Por John S. Mitchell
En 1841, el explorador estadounidense John L. Stephens decía que las ruinas de Quiriguá, en Guatemala, no eran "ni visitadas, ni buscadas ni conocidas". La vegetación selvática había invadido la Gran Plaza de esta ciudad maya y capas de musgo ocultaban los relieves de sus monumentos.
Mucho ha cambiado desde que Stephens escribía sobre Quiriguá en su libro Incidentes de viaje por Centroamérica, Chiapas y Yucatán. El sitio arqueológico de Quiriguá ha sido rescatado de la selva y restaurado numerosas veces, últimamente por arqueólogos de la Universidad de Pensilvania, a finales de los años 70. Al igual que el esplendoroso centro religioso maya de Tikal y la ciudad colonial de La Antigua, Quiriguá está ahora protegida por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
En época de Stephens, los viajeros tenían que atravesar parajes inhóspitos, insfestados de mosquitos, para llegar a Quiriguá; hoy la bulliciosa Carretera Atlántica pasa cerca y la zona arqueológica, remozada como un parque, está a fácil distancia de Ciudad de Guatemala, 220 km al oeste.
Stephens había pensado comprar Quiriguá y fletar sus monumentos rumbo a Nueva York, pero los terratenientes del lugar pedían un precio exorbitante y el artero diplomático no pudo establecer un acuerdo satisfactorio. El sitio fue finalmente comprado por la United Fruit Company, que tuvo la suficiente previsión para convertirlo en parque arqueológico en 1910. La United Fruit también emprendió las primeras excavaciones de importancia a través del Instituto Arqueológico de Estados Unidos y se esmeró en proteger de saqueadores los tesoros de la ciudad. Hoy, Quiriguá y sus treinta hectáreas de selva tropical circundante resaltan como una isla verde en medio de un mar de árboles del plátano.
Al igual que Copán, en la cercana Honduras —la cual Stephens compró por cincuenta dólares—, Quiriguá se distingue por sus estelas. Estas imponentes estructuras verticales de arenisca fueron hechas por los soberanos mayas para conmemorar efemérides importantes y como medio de granjearse respeto. Cada estela lleva la efigie del rey vestido con sus galas cubiertas de símbolos y rodeado de dioses y animales sagrados. Los laterales y la parte posterior de las estelas están epigrafiados con glifos calendáricos, correspondientes a fechas de dedicación y de acontecimientos políticos y militares de importancia. Las estelas eran como anuncios que proclamaban la posición del rey frente a los dioses y narraban su historia personal. Una de estas estelas, la D, está tan magníficamente decorada que fue elegida para aparecer en la moneda de 10 centavos de Guatemala.
Los mayas, como fuera, tuvieron que transportar enormes piedras a través de la selva desde alejadas canteras, al parecer sin vehículos de ruedas ni bestias de carga. Los artistas sólo tenían herramientas rudimentarias para ejecutar los complicados relieves y luego levantar las pesadas esculturas a posición vertical. La Estela E de Quiriguá, la mayor del Mundo Maya, pesa sorprendentemente 65 toneladas, mide 10.5 m de alto y tiene esculturas que cubren paneles de 8 m. Se piensa que cada cinco años era instalada una nueva estela en Quiriguá, que tuvo su apogeo entre los años 550 a 850 d.C.
Los monumentos de Quiriguá, coronados ahora por techumbres de bejuco para protegerlos de los elementos, se antojan impasibles centinelas que hacen guardia en torno a la Gran Plaza. Este herboso trecho, de unos 100 m de largo por 80 m de ancho, estuvo antaño cubierto con piedras de río, a manera de calzada. De todas formas, la plaza está en una llanura que se inunda y los siglos han ido depositando capa tras capa de sedimentos del cercano río Motagua. Parece que Quiriguá fue un centro fluvial entre Tikal y Copán. Las mercancías eran transportadas por el río desde el mar Caribe y numerosos mercaderes y compradores tuvieron que haber conocido las regias estelas de la Gran Plaza.
La mayoría de las estelas fueron erigidas durante el reinado de sesenta años de Cauac Cielo, el mayor soberano de Quiriguá. No ha de sorprender que su rostro aparezca en siete de los nueve monolitos del lugar. En el año 738 d.C., Cauac Cielo apresó al rey de Copán y lo hizo decapitar en la Gran Plaza, concluyendo así la prolongada soberanía copaneca sobre Quiriguá. La fecha de ese giro en la historia del sitio se halla inmortalizada en una enorme piedra llamada Zoomorfo G. En Quiriguá hay una media docena de estas curiosas esculturas redondas que parecen tanto animales reales como seres fantásticos. El Zoomorfo G, plantado firmemente en el centro de la Gran Plaza, representa un animal parecido al jaguar que entre sus zarpas aferra lo que podría ser la cabeza del señor de Copán o del mismo Cauac Cielo. El Zoomorfo P, en el extremo norte de la plaza, muestra al omnipresente señor sentado con las piernas cruzadas en las fauces abiertas de lo que parece otro feroz monstruo. Toda la superficie de estas macizas piedras está recubierta de glifos y de los más desconcertantes y complicados relieves del Mundo Maya.
Hacia el norte de la Gran Plaza se levanta la Acrópolis, que fue un complejo habitacional y administrativo. Las paredes del cuadrángulo tienen empinadas escaleras que conducen a un amplio espacio. En el extremo sur de la Acrópolis destacan los palacios de Cauac Cielo y de Jade Cielo, el último soberano conocido de Quiriguá. Estos bajos edificios ahora están en ruinas, pero alguna vez ostentaron numerosos aposentos, bancos de piedra, cortinas y temascales (baños de vapor).
La victoria de Quiriguá sobre Copán dio origen a una febril actividad constructora, que transformó la ciudad de una factoría o estación comercial, en un gran centro ceremonial. A partir del 738 d.C. fue reconstruido todo el lado occidental de la Acrópolis. También se levantó un nuevo juego de pelota, con un muro cuidadosamente decorado con bustos de Kinich Ahau, el dios Sol maya. La Acrópolis ofrece una vista panorámica de todo el dosel de selva circundante y de la Gran Plaza, con sus misteriosas esculturas que han fascinado a incontables visitantes.
El escritor inglés Aldous Huxley, quien pasó por aquí en los años 30, señaló que las estelas de Quiriguá conmemoran "el triunfo del hombre sobre el tiempo y la materia, y el triunfo del tiempo y la materia sobre el hombre". Los mayas estaban obsesionados con la medición de grandes espacios temporales. Los sacerdotes usaban su complejo calendario como una máquina, con la que recorrían a voluntad el remoto pasado y el futuro. Los arqueólogos han descifrado inscripciones en las Estelas F y D, de Quiriguá, alusivas a oscuros sucesos acontecidos hace entre 90 y 400 millones de años.
Irónicamente, el apogeo de Quiriguá duró unos cuantos decenios después de la muerte de Cauac Cielo en 785 d.C. Los expertos piensan que las guerras, la sobrepoblación y el resultante agotamiento de los recursos naturales acabaron por debilitar los centros urbanos del Mundo Maya. Sin embargo, las causas exactas de la desaparición de Quiriguá no son claras.
A mediados del siglo IX, la realeza de esta ciudad y la mayoría de su población habían emigrado a otro lugar, quizá a la península de Yucatán, en México. Quiriguá se encuentra cerca de una gran falla geológica y hay pruebas de que algún devastador terremoto podría haber asestado un golpe definitivo a la ciudad, obligando a sus restantes pobladores a huir y dejar atrás sus magníficos monumentos, como silenciosos testigos ante los futuros siglos.
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