Parte 10
Por
lo regular, siempre que llegábamos al "rancho" éramos bienvenidos
sinceramente por mis familiares, y era pachanga tanto para ellos como
para nosotros pues mientras ellos nos atendían a cuerpo de rey, nosotros
les contábamos las novedades en la ciudad; Normalmente parábamos en la
casa de mi tío Manuel "el chico" y su esposa Rosa.
Mi
cuate Pancho y yo nos acomodábamos en el establo en el que había un
cuarto que nos servía de dormitorio. Después del desayuno, salíamos a
cabalgar en las arenosas calles del pueblo sobre los hermosos caballos
que mi tío tenía.
Javier
Solís, Pedro Infante y Jorge Negrete, se hubieran quedados sorprendidos
y mudos si nos hubieran visto con esa gallardía de hacendados con la
que nos paseábamos por los collados y veredas del pueblo, entonando
canciones rancheras a voz de cuello y sintiendo que esas tierras no nos
merecían, y que se nos hacía chiquito el mar para hacer un buche de
agua, no, no, no, éramos lo máximo, lo mejor de lo mejor, tanto, que en
una ocasión en que íbamos caminando al atardecer por una polvosa calle y
platicando y comentando que, como mi tío Andrés era el presidente
municipal del pueblo, sentíamos que todos los habitantes del lugar se
cuadraban a nuestro paso, en eso estábamos, cuando una lluvia de piedras
nos regresó al establo de donde habíamos salido, ¡vaya susto!
Qué
hermosos tiempos aquellos, ya que aunado a que mi tío nos llevaba al
campo para ver lo que se hacía en ellos, nos otorgaba cierta libertad
para permitirnos usar el rifle y pistolas de su propiedad para ir a
cazar algún conejo o pájaro, o ya de perdido, jugar al tiro al blanco
para después regresar y comer esa comida tan especial y exquisita de los
campesinos. Tortillas con chile, frijoles hervidos con epazote, y
algunas papas, habas y elotes tiernos, asados en la misma fogata que
utilizaban para calentar sus alimentos. Una verdadera delicia.
¡Ha!
esos tiempos memorables, recuerdo que como no había luz eléctrica en
nuestra habitación del establo, prendíamos una vela en una esquina de
ella para ver, y cuando nos acostábamos a dormir, a causa del intenso
frío ninguno de nosotros quería pararse a apagar la vela, así que la
apagábamos a balazos con un rifle cal. 22 como de 40 cms. de largo y
cosa curiosa ¡sí la apagábamos! y entonces a dormir como angelitos.
Al
día siguiente preparábamos a las bestias, ( así les decían a los
caballos y burros ) y salíamos con rumbo a San Roque, un bosquecito de
puros árboles productores de piñón, a pasear y cazar lo que se nos
parara enfrente, desde una lagartija, hasta un quexque, ( un pájaro
parecido al cuervo pero en azul ) o una paloma; en una ocasión le
disparábamos copiosamente a uno de estos quexques y nada más saltaba de
un lado para el otro, y nos turnábamos el rifle para atinarle cualquiera
de nosotros, y nada, parecía que el pajarraco se burlaba de nosotros,
entonces, que tuerzo la muñeca de mi mano con singular estilo, y que
tomo mi inseparable compañero, mi charpe, (resortera ) que le coloco una
piedrita, que apunto y ¡sopas !que tiro al pobre pájaro que ni la debía
ni la temía pero que en ese momento festejamos ruidosamente.
La
práctica y el tino que llegamos a tener disparando ese pequeño rifle fue
tal, que colocábamos una moneda de1 peso (morelos) a más de 30 mts. y
siempre le atinábamos en el centro, y si la arrojábamos al aire también
era lo mismo. Cuando salíamos a esos menesteres, recuerdo muy bien esos
paisajes hermosos, porque además del bosque de árboles de piñones, más
allá estaban los campos labrantíos de varios ejidatarios, con ese verdor
tan especial de los sembradíos de las plantas de maíz y otros productos
como el haba, el frijol, la papa, recuerdo también que en todas las
veredas en las que caminábamos, estaban custodiadas a los lados, por
nopales y magueyes en cantidades industriales, así mismo, recuerdo esas
alfombras doradas de la cebada o el trigo que se veían por todos lados,
¡hermoso!