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Poesia: A Ti!
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Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que lo dice todo en medio del silencio.
Esa mirada tuya, que eleva mi alma e inunda mi ser sin tocar aún mi piel.
Esa mirada tuya tan indescriptible que llena de amor a este libre corazón.
Esa mirada tuya, tan profunda y tierna que me lleva a entender que aún estoy viva y siento.
Esa mirada tuya...
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Los amantes se tienden en el lecho y suavemente van ocultando las palabras y los besos. Están desnudos como niños desvalidos y en sus sentidos se concentra el mundo. No hay luz y sombra para sus ojos apagados y la vida no tiene para ellos forma alguna.
La hermosa cabellera de la mujer puede ser una rosa, el agua tibia o un surtidor enamorado. El fuego es solamente un golpe oscuro. Los amantes están tendidos en el lecho.
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Llegar a ti, entonces, es buscar la voz de un niño entre las multitud, recoger el miedo interminable que origina un viento nocturno, iluminar el amor con una lámpara de primitivo y de dulce aceite, tocar con los dedos un pájaro de azúcar que besa el cuello de las mujeres, limitar la invasión de la nieve que llega con sus armaduras de frío y verte tranquilo y reposado quemando el intacto silencio.
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Tu cabello es de humo dorado, una copa con un jugo encendido, un caracol de ondeado vidrio, una flor de bronce tímido.
Tu pelo existe, tiembla suavemente cuando mi mano llega a su rocío, cuando lo beso entusiasmado, cuando llora como los niños.
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Tu cabello es un odre con frío, una estrella dulce, un pistilo que lucha por ser lirio.
Es una paloma convertida en durazno, una corona que alumbra con sus cirios y que calienta la sangre como el vino. |
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Un laurel es tu mano entre mi mano y agua unitiva el río de tu brazo, ansias somos unidas por un lazo tenso de resistir y cotidiano.
El roce de tus labios no fue en vano y para comprobarlo te doy plazo: sobre mi pecho de hombre está tu trazo y tu aliento a mi boca está cercano.
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Mujer ausente y todopoderosa no deseo olvidar tu cuerpo fino, ni tu caricia misericordiosa.
Amo tu risa de fulgente lino y al recordarte ahora, dolorosa se me vuelve la sangre y agrio el vino. |
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Frotó el indio la yesca, el pedernal, el pino con otro pino viejo, la madera, las hojas de roble, la corteza de los ceibos caídos, el cuerpo del animal salvaje, el carbón mineral endurecido.
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El mundo cambió entonces otro espejo movible que no era el del agua, alzó su brazo rojo en la espesa maleza, en el ámbito crudo de miles de años a la sombra, iluminados solamente por el rayo o por el centelleo de los lúcidos ojos de las fieras.
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Tú te callaste entonces viendo crecer la lengua clarísima, la llama que levantó su lanza, su corona de espinas y que lamió la noche como animal salvaje. Ante tu limpio rostro de indígena doncella nacía otro milagro: el milagro del fuego.
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Mi patria es altísima. No puedo escribir una letra sin oír el viento que viene de su nombre. Su forma irregular la hace más bella porque dan deseos de formarla, de hacerla como a un niño a quien se enseña a hablar, a decir palabras tiernas y verdaderas, a quien se le muestran los peligros del mundo.
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Mi patria es altísima. Por eso digo que su nombre se descompone en millones de cosas para recordármela. Lo he oído sonar en los caracoles incesantes. Venía en los caballos y en los fuegos que mis ojos han visto y admirado. Lo traían las muchachas hermosas en la voz y en una guitarra.
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Mi patria es altísima. No puedo imaginármela bajo el mar o escondiéndose bajo su propia sombra. Por eso digo que más allá del hombre, del amor que nos dan en cucharadas, de la presencia viva del cadáver, está ardiendo el nombre de la patria.
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De tu rostro purísimo y resplandeciente surge una luz silenciosa que todo lo desnuda, descubre paraísos y mares de ceniza, oculta sombras con su bella campana y vuela como un pájaro. Olvidar tu rostro es ahogar el corazón, tratar de ignorarlo es vivir a ciegas, dando tumbos; no es necesario volver a decir que tu rostro nos promete un reino en un universo inmóvil y destruido.
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Yo vi, joven señora, su bello cuerpo entre las piedras como una orquídea.
No había fuego entonces al servicio del hombre, ni dúctiles metales mostraban al asombro del primitivo ser sus formas.
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Andábamos descalzos como niños, desnudos como peces en el agua y corríamos libres como ágiles leopardos
Era el año dos mil o cuatro mil antes de Jesucristo. Las tribus combatían con pedernales, con piedras y cuchillos.
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