EL SONIDO MÍSTICO DEL MANTRA
Por Mircea Eliade
Mircea Eliade es uno de los máximos historiadores de las religiones. Una
de sus obras más trascendentes es El yoga. Inmortalidad y libertad;
allí Mircea Eliade recorre los poderes de los sonidos místicos, que en
la Antigua India o el Tibet se asocian con el término mantra. Aquí, en
este nuevo momento de Temakel, presentamos un fragmento de esa obra que
nos estimulará a meditar en la naturaleza del sonido mántrico y su
vínculo con la intuición de lo sagrado.
El valor de los "sonidos místicos" se conocía desde los tiempos védicos.
Desde el Yajurveda, OM, el mantra por excelencia, goza de un prestigio
universal: se le ha identificado con brahman, con el veda, con todos los
grandes dioses; Patañjalu consideraba que expresaba a Isvara. Y es
inútil recordar las especulaciones sobre Vak (la palabra), sobre el
valor creador de las formas rituales. Apuntemos solamente que en los
Brahmana se encuentran ya algunos mantras tántricos. Pero es sobre todo
el tantrismo, tanto budista como sivaista, el que elevó los mantras y
los dharani a la dignidad de un vehículo de salvación (mantrayana).
Es importante distinguir varios aspectos de esta moda universal de la
formula sagrada, moda que culminó por una parte, en las más altas
especulaciones sobre los "sonidos místicos" y, por otra parte, al molino
de plegarias lamaístas. Ante todo debe considerarse el inevitable
"éxito popular" de dicho método, la aparente facilidad de obtener la
salvación o al, menos, de lograr merito, repitiendo mantra y dharani. No
insistiremos en este fenómeno de vulgarización y degradación de una
técnica espiritual; es bien conocido en la historia de las religiones y,
en todo caso, no es un "éxito popular" el que puede brindarnos el
secreto del mantrayana. El valor practico y la importancia filosófica de
los mantra obedecen a dos tipos de hechos: en primer lugar, la función
yóguica de los fenómenos, utilizados como "soportes" para la
concentración; y, en seguida, la aportación tántrica: la elaboración de
un sistema gnóstico y de una liturgia interiorizada al revalorizar las
tradiciones arcaicas sobre "el sonido místico".
La dharani, literalmente, "la que sostiene o encierra", servía ya en los
tiempos védicos como soporte y defensa para la concentración
(dhatrana); de ahí los otros nombres que recibe: kavaca y taksa,
"protección", "coraza". Par los profanos, las dharani son talismanes:
protegen contra los demonios, las enfermedades y los maleficios. En
cambio para los ascetas, los yoguines, los contemplativos, las dharani
se vuelven instrumentos de concentración, sea que acuerden al ritmo del
pranayama, o sea que las repita mentalmente durante las fases de la
respiración. A veces se adivina el sentido de alguna palabras mutiladas
(amale, vimale, home, vame kale,eytc.) que expresan los conceptos de
pureza, nieve, etc, que sugiere el acto de desgarrar, de tallar, etc)
pero en la mayoría de las casos se trata de fonemas extraños e
ininteligibles: hrim, hram, hrum, phat, etc. Como es probable que las
dharani se hayan utilizado durante meditaciones regidas por el
pranayama, la invención fonética, forzosamente limitada a cierto número
de sílabas, se compensaba con la profunda resonancia interior de esos
"sonidos místicos". Sin importar cuál sea el origen histórico de las
dharani, estas tenían ciertamente el valor de un lenguaje secreto,
iniciatico. En efecto, esos sonidos solo revelaban su mensaje durante la
meditación. Para el profano, las dharani permanecían inútiles: su
"sentido" no pertenecía al lenguaje racional, aquel que sirve a la
comunicación de las seculares. Una dharani, un mantra solo revelaban su
significación si se pronunciaban de acuerdo con las reglas y se
asimilaban, es decir, se descubrían, "despertaban". Este proceso se
entenderá mejor cuando abordemos la metafísica que subyace al
mantrayana.
Los fonemas descubiertos durante la meditación expresa quizá estados de
conciencia de estructura "cósmica", difíciles de formular por medio de
una terminología profana. En la época védica se conocía ya experiencias
de este tipo, aunque los escasos documentos que nos las hayan
transmitido se contentaban más bien con alusiones, en forma de imágenes y
símbolos sobre todo. Nos encontramos ante una técnica espiritual
netamente arcaica: ciertos "éxtasis cósmicos" de los chamanes se
expresan mediante invenciones fonéticas ininteligibles que culminan a
veces en la creación de un "lenguaje secreto". Se trata, pues, de
experiencias solidarias en cierto modo del descubrimiento del lenguaje y
que, con ese regreso extático a una situación primordial, provocan el
estallido de la conciencia diurna. Todo el esfuerzo del yoguin tántrico
se emplea para "despertar" esa conciencia primordial y redescubrir la
plenitud que precedió al lenguaje y la conciencia del tiempo. La
tendencia hacia "un redescubrimiento del lenguaje" para revalorizar
íntegramente la experiencia profana, se traduce en el tantrismo sobre
todo por la utilización de los "léxicos secretos".
Las dharani, como los mantras, se aprenden "de boca del maestro"
(guruvaktratah); no se trata, pues, de fonemas pertenecientes al
lenguaje profano o que puedan aprenderse de los libros: uno debe
"recibirlos". Pero una vez recibidos de la boca del maestro, los mantra
tienen poderes ilimitados. Un texto tántrico de primer orden, como es el
Saghanamala no vacila en afirmar: "¿Hay algo que no pueda realizarse
con los mantra si se los aplica conforme a las reglas?". Se puede
incluso adquirir la condición de Buda. El mantra lokanatha, por ejemplo,
puede absolver los mas grandes pecados y el mantra ekajata es tan
poderoso que, en el momento mismo en que se pronuncia, el iniciado está a
salvo de cualquier peligro y alcanza la santidad de Buda. Todos los
siddhi sin excepción-desde el éxito en el amor hasta la realización de
la salvación -se obtienen con esas fórmulas místicas. Aun la ciencia
suprema puede obtenerse directamente, sin estudios, mediante la
pronunciación adecuada de ciertos mantras. Sin embargo, la técnica no es
fácil: la pronunciación está precedida por una purificación del
pensamiento; el practicante debe concentrarse en cada una de las letras
que componen el mantra, evitar la fatiga, etc.
La eficiencia ilimitada de los mantras se debe al hecho de que son (o al
menos pueden convertirse, mediante una recitación correcta) los
"objetos" que representan. Cada dios, por ejemplo, y cada grado de
santidad poseen un bijamantra, un "sonido-místico", que su "semilla", su
"soporte", es decir, su ser mismo. Al repetir, conforme a las reglas,
ese bija-mantra el practicante se apropia de su esencia ontológica, se
asimila de manera concreta e inmediata al dios, el estado de santidad,
etc. Sucede incluso que una metafísica completa se concentre en un
mantra. ...Podía dominarse toda la metafísica prajnaparamita murmurando
la sílaba pram.
Empero, no se trata de un "resumen" de la prajnaparamita, sino de la
asimilación directa y global de la "Verdad del Vacío Universal"
(sunyata) bajo la forma de una "Diosa". Porque el Cosmos entero, con
todos sus dioses, sus planes y sus modos de ser, se manifiesta en cierto
número de mantra; el Universo es sonoro, de la misma forma en que es
cromático, formal, sustancial, etc. Un mantra es un "símbolo" en el
sentido arcaico del término: es al mismo tiempo la "realidad"
simbolizada y el "signo" que simboliza. Existe una "correspondencia"
oculta entre, por una parte, las letras y las sílabas "místicas" (las
matrka, "las madres", y los bija, las semillas") y los órganos sutiles
del cuerpo humano, y por otra parte entre estos órganos y las fuerzas
divinas latentes o manifiestas en el Cosmos. Al trabajar sobre un
"símbolo" se "despiertan" todas las fuerzas que le corresponden a todos
los niveles del ser, entre el mantrayana y la iconografía, por ejemplo,
hay una perfecta correspondencia; porque a cada plano y a cada grado de
santidad corresponden una imagen, un color y una letras especiales. Al
meditar en el color o el sonido "místico" que lo representa, se penetra
en cierta modalidad del ser, uno absorbe o se incorpora un estado
yóguico, un dios, etc. Los "soportes" son homologables; se puede partir
de cualquier soporte, empleando cualquier "vehículo (imágenes,
mantrayana,etc.) para asimilarse la modalidad ontológica o la
manifestación divina que se desea adquirir. Entre sus planos múltiples
hay continuidad, pero una continuidad mística, es decir, que solo puede
realizarse en algunos "centros". El Cosmos, tal como se revela en la
concepción tántrica, es una vasto tejido de las fuerzas mágicas y las
mismas fuerzas pueden despertarse u organizarse en el cuerpo humano
mediante las técnicas de la fisiología mísitca.
Cuando Vasubandhu decía, en su tratado Bodhisattvabhumi que el verdadero
sentido de los mantras reside en su falta de significación y que, al
meditar en esas no-significación, se llega a comprender la irrealidad
ontológica del Universo, traducía en función de su propia filosofía una
experiencia cuyo valor profundo se le escapaba o le interesaba mucho.
Porque, si bien es cierto que la repetición de los mantra anulaba la
"realidad" del mundo profano, no es más que un primer paso del espíritu,
indispensable para desembocar en una realidad más profunda. Toda
repetición indefinida conduce a la destrucción del lenguaje; en algunas
tradiciones místicas, esa destrucción parece ser las condición para las
experiencias posteriores. (*)
(*) Fuente: Mircea Eliade, El yoga. Inmortalidad y libertad, México,
Fondo de Cultura económica, pp.160-163.
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