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UNA HISTORIA VERDADERA HNO J.l.H.: UNA HISTORIA VERDADERA. Parte 11
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: marta-vargas  (Mensaje original) Enviado: 16/02/2016 18:46




Parte 11
En nuestras expediciones a veces nos topábamos con algún gato montés o una zorra o un zorrillo que nos hacían sentir una emoción muy especial, ya que éramos testigos, hasta cierto punto inconscientes, de las maravillas que Dios ponía frente a nuestro ojos para deleitarnos con su creación. Al seguir con nuestro recorrido, algunas veces nos encontrábamos con ruinas en las que posiblemente habitaron hacendados y familias campesinas, y al cabalgar un poco más allá, veíamos otro poblado, parecido, pero diferente a Tepeyahualco, diferente porque estaba enclavado en las faldas de un cerro y recuerdo que tenía sus calles empedradas que cubrían la persistente arena de su suelo, y sus habitantes, al igual que la mayoría en Tepeyahualco, amables y atentos con nosotros. 
Al regresarnos a la casa de mi tío, distante varios kilómetros de donde nos encontrábamos, debíamos tener cuidado con quien montaba el burro, (a veces no estaban todos los caballos), pues el burrito en cuanto presentía que volvíamos a su establo no había quien lo parara hasta llegar, con la consabida soba nalgueril para el osado que le había tocado montarlo, y esto sucedía siempre que se trataba de regresar de cualquier lado, y se cumplía el dicho de que, no hay burro flojo para regresar a su casa. ¿ Cómo la ven? 
En varias ocasiones acompañábamos a mi tío a cazar codornices con su escopeta a las faldas de un cerro que se le conoce como Cerro Pizarro, el cual es muy alto y coronado por tres puntas y cubierto de matorrales y uno que otro árbol parecidos a las palmeras, y, ¿qué creen? ¡Víboras de cascabel!, de repente, que me sale una y que le disparo con el riflito cal. 22 y al primer disparo que le vuelo su cabeza, mismo que lo hice porque la viborita quería insertar sus terroríficos colmillos en mi preciosa pierna, y, pues no tuve más remedio que disparar para luego quitarle el cascabel como recuerdo. 
Hubo tantas y tantas experiencias, bellas todas, que sería imposible recordarlas cada una por su semejanza entre ellas, como esa en que al cabalgar entre las calles (veredas) del pueblo, nos salía el talento de actores y cantantes y empezábamos a sentirnos cada uno como el artísta y cantante con el que nos identificábamos, yo por lo menos me sentía el auténtico Águila Negra, un personaje de película y al mismo tiempo el título de una canción ranchera muy popular en esos tiempos, y allí íbamos, cante que cante por todas las veredas por las que transitábamos. 
O como la vez en que andábamos cabalgando los tres García, y al momento de saltar sobre unos magueyes y nopales que estaban al costado del camino, ¡zas! que se cae Manuel sobre una nopalera con las consecuencias que se podrán imaginar, claro que todo esto sucedió después de lo que a continuación les platico. 
Después de llegar al pueblo para irnos a México, llegó la noche, y Pancho y yo nos fuimos a descansar para que al otro día fuéramos a recoger a Manuel a la estación del tren porque él no conocía la casa de mis tíos. Al otro día muy temprano, soportando ese frío seco y tremendo de la mañana en el pueblo, Pancho y yo nos disponíamos a desayunar rico y calientito, cuando de repente, escuchamos el aguerrido silbido con el cual comunicábamos nuestra presencia a cualquiera de los tres flecheros; Nos sorprendió sobremanera que en ese pueblito hubiera alguien que también se comunicara con ese chiflido que era como una clave, y de repente me dice Pancho, ¿no será Manuel?, y yo le contesté que cómo creía eso, si el tren que venía de Xalapa con destino a Tepeyahualco llegaba hasta las once y media de la mañana y apenas eran como las siete y media u ocho de la mañana, por lo que se me hacía incongruente que el que chiflara fuera Manuel, entonces curiosos salimos a ver de quien se trataba, y grande fue nuestra sorpresa cuando vimos a un chico tembloroso y con los labios partidos y sangrantes por el frío a pesar de venir bien "enchamarrado" y con un gorro de estambre sobre su cabeza, ¿y qué creen? ¡era el mismísimo Manuel! al que, después de reírnos a mandíbula batiente al verlo en ese estado lo invitamos a pasar a la casa de mi tío para que se calentara un poco y desayunara con nosotros. 










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