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Socio-Política: Cómo la ciencia nos dice a todos que nos rebelemos
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De: kuki (Mensaje original) |
Enviado: 10/02/2014 04:06 |
«¿Está matando al planeta nuestra implacable busca de crecimiento
económico? Los climatólogos han visto los datos y están llegando a
algunas conclusiones incendiarias.
Diciembre de 2012. Un
investigador de sistemas complejos, de cabellos rojos, llamado Brad
Werner pasó entre la multitud de 24.000 climatólogos y astrofísicos en
la Reunión de Otoño de la Unión Geofísica Estadounidense, celebrada
anualmente en San Francisco. La conferencia de este año incluía algunos
participantes de gran renombre, desde Ed Stone, del proyecto Voyager de
la NASA explicando un nuevo hito en el camino al espacio interestelar,
hasta el cineasta James Cameron, quien habló de sus aventuras en
sumergibles de aguas profundas.
Pero fue la propia sesión
de Werner la que atrajo gran parte del alboroto. Se titulaba “¿Está
jodida la tierra? (título completo: ¿Está jodida la tierra? Futilidad
dinámica del manejo del medioambiente y posibilidades de sustentabilidad
a través del activismo de acción directa”).
De pie frente
a la sala de conferencias, el geofísico de la Universidad de California
San Diego presentó a la multitud el avanzado modelo informático que iba
a utilizar para responder a esa pregunta. Habló de límites del sistema,
perturbaciones, disipación, atractores, bifurcaciones y toda una serie
de asuntos que en gran parte eran incomprensibles para nosotros, los no
iniciados en la teoría de sistemas complejos. Pero el resultado final
era suficientemente claro: el capitalismo global hace que el agotamiento
de los recursos sea tan rápido, conveniente e irrestricto, que los
“sistemas tierra-humanos” se están haciendo peligrosamente inestables
como reacción. Cuando un periodista lo presionó para que diera una
respuesta clara a la pregunta “¿estamos jodidos?, Werner dejó la jerga a
un lado y respondió: “Más o menos”.
Había, sin embargo,
una dinámica en el modelo que ofrecía alguna esperanza. Werner la llamó
“resistencia”, movimientos de “gente o grupos de gente” que “adoptan un
cierto conjunto de dinámicas que no se ajustan a la cultura
capitalista”. Según el resumen de su presentación esto incluye “acción
directa ecológica, resistencia proveniente desde afuera de la cultura
dominante, como en protestas, bloqueos y saboteos por parte de pueblos
indígenas, trabajadores, anarquistas y otros grupos activistas”.
Las
reuniones científicas serias no destacan usualmente llamados a la
resistencia política, mucho menos acción directa y saboteo. Pero por
otra parte, Werner no estaba llamando a emprender cosas semejantes.
Simplemente estaba observando que los levantamientos masivos de la
gente, siguiendo las líneas del movimiento por la abolición, del
movimiento de derechos civiles u Ocupa Wall Street, representan la
fuente más probable de “fricción” para ralentizar una maquinaria
económica que se está saliendo de control. Sabemos que los movimientos
sociales del pasado han “tenido tremenda influencia sobre… cómo se
desarrolló la cultura dominante", señaló. Por lo tanto es razonable que,
“si estamos pensando en el futuro de la tierra y el futuro de nuestra
conexión con el medio ambiente tenemos que incluir la resistencia como
parte de esa dinámica”. Y eso, argumentó Werner, no es un tema de
opinión, sino “realmente un problema de geofísica”.
Numerosos
científicos han sido motivados por los resultados de su investigación a
emprender la acción en las calles. Físicos, astrónomos, médicos y
biólogos han estado a la vanguardia de los movimientos contra las armas
nucleares, la energía nuclear, la guerra, la contaminación química y el
creacionismo. Y en noviembre de 2012, Nature publicó un
comentario del financista y filántropo ecológico Jeremy Grantham
instando a los científicos a sumarse a esa tradición y “ser arrestados
si es necesario”, porque el cambio climático “no es solo la crisis de
vuestras vidas, es también la crisis de la existencia de nuestra
especie”.
Algunos científicos no necesitan que los
convenzan. El padrino de la climatología moderna, Hames Hansen, es un
formidable activista, ha sido detenido una media docena de veces por
resistir la minería de remoción de cima de montaña y los oleoductos de
arenas bituminosas (incluso abandonó su puesto en la NASA este año en
parte para tener más tiempo para las campañas). Hace dos años, cuando
fui arrestada frente a la Casa Blanca en una acción masiva contra
Keystone XL, el oleoducto de arenas bituminosas, una de las 166 personas
esposadas ese día era un glaciólogo llamado Jason Box, un experto de
reputación mundial sobre la placa de hielo de Groenlandia que se
derrite.
“No podía mantener mi autorespeto si no iba”,
dijo Box entonces, y agregó que “solo votar no parece suficiente en este
caso. También tengo que ser un ciudadano”.
Esto es
laudable, pero lo que Werner hace con sus modelos es diferente. No dice
que su investigación lo impulsó a tomar acción para detener una política
en particular, dice que su investigación muestra que todo nuestro
paradigma económico es una amenaza para la estabilidad ecológica. Y por
cierto que cuestionar ese paradigma económico –mediante la presión
contraria del movimiento de masas– es el mejor intento de la humanidad
para evitar la catástrofe.
Es un argumento pesado. Pero no
es el único. Werner forma parte de un grupo pequeño pero cada vez más
influyente de científicos cuya investigación de la desestabilización de
sistemas naturales –en particular el sistema climático– los lleva a
conclusiones similarmente transformadoras, incluso revolucionarias. Y
para cualquier revolucionario de armario quien nunca ha soñado con
derrocar el orden económico actual a favor de otro que sea menos
probable que lleve a jubilados italianos a ahorcarse en sus casas, este
trabajo debería ser de particular interés. Porque hace que el abandono
de ese cruel sistema a favor de algo nuevo (y tal vez, con mucho
trabajo, mejor) ya no sea cosa de simple preferencia ideológica, sino
más bien una necesidad existencial para la especie.
En la
dirección de ese grupo de nuevos revolucionarios científicos se
encuentra uno de los principales expertos en el clima de Gran Bretaña,
Kevin Anderson, vicedirector del Centro Tyndall de Investigación del
Cambio Climático, que se ha establecido rápidamente como una de las
principales instituciones de investigación del clima del Reino Unido.
Dirigiéndose a todos, desde el Departamento de Desarrollo Internacional
al Consejo Municipal de Manchester, Anderson ha pasado más de una década
traduciendo pacientemente las implicaciones de la última ciencia
climatológica a políticos, economistas y activistas. En lenguaje claro y
comprensible, presenta un camino riguroso para la reducción de
emisiones, que asegura un intento decente de mantener el aumento de la
temperatura global a bajo 2º Celsius, un objetivo que la mayoría de los
gobiernos han determinado que conjuraría la catástrofe.
Pero
en los últimos años, los escritos y presentaciones visuales de Anderson
se han hecho más alarmantes. Con títulos como “El cambio climático: más
allá de peligroso… Cifras brutales y tenue esperanza”, señala que las
probabilidades de mantenerse dentro de algo semejante a niveles seguros
de temperatura disminuyen rápidamente.
Con su colega Alice
Bows, experta en mitigación del clima en el Centro Tyndall, Anderson
señala que hemos perdido tanto tiempo debido a atolladeros políticos y
débiles políticas climáticas –mientras el consumo (y las emisiones)
globales aumentaban vertiginosamente– que ahora estamos enfrentando
recortes tan drásticos que cuestionan la lógica fundamental de dar
prioridad al crecimiento del PIB por sobre todas las cosas.
Anderson
y Bows nos informan de que el objetivo de mitigación a largo plazo
mencionado frecuentemente –un recorte de las emisiones de un 80% bajo
los niveles de 1990 para 2050– ha sido seleccionado exclusivamente por
motivos de conveniencia política y no tiene “ninguna base científica”.
Esto se debe a que los impactos del clima no tienen lugar solo por lo
que emitimos hoy y mañana, sino por las emisiones que se acumulan en la
atmósfera con el paso del tiempo. Y advierten de que al concentrarse en
objetivos a tres décadas y media de distancia en el futuro –en lugar de
lo que podemos hacer para reducir el carbono fuerte e inmediatamente–
existe un serio riesgo de que permitamos que nuestras emisiones sigan
aumentando durante años, gastando demasiado de nuestro “presupuesto de
carbono” y colocándonos en una posición imposible en el resto del siglo.
Por eso Anderson y Bows argumentan que si los gobiernos
de países desarrollados son serios en alcanzar el objetivo internacional
acordado de mantener el calentamiento por debajo de 2º Celsius y si las
reducciones han de respetar algún tipo de principio de equidad
(básicamente que los países que han estado expeliendo carbono durante
gran parte de dos siglos tienen que recortar antes que los países donde
más de mil millones de personas todavía no tienen electricidad),
entonces las reducciones tienen que ser mucho más profundas y tendrán
que ocurrir mucho antes.
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De: kuki |
Enviado: 10/02/2014 04:09 |
Para tener incluso una
probabilidad de 50/50 de alcanzar el objetivo de 2ºC (que, advierten
ellos y muchos otros, ya involucra una serie de impactos climáticos
inmensamente dañinos), los países industrializados tienen que comenzar a
reducir sus emisiones de gases invernadero en algo como 10% al año y
tienen que hacerlo ahora mismo. Pero Anderson y Bows van más lejos, al
señalar que este objetivo no se puede alcanzar con la serie de
soluciones de bonos de carbono o de tecnología verde usualmente
propugnadas por grandes grupos verdes. Estas medidas ciertamente ayudan,
sin duda, pero simplemente no bastan: una baja de las emisiones de un
10%, año tras año, virtualmente no tiene precedentes desde que
comenzamos suministrando energía a nuestras economías con carbón. De
hecho, recortes de más de 1% por año “han sido asociados históricamente
solo con recesión económica o agitación”, como dijo el economista
Nicholas Stern en su informe de 2006 para el Gobierno británico.
Incluso
después del colapso de la Unión Soviética no hubo reducciones de esta
duración y profundidad (los antiguos países soviéticos tuvieron
reducciones anuales promedio de aproximadamente 5% durante un período de
diez años). No tuvieron lugar después del crac de Wall Street en 2008
(algunos países ricos tuvieron una baja de 7% entre 2008 y 2009, pero
sus emisiones de CO2 se recuperaron con ganas en 2010 y las emisiones en
China e India siguieron aumentando). Solo durante las consecuencias
inmediatas del gran crac del mercado de 1929, por ejemplo, EE.UU. tuvo
una baja de emisiones durante varios años consecutivos de más de un 10%
por año, según datos históricos del Centro de Análisis de Información
sobre Dióxido de Carbono. Pero esa fue la peor crisis económica de los
tiempos modernos.
Si queremos evitar ese tipo de matanza
mientras cumplimos nuestros objetivos de emisiones basados en la
ciencia, la reducción de carbono debe ser administrada cuidadosamente
mediante lo que Anderson y Bows describen como “estrategias radicales e
inmediatas de "decrecimiento" en EE.UU., la UE, y otras naciones ricas”.
Lo que está bien, con la excepción de que sucede que tenemos un sistema
económico que hace un fetiche del crecimiento del PIB por sobre todo,
sin que importen las consecuencias humanas o ecológicas, y en el cual la
clase política neoliberal ha abdicado del todo su responsabilidad de
administrar algo (ya que el mercado es el genio invisible al que hay que
confiarlo todo).
Por lo tanto, lo que realmente dicen
Anderson y Bows es que todavía queda tiempo para evitar un calentamiento
catastrófico, pero no dentro de las reglas del capitalismo tal como
están construidas actualmente. Lo que podría ser el mejor argumento que
hayamos tenido para cambiar esas reglas.
En un ensayo de 2012 que apareció en la influyente revista científica Nature Climate Change,
Anderson y Bows presentaron una especie de desafío, acusando a muchos
otros científicos de no decir la verdad sobre el tipo de cambios que el
cambio climático exige de la humanidad. Al respecto vale la pena citarlo
en extenso:
…al
desarrollar escenarios de emisiones los científicos subestiman repetida
y severamente las implicaciones de sus análisis. Cuando se trata de
evitar un aumento de 2ºC, “imposible” es traducido como “difícil pero
factible”, mientras “urgente y radical” aparece como “retador”, todo
para apaciguar al dios de la economía (o, para ser más precisos, de las
finanzas). Por ejemplo, para evitar de exceder la reducción de la tasa
de emisión máxima dictada por los economistas, se asumen picos
“imposiblemente” tempranos, junto con nociones ingenuas sobre “gran”
ingeniería y las tasas de despliegue de infraestructura de bajo carbono.
A medida que disminuyen los presupuestos de emisiones, se propone cada
vez más geoingeniería para asegurar que el dictado de los economistas no
se cuestione.
En otras palabras, a fin de
parecer razonables dentro de los círculos económicos neoliberales, los
científicos han estado suavizando dramáticamente las implicaciones de su
investigación. En agosto de 2013, Anderson estuvo dispuesto a ser aún
más directo y escribió que ya era demasiado tarde para el cambio
gradual. “Tal vez en los días de la Cumbre de la Tierra de 1992, o
incluso al principio del milenio, los niveles de mitigación de 2ºC
podrían haber sido logrados mediante cambios evolutivos significativos
dentro de la hegemonía política y económica. ¡Pero el cambio climático
es un problema acumulativo! Ahora, en 2013, en las naciones (post)
industriales de altas emisiones enfrentamos una perspectiva muy
diferente. Nuestro continuo y colectivo libertinaje con el carbono ha
desperdiciado toda oportunidad del ‘cambio evolucionista’ permitido por
nuestro anterior (y mayor) presupuesto de carbono de 2ºC. Actualmente,
después de dos décadas de fanfarronadas y mentiras, el presupuesto de
2ºC restante exige cambios revolucionarios de la hegemonía política y
económica”.
Probablemente no debería sorprendernos que
algunos científicos especialistas en clima estén un poco asustados ante
las implicaciones radicales incluso de su propia investigación. En su
mayoría solo estaban haciendo tranquilamente su trabajo midiendo
muestras de hielo, preparando modelos del clima global y estudiando la
acidificación de los océanos, solo para descubrir, como describe el
experto en clima y autor australiano Clive Hamilton, que estaban
“involuntariamente desestabilizando el orden político y social”.
Pero
hay mucha gente muy consciente de la naturaleza revolucionaria de la
ciencia climática. Por eso algunos gobiernos que decidieron descartar
sus compromisos climáticos a favor de excavar más carbón han tenido que
encontrar maneras cada vez más "matonescas" para silenciar e intimidar a
los científicos de sus naciones. En Gran Bretaña esta estrategia es
cada vez más abierta e Ian Boyd, asesor científico jefe del Departamento
del Entorno, Alimentación y de Asuntos Rurales, escribió recientemente
que los científicos deberían evitar “sugerir que las políticas son
correctas o equivocadas” y expresar sus puntos de vista “trabajando con
asesores empotrados (como yo mismo) y siendo la voz de la razón, en
lugar del disenso, en la arena pública”.
Si queréis saber
adónde lleva esto comprobad lo que sucede en Canadá, donde vivo. El
Gobierno conservador de Stephen Harper ha realizado un trabajo tan
efectivo silenciando a los científicos y eliminando proyectos de
investigación crítica que en julio de 2012 un par de miles de
científicos y sus partidarios efectuaron un simulacro de funeral en
Parliament Hill en Ottawa, deplorando “la muerte de la evidencia”. Sus
pancartas decían, “No a la ciencia, no a la evidencia, no a la verdad”.
Pero
la verdad sale a la luz a pesar de todo. Ya no es necesario leer en
publicaciones científicas que la búsqueda de beneficios y crecimiento de
los negocios como si tal cosa está desestabilizando la vida en la
tierra. Las primeras señales se despliegan ante nuestros ojos. Y más y
más de nosotros reaccionamos correspondientemente: bloquear la actividad
del fracking e Balcombe; interferir en los preparativos para
perforaciones en aguas rusas en el Ártico (a un enorme coste personal);
demandar a los operadores de arenas bituminosas por violar la soberanía
indígena; e innumerables actos más de resistencia grandes y pequeños. En
el modelo informático de Brad Werner, esta es la “fricción” requerida
para ralentizar las fuerzas de desestabilización; el gran activista del
clima Bill MbKibben los llama “anticuerpos” que se alzan para combatir
la “fiebre de adulteración” del planeta.
No es una
revolución, pero es un comienzo. Y podría darnos suficiente tiempo para
encontrar una manera de vivir en este planeta que sea claramente menos
jodida.» Naomi Klein: How science is telling us all to revolt
por Naomi Klein (New Statesman)
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