El debate sobre la política exterior brasileña: los conservadores
“Es incómodo recibir en Brasil al jefe de un régimen dictatorial y represivo. Al final tenemos un pasado reciente de lucha contra la dictadura, y firmamos en la Constitución de 1988 los ideales de democracia y derechos humanos. Una cosa son las relaciones diplomáticas con dictaduras, otra es hospedar en casa a sus jefes”. José Serra, “Visita indeseable”, Folha de Sao Pulo 31-11-2009
Ya hace tiempo que la política internacional dejó de ser un campo exclusivo de los especialistas y los diplomáticos. Pero sólo recientemente la política exterior pasó a ocupar un lugar central en la vida pública y en el debate intelectual brasileño. Y todo indica que ella deberá transformarse en uno de los puntos fundamentales de clivaje en la disputa presidencial de 2010. Es una consecuencia natural del cambio de la posición de Brasil, dentro del sistema internacional, que crea nuevas oportunidades y desafíos cada vez mayores, exigiendo una gran capacidad de innovación política y diplomática de sus gobernantes. En este nuevo contexto, lo que llama la atención del observador, es la pobreza de las ideas y la mediocridad de los argumentos conservadores cuando discuten el presente y el futuro de la inserción internacional de Brasil. Cada día aumenta el número de diplomáticos jubilados, políticos debutantes y analistas que se rompen la cabeza en los diarios y radios, sin conseguir acertar el paso, ni definir una posición común sobre cualquiera de los temas que componen la actual agenda externa del país. Puede ser el caso del golpe militar en Honduras, o del ingreso de Venezuela en el Mercosur; de la posición de Brasil en la reunión de Copenhague o en la Ronda de Doha; de la reciente visita del presidente de Irán o del acuerdo militar con Francia; de las relaciones con los Estados Unidos o de la creación de la UNASUL. En casi todos los casos la posición de los analistas conservadores es pasatista, formalista y sin consistencia interna. Además de esto, sus posicionamientos son puntuales, desconexos, y en general defienden principios éticos de forma desigual y poco ecuánime. Por ejemplo, critican el programa nuclear de Irán, y de su incumplimiento de las decisiones de la comisión de energía atómica de las Naciones Unidas, pero no se posicionan frente al mismo comportamiento de Israel y de Paquistán, que además son Estados que ya poseen arsenales atómicos, que no firmaron el Tratado de No Proliferación de Armas Atómicas y que tienen gobiernos bajo una fuerte influencia de grupos religiosos igualmente fanáticos y expansivos. Además, en la misma línea, critican el autoritarismo y el continuismo “golpista” de Venezuela, Ecuador y Bolivia, pero no dicen lo mismo de Colombia, o de Honduras; critican la falta de respeto a los derechos humanos en China e Irán, y no acostumbran hablar de Palestina, de Egipto y de Arabia Saudita, y de ahí en delante. Pero lo que es más grave, cuando se trata de políticos y diplomáticos, es el casuismo de sus análisis y de sus juicios y la ausencia de una visión estratégica de largo plazo, para la política externa de un Estado que es hoy una “potencia emergente”.
¿Cómo explicar está súbita indolencia mental de las fuerzas conservadoras en Brasil? Tal vez, recorriendo la propia historia de las ideas y de las posiciones de los gobiernos brasileños que mantuvieron, desde la independencia, una posición político-ideológica y un alineamiento internacional muy claro y fácil de definir. Primero, con relación al liderazgo económico y político de Inglaterra, en el Siglo XIX, y después, en el Siglo XX – en particular después de la Segunda Guerra Mundial – con relación a la tutela norteamericana, durante el período de la Guerra Fría. El enemigo común era claro, la complementariedad económica era grande y los Estados Unidos mantenían con mano de hierro el liderazgo ético e ideológico del “mundo libre”. Después del fin de la Guerra Fría, los gobiernos que siguieron adoptaron las políticas neoliberales preconizadas por los Estados Unidos y se mantuvieron alineados con la utopía “cosmopolita” del gobierno de Clinton. La visión era idílica y parecía convincente: la globalización económica y las fuerzas del mercado producirían la homogeneización de la riqueza y del desarrollo y esas mudanzas económicas contribuirían para la desaparición de los “egoísmos nacionales”, y para la construcción de un gobierno democrático global, responsable por la paz de los mercados y de los pueblos. Aunque como es sabido este sueño duró poco, y la vieja utopía liberal – resucitada en los años ´90 – perdió fuerza y volvió al cajón, junto con la política exterior subordinada de los gobiernos brasileños de aquella década.
Después de 2001, entretanto, el “idealismo cosmopolita” de la era Clinton fue sustituido por el “mesianismo casi religioso” de la era Bush, que siguió defendiendo todavía por un tiempo el proyecto del ALCA, que venía de la Administración Clinton. Pero después del rechazo sudamericano del proyecto, y después de la falencia del Consenso de Washington y del fracaso de la intervención de Estados Unidos a favor del golpe militar en Venezuela de 2002, la política exterior norteamericana para América del Sur quedó a la deriva y los Estados Unidos perdieron el liderazgo ideológico del continente, a pesar de mantener su supremacía militar y su centralidad económica. En este mismo período, las fuerzas conservadoras fueron siendo desalojadas del poder, en Brasil y en casi toda la América del Sur. Sin embargo, a pesar de esto, durante algún tiempo, todavía seguirán repitiendo su cantinela ideológica neoliberal. El golpe de muerte vino después con la elección de Barack Obama. El nuevo gobierno demócrata dejó atrás el idealismo cosmopolita y el mesianismo religioso de los dos gobiernos anteriores, y asumió una posición realista y pragmática en todo el mundo. Su objetivo ha sido en todos los casos mantener la presencia global de los Estados Unidos, con políticas diferentes para cada región del mundo. Para América del Sur sobró muy poco, casi nada, como estrategia y como referencia doctrinaria, apenas una vaga empatía racial y un anti populismo recalentado. Como consecuencia, ahora sí nuestros conservadores perdieron la brújula. Todavía intentan seguir la pauta norteamericana, pero no es fácil, porque ella no es clara, no es moralista y no es binaria. Por eso, ahora sólo les queda pensar con la propia cabeza para sobrevivir políticamente. Pero esto no es fácil, toma tiempo y demanda un largo aprendizaje.
José Luis Fiori
Sin Permiso