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Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que lo dice todo en medio del silencio.
Esa mirada tuya, que eleva mi alma e inunda mi ser sin tocar aún mi piel.
Esa mirada tuya tan indescriptible que llena de amor a este libre corazón.
Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que me lleva a entender que aún estoy viva y siento.
Esa mirada tuya...
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Antes de ir al combate pinto estos signos en la pared antigua de una cálida cueva, junto a otros símbolos que mis antepasados en ocasiones similares escribieron.
Ignoro quién recogerá estas frases. Es posible que entonces no seamos, tú y yo, ni estática ceniza ni barro sumergido. Desde mi monarquía compartida, te recuerdo. Y si volvieras a nacer te prometo que siempre serías, como ahora lo eres, mi mujer y mi reina.
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En la mesa veo frutas, agua en los cántaros, peces con los ojos abiertos en las cuerdas del patio, el maíz calentándose en los cuartos.
El cazador soy yo, el cazador que sale en la noche a buscar el alimento diario, las hojas para el lecho, la fibra para el manto, la flor para tu pelo, la piel para el zapato.
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Hoy te traigo una flor selvática, una luna caída, un perfume barato, yo quiero que la pongas en tu pecho blanquísimo, en tu seno cubierto con cuero de venado.
Eso te traigo ahora, compañera mía, ojo para mi llanto. |
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Para ti las fúlgidas naranjas, la dura carne de las ciruelas, el azúcar mojado de la piña, la suavísima daga del plátano, la invicta blancura de la caña, el agua limpia del cocotero, el vello niño del durazno, la división de la guanábana, la aristocracia de la manzana y la tristeza de la guayaba.
Para ti todo eso con la mano que recoge en el monte la fruta, la deja en la mesa de cedro y la corta todas las mañanas.
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Niña invicta, te he visto ya en las onzas españolas
Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel, tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan, tu cabellera suave, tu corazón pequeño.
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Oye la campana del día apagando el luto de la noche mira la luz que silenciosamente nos cubre, mira el cielo: ese jardín sobre tu pecho; respira el aire quieto que el ruiseñor anuncia con su lanza, conduce tu desamor a un lago sepultado y háblame con tus labios excelsos.
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Llegué a sentir sobre las manos el agua efímera, el verano derribando sus torres, el abismo cerrando sus ventanas, el fruto abandonado, el mar abriéndose las venas, el fuego hundido, hasta que tú, niña mía, perfecta virgen repetida, me entregaste tu rostro.
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Veo de cerca la copa confusa de las aguas, busco tu claro nombre entre las rosas, tu dulzura en la esencia de los árboles, tu vigilia en el beso, tu olor en los duraznos, tu luz en el rocío y me doy cuenta sorprendido que todo me lo traes, niña mía, con tu mano sagrada. |
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Sobre mi pecho abatido por los golpes está tu estrella tibia, dolorosamente azul, diríase un cielo toda ella. No quiebra el agua su perfecta dulzura, su sencillez es transparente y tiene el uniforme brillo de la lluvia alta. Déjame este lucero, este cuerpo celeste sembrando sobre mi pecho lleno de golpes, estás ya tan humilde que tu nombre se puede decir con respeto y con pequeñas letras de amor, dios mío.
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Los amantes se tienden en el lecho y suavemente van ocultando las palabras y los besos. Están desnudos como niños desvalidos y en sus sentidos se concentra el mundo. No hay luz y sombra para sus ojos apagados y la vida no tiene para ellos forma alguna.
La hermosa cabellera de la mujer puede ser una rosa, el agua tibia o un surtidor enamorado. El fuego es solamente un golpe oscuro. Los amantes están tendidos en el lecho.
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Llegar a ti, entonces, es buscar la voz de un niño entre las multitud, recoger el miedo interminable que origina un viento nocturno, iluminar el amor con una lámpara de primitivo y de dulce aceite, tocar con los dedos un pájaro de azúcar que besa el cuello de las mujeres, limitar la invasión de la nieve que llega con sus armaduras de frío y verte tranquilo y reposado quemando el intacto silencio.
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Tu cabello es de humo dorado, una copa con un jugo encendido, un caracol de ondeado vidrio, una flor de bronce tímido.
Tu pelo existe, tiembla suavemente cuando mi mano llega a su rocío, cuando lo beso entusiasmado, cuando llora como los niños.
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Tu cabello es un odre con frío, una estrella dulce, un pistilo que lucha por ser lirio.
Es una paloma convertida en durazno, una corona que alumbra con sus cirios y que calienta la sangre como el vino. |
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Un laurel es tu mano entre mi mano y agua unitiva el río de tu brazo, ansias somos unidas por un lazo tenso de resistir y cotidiano.
El roce de tus labios no fue en vano y para comprobarlo te doy plazo: sobre mi pecho de hombre está tu trazo y tu aliento a mi boca está cercano.
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Mujer ausente y todopoderosa no deseo olvidar tu cuerpo fino, ni tu caricia misericordiosa.
Amo tu risa de fulgente lino y al recordarte ahora, dolorosa se me vuelve la sangre y agrio el vino. |
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