo.’ Es verdad, pero las personas llevan consigo heridas del pasado, luchas del presente y angustias no expresadas por el futuro. Lo que quieren saber es: “¿Me vas a amar como soy, aunque no encaje en tu molde ni cambie tan rápido como a ti te gustaría que lo hiciera?’
Muchas veces, nuestra estructura rígida no deja que eso suceda. Pastor, si tu mayor preocupación el lunes es saber cuántas personas llegaron a la iglesia el domingo, analiza tu corazón. Tal vez te preocupe más tu propia imagen que el satisfacer las necesidades de la gente. Jesús dijo a sus discípulos: “…Os he llamado amigos…” (Juan 15:15). Muchas personas son tímidas, desconfiadas y con problemas para relacionarse. Nuestro mandato es hacer de ellos “amigos”, no sólo calentadores de bancas y contribuyentes financieros. La Escritura dice: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros…” (Gálatas 6:2) porque las cargas que se comparten se aligeran. Muchos de los que vienen a la iglesia no están buscando respuestas profundas, sólo desean que alguien les haga caso. Cuando eso se produce, se abren al amor de Dios y empiezan a producirse milagros en sus vidas.
Benigna.