El reciente informe de Oxfam Gobernar para las élites muestra con
datos fehacientes lo que venimos sintiendo: que la democracia fue
secuestrada por el uno por ciento para ensanchar y sostener la
desigualdad. Confirma que la tendencia más importante que vive el mundo
en este periodo de creciente caos es hacia la concentración de poder y,
por tanto, de riqueza.
El informe señala que casi la mitad de la
riqueza mundial está en manos de uno por ciento de la población, que se
ha beneficiado de casi la totalidad del crecimiento económico posterior a
la crisis. Acierta Oxfam al vincular el crecimiento de la desigualdad a
la apropiación de los procesos democráticos por parte de las élites económicas
. Acierta también al advertir que la concentración de la riqueza erosiona la gobernabilidad, destruye la cohesión social y aumenta el riesgo de ruptura social
.
Lo
que no dice Oxfam es que la concentración de riqueza va de la mano con
la militarización de las sociedades. Para defender la gigantesca
concentración de riqueza, los de arriba se están blindando,
militarizando cada rincón del planeta. Una de las recomendaciones
dirigida a los miembros del Foro Económico de Davos suena demasiado
ingenua: No utilizar su riqueza económica para obtener favores políticos que supongan un menoscabo de la voluntad de sus conciudadanos
.
Vivimos
en sociedades cada vez más controladas y militarizadas, ya sea en el
norte o en el sur, bajo gobiernos conservadores o progresistas. Estamos
ante una tendencia global que no puede ser revertida, en el mediano
plazo, en los escenarios locales. Oxfam asegura que la desigualdad ha
disminuido en América Latina en la última década. Ciertamente. Pero se
trata de la región más desigual del mundo y se compara con la década de
1990, cuando la desigualdad llegó a un pico tan elevado que provocó
estallidos sociales y levantamientos populares.
Entre los países
donde la desigualdad ha disminuido destacan Brasil, México, Argentina y
Colombia. En todos los casos la reducción se debe a razones similares
(fiscalidad progresiva, servicios públicos y políticas sociales). Quiero
destacar que existen tendencias de fondo, más allá de qué corrientes
políticas ocupen el gobierno. Algo similar puede decirse de Europa: la
crisis la pagan los trabajadores, tanto bajo gobiernos de derecha como
de izquierda
.
Me interesa destacar la tendencia a la
militarización. El secuestro de los derechos. La criminalización de la
protesta. Los de abajo vivimos en un estado de excepción permanente
,
siguiendo la máxima de Walter Benjamin. La militarización no es ni
transitoria ni accidental, no depende de la calidad de los gobiernos ni
de su discurso ni de su signo ideológico. Se trata de algo intrínseco al
sistema, que ya no puede funcionar sin criminalizar la resistencia
popular.
El Ministerio de Defensa de Brasil acaba de difundir (parcialmente por cierto) el Manual de garantía de la ley y el orden (GLO), en el que se define la intervención de las fuerzas armadas en la seguridad interna (http://www.defesa.gov.br/arquivos/File/doutrinamilitar/listadepublicacoesEMD/md33_m_10_glo_1_ed2013.pdf). El GLO tuvo
dos versiones: la primera, de diciembre de 2013, fue pulida en la
publicada a finales de enero y se quitaron (o se enviaron a las páginas
en blanco) los aspectos más chocantes. Por ejemplo, que las fuerzas
armadas van a intervenir para restaurar el orden contra fuerzas oponentes
.
Cuando el manual define cuáles son esas fuerzas, puede leerse: movimientos u organizaciones
; personas, grupos de personas u organizaciones actuando de forma autónoma o infiltrados en movimientos
. Cuando detalla las principales amenazas
, se dice: bloqueo de vías públicas
; disturbios urbanos
; invasión de propiedades e instalaciones rurales o urbanas, públicas o privadas
; paralización de actividades productivas
; sabotaje en los locales de grandes eventos
. En suma, buena parte del repertorio de acción de los movimientos sociales.
Es un buen ejemplo de militarización y de criminalización de la protesta. En rigor, el GLO es
la actualización de un conjunto de normativas que figuran en la
Constitución y se han ido reglamentando desde la década de 1990. Lo
sintomático es que se actualiza luego de las masivas manifestaciones de
junio cuando se celebraba la Copa FIFA Confederaciones, y cuando una
parte del movimiento popular anuncia nuevas acciones durante la próxima
Copa Mundial de Futbol. Por eso se considera como sabotaje cualquier
movilización durante grandes eventos
. Esa es la disposición de
ánimo de un gobierno como el de Dilma Rousseff, que pasa por ser más
democrático que los de México y Colombia, por ejemplo.
El
problema no es que el gobierno de Brasil haya cambiado, sino que el
Estado siente la necesidad de responder al desafío de la calle y lo hace
como cualquier Estado que se aprecie: garantizado el orden a costa de
los derechos. De lo que se trata en este caso es de asegurar que una de
la más corruptas multinacionales, la FIFA, pueda celebrar su actividad
más lucrativa sin ser molestada por acciones colectivas de protesta.
Insisto: es apenas un ejemplo, no quiero focalizar en Brasil.
Ante
la escalada de militarización que atraviesa el mundo, los de abajo
organizados en movimientos estamos lejos de tener algún tipo de
respuesta. Más aún: nuestras estrategias, nacidas en periodos de normalidad
,
están mostrando límites en momentos de crisis y caos sistémicos. En
primer lugar, necesitamos ser conscientes de esos límites. En segundo,
debemos aprender a defendernos.
Raúl Zibechi
La Jornada