Reconstrucción
Se dice que Dios enseño primero los secretos de la existencia a los
arcángeles superiores, que formaban un consejo interno en la Corte de
Todopoderoso. Esta versión cristiana de la Enseñaza indica que el
Creador dicta las leyes que gobernaran la Creación. Estas se basan,
según la Cábala, en los diez Sefirot, Atributos Divinos o
Manifestaciones del Absoluto, cuya existencia, fue dispuesta con el fin
de que Dios pudiese contemplar a Dios. (Biblia de Holkham, Inglaterra,
siglo XIV.)
Según la tradición, Melchizedek el Rey de los Justos y de Salem, y
sacerdote del Altísimo, inicio a Abrahán en el conocimiento de las
enseñanzas esotéricas en lo que concierne al hombre, al universo y a
Dios.
La invención del Tarot, es inseparable de la historia de los juegos de
cartas. Bien porque las variantes de naipes en uso descienden de su
versión más completa, bien porque los arcanos se hayan agregado en algún
momento a la inocencia de la baraja para disimular su filiación
esotérica. Para Roger Caillois, nuestra baraja desciende del naipe
islámico y del chino (las carticellas educativas italianas, habrían
tomado de éste último «el simbolismo racional y cívico»), los que a su
vez serían herederos del
Dasavatara indio, aunque no hayan adquirido formalmente nada «de la
lujuriosa mitología de la India». El Dasavatara, que suele encontrarse
aún en la India contemporánea, se compone de diez series o palos de doce
cartas cada uno, correspondientes a las diez encarnaciones o avtaras
de Vishnu, e ilustradas con sus símbolos. La iconografía de estas 120
cartas, suele variar según los centros de fabricación. Cada serie
-siguiendo la descripción de Caillois- comprende dos figuras (el rey y
el visir) y diez cartas de puntos, numeradas del uno al diez. En las
cinco primeras series, el orden de las cartas numeradas es ascendente,
de uno a diez, siendo el uno la más baja, en las cinco últimas el orden
es inverso, correspondiendo al uno o as el mayor valor. Las series son
emblemáticas como las de nuestra baraja, aunque su mayor número y la
variedad iconográfica apuntada dificultan el paralelo.
Entre las más usadas podrían anotarse, sin embargo, los peces, tortugas,
conchas, discos (equivalentes a los oros), lotos, cálices, vasijas
(copas), hachas, arcos (bastos y espadas). «Algunos juegos -concluye
Caillois- representan escenas donde intervienen de uno a diez
personajes, según el valor de la carta: un fumador solitario, dos
hombres en trance de discutir, una dama y su sirvienta visitando a un
santón (...), una muchacha bailando delante del rey y tres cortesanos,
etc.»
Para el británico Roger Tilley (Cartes a jouer et tarots), hay un
curioso paralelo entre la representación del dios híbrido Ardhanari
(cuya mitad izquierda es Shiva, y la derecha la Shakti Devi) y las
series de la baraja: la mitad Shiva sostiene una copa, y la mujer una
espada. Podría agregarse que el anillo de Devi alude al oro, y el eje
vertical del andrógino al carácter de cetro que se atribuye al basto. El
ejemplo es un tanto excesivo, pero sirve para destacar la esencia
referencial de toda simbología: integrado a sistemas de creciente
complejidad, el símbolo no sólo no pierde su fuerza evocadora, sino que
la acrecienta. Puestos a descubrir paralelismos de este tipo, es
probable que el desmonte de un sólo sistema se convirtiese en una tarea
inagotable.
Más estrictamente, se intentará aquí una cronología probable de los
juegos de cartas -en alguno de cuyos puntos debe encontrarse el ubícuo
nacimiento del Tarot- los datos más comprobables o citados con mayor
frecuencia por los especialistas.
1120 - Hacia esta fecha ubica Tilley la invención de las cartas,
confeccionadas por encargo de Huei-Song, emperador de la China, para
distraer los ocios de sus numerosas mujeres. El americano Stewart Culin,
apoya también esta tesis. Ambos deben referirse al «texto
desgraciadamente tardío y sin autoridad» que menciona Caillois en su
descripción del juego denominado Mil veces diez mil. A pesar de su
nombre, el juego -debido al ingenio de un oficial de la corte- no
contaba con más de treinta tabletas de marfil, divididas en tres series
de nueve naipes cada una, y tres triunfos fuera de serie (uno de ellos
titulaba el mazo, y los dos restantes eran llamados La Flor Blanca y La
Flor Roja). Algunas de estas cartas estaban relacionadas con el Cielo,
otras con la Tierra, ciertas con el hombre, y el mayor número de ellas
con nociones abstractas como la suerte o los deberes del ciudadano.
Marcadas con diversas señales combinables entre las series, el total de
estas marcas equivalía al número de las estrellas. «El juego era
entonces un microcosmos -acierta Caillois- un alfabeto de emblemas capaz
de cubrir el universo.»
1227 - Viajeros franceses informan que los niños italianos eran
«instruidos en el conocimiento de las virtudes, con unas láminas que
ellos denominan carticellas».
1240 - El Sínodo de Worcester prohíbe a los clérigos «el deshonesto
juego del Rey y de la Reina», frase que puede referirse a las cartas, al
ajedrez, o a alguna otra moda frívola acaso menos inocente. Por aquella
época Ramón Llull (1235-1315) habría conocido los veintidós arcanos,
según afirma Oswald Wirth.
1299 - El Trattato del governo della familia di Pipozzo di Sandro,
manuscrito sienes fechado en este año, menciona la existencia de los
«naibis». Parece ser la más antigua referencia a las cartas en
manuscritos occidentales.
1332 - Alfonso XI de Castilla, El Justiciero, recomienda a sus
caballeros se abstengan de los juegos de cartas.
1310/1377 - Varias referencias a los naipes, en Alemania, propagadas por
la soldadesca que acompañara a Enrique VII de Luxemburgo -efímero
emperador germánico- durante sus campañas italianas. En 1329, el Obispo
de Wurzburg firma un interdicto condenando estos entretenimientos. El
«juego de las páginas y figuras», es reprobado en los estatutos de
varios monasterios italianos. El Abad de Saint Germain no menciona, sin
embargo, las cartas, en las Instrucciones a los clérigos, de 1363, ni sé
las incluye en la prohibición de practicar «toda clase de juegos de
dados o de mesa, como el ajedrez y las damas», en el decreto firmado en
1369 por Carlos V de Francia.
1377 - El padre Johannes, un sacerdote alemán de cuya identidad sólo se
conserva la firma, estampada a la cabecera de un vasto informe redactado
en latín (colección del British Museum), asegura que «un cierto juego,
llamado de los naipes, ha aparecido entre nosotros este año. Este juego
describe a la perfección el estado actual del mundo. Pero ¿cuándo, por
quién y en qué lugar ha sido ingeniado este juego? Esto es algo que
ignoro totalmente...» Más adelante cita seis tipos diferentes de baraja,
entre los que hay una compuesta por 78 láminas. Acaso es el Tarot,
aunque faltan todavía algunos años para la aparición de la copia más
antigua que ha llegado hasta nosotros.
1379 - Una crónica de Viterbo hace mención a «il gioco delle carte che
in saracino parlare si chiama nayb». Nayb, de donde derivarán «naibis» y
naipes, es el singular del indostano nabab (virreyes, lugartenientes,
gobernadores): esta etimología es una de las pruebas que corrobora, para
la mayoría de los especialistas, el origen oriental de las cartas,
introducidas seguramente en Europa por los comerciantes italianos. En el
mismo año, los duques Jeanne y Wenceslas adquieren un juego de cartas a
la firma Ange van der Noot, de Bruselas, según consta en una factura
hallada en 1870 por Alexandre Pinchart, en los archivos del ducado de
Brabante.
1381 - Una minuta del notario Laurent Aycardi, fechada en Marsella el 30
de agosto de este año, da cuenta de la existencia de un juego de naipes
entre los bienes de la herencia dejada por uno de sus clientes. La
referencia en el inventario, al lado de muebles, joyas y otros bienes,
puede dar idea del alto valor que tenían por entonces estas colecciones
iluminadas, hechas a mano y en tirada singular.
1392 - «A Jacquemin Gringonneur, pintor, por tres juegos de cartas
dorados y en diversos colores y divisas, hechos para el esparcimiento de
nuestro infortunado rey Carlos VI» consta, de puño y letra del
tesorero, en el Registro de las Cuentas Reales de Carlos VI de Francia.
De allí parte la hipótesis -falsa, pero muy popular en Francia, y
repetida por casi todos los historiadores hasta el siglo pasado- de que
las cartas se inventaron para distraer la locura del rey, quien por
entonces pasaba una de las más graves crisis de su enfermedad, no
reconocía a sus familiares, y se encerraba a disputa interminables
partidas con su favorita Odette de Champ Divers (Juan Bautista Weiss,
Historia Universal;). Lo que sí cabe señalar de estos naipes, es que son
los más antiguos tarots que se conservan, y el artesano Gringonneur
debe a ellos su perdurabilidad. Es evidente que no son originales, sino
copia o refundido de otros juegos más antiguos, pero ofrecen por primera
vez la totalidad de las 78 láminas, incluyendo los 22 arcanos fuera de
serie y color, que debieron desconcertar los entusiasmos lúdicos del
desdichado Carlos VI.
1393 - El moralista y educador italiano G. B. Morelli, recomienda las
láminas de los naibis como «instructivas y provechosas» para la
educación de los niños. Parece lógico concluir que eran aún piezas
singulares, aplicadas más a la representación de repertorios
enciclopédicos que al juego. La difusión del grabado en madera, la
creación de las corporaciones italianas de «pintores de cartas», y la
liberalidad de la corte francesa de Carlos VI, popularizarán esta última
función en las primeras décadas del siglo siguiente.
1398 - Primeras referencias de la llegada de los gitanos al cuadrilátero
de Bohemia; se extenderían por Suiza e Italia en veinte años más, para
llegar a España circa 1427. Gérard van Rijneberk ha demostrado que no
fueron los introductores de las cartas en Europa, ni los inventores del
Tarot, como se creyó durante mucho tiempo. No es seguro, en cambio, que
no hayan sido los primeros en descubrir sus posibilidades cartománticas.
1415 ó 1430 - En una de estas dos fechas Filippo María Visconti, duque
de Milán, paga 1.500 piezas de oro por un solo juego de naipes
«iluminados a mano». Es el más antiguo Tarot italiano que ha llegado
hasta nosotros.
1419 - Muerte de Francesco Fibbia, admitido como inventor de las cartas
de juego. Los reformadores de la ciudad de Bologna le reconocieron, como
creador del tarocchino, el derecho a estampar su escudo de armas sobre
la reina de bastos, y el de su mujer, una Bentivoglio, sobre la reina de
oros.
1423 - San Bernardino de Siena lanza, en Bologna, un furibundo ataque
contra los juegos de naipes y de dados. Por esta fecha, poco más o
menos, ha culminado la actividad de «les imagiers du moyen age» quienes,
al decir de Wirth, son los creadores formales del Tarot. Veinte años
después, los pintores italianos se quejan de la difusión extraordinaria
de estos toscos grabados, que acabará por extinguir el floreciente
negocio de las barajas iluminadas.
1545 - Un tratado anónimo -citado por Caillois- propone esta explicación
para el simbolismo de las series: «Las espadas recuerdan la muerte de
aquellos que se desesperan con el juego; los bastones indican el castigo
que merecen los que trampean; los oros muestran el alimento del juego;
las copas, en fin, el brebaje por el que se apaciguan las disputas de
los jugadores.»
1546 - Guillaume Postel (1510-1581; realizó dos extensos viajes por
Oriente que, en opinión de Wirth, «le aportaron una suerte de ciencia
universal») publica Clavis absonditorum, en donde establece la relación
entre TARO, ROTA o ATOR con las cuatro letras del Tetragrammaton, o
Nombre de Dios. Es acaso la más antigua referencia al simbolismo
elíptico del Tarot, y sin duda el primer intento de una explicación
esotérica de su nombre.
1590/1600Aboul Fazl Allami describe un juego de 144 cartas, en doce
series de doce. Abkar lo reduce a 96 cartas; es decir, a 8 series. El
italiano Garzoni escribe una minuciosa descripción del Tarot, que
responde enteramente a la de nuestro actual Tarot de Marsella. Caillois
interpreta que por entonces se había llegado a la madurez de «un
lenguaje jeroglífico universal», con símbolos paganos y cristianos,
eruditos o populares, donde «lo esencial era obtener una totalidad que
contuviera al universo».
1622 - Pierre de l'Ancre publica L'incredulité et mescréance du
sortilege plainement convaincue..., en donde hace esta pueril referencia
a la cartomancia: «es una forma de adivinación de ciertas personas que
toman las imágenes y las ponen en presencia
de determinados demonios o espíritus que ellos han convocado, a fin de
que estas imágenes les instruyan sobre las cosas que ellos desean
saber». Las carticellas educativas se habían metamorfoseado en naipes de
juego, y éstos devenían el más flamante y popular de los métodos
adivinatorios.
Para Luc Benoist, hay un movimiento intermedio -durante el XVIII
francés- que liga al romanticismo alemán con los platónicos del
Renacimiento (Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Giordano Bruno,
Campanella) asegurando la continuidad del pensamiento esotérico en la
Europa occidental. Movimiento de transición, y con frecuencia «más
místico que iniciático», naufragará posteriormente en la gran confusión
masónica y rosacruz. Uno de sus representantes, Claude de Saint-Martin,
será, sin embargo, el único que por aquella época coincida con el
inspirado Curt de Gébelin, intuyendo en el Tarot algo más que un
inocente pasatiempo. Si bien Saint-Martin está lejos de divulgar las
fantasías egipcias de sus predecesores, parece cierta su influencia en
la formación de los ocultistas del XIX, principalmente en Christian y
Éliphas Lévi. A partir de este último habrá que distinguir dos líneas
entre los historiadores del Tarot: una conducirá al charlatanismo
desembozado de Gérard Encausse, quien bajo el seudónimo de doctor Papus
dedicará al tema dos libros de vasta difusión (Tarot des Bohémiens y Le
Tarot divinatoire), divulgados profusamente en los años previos a la
Primera Guerra Mundial; la otra, pasando por el magisterio de Joséphin
Péladan (quien creó el primer método simbólico de lectura) y Stanislas
de Guaita, llegará a Oswald Wirth. El Wirth de la madurez, sobre todo,
no parece merecer la crítica con que Aimé Patri («Un monde intelligible
d'images », Critique, n.° 84, mayo de 1954) lo descalifica:
«EI Tarot de Oswald Wirth -dice Patri- con sus figuras tan graciosas, o
el de Papus, con sus imágenes particularmente horribles, constituyen
innovaciones debidas a la fantasía personal de sus autores, puestos en
la necesidad de justificar sus interpretaciones.»
Si la obra de Wirth se resiente frecuentemente de excesos imaginativos,
no es menos cierto que se trata del libro más serio y documentado que
haya sido escrito por un ocultista, y que sigue siendo el indispensable
punto de partida para toda investigación o comentario sobre el Tarot.
Más completas o más rigurosas, deben mucho a Wirth obras como las de
Paul Marteau o Gérard van Rijneberk, en la década de los cuarenta, y la
aguda recapitulación de materiales sobre el tema, realizada por Gwen Le
Scouézec en 1965.
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