Una mujer muy pobre pudo enviar a su hijo a la Universidad. Cuando estaba por graduarse, el muchacho le escribió una carta a la madre pidiéndole que asistiera a la ceremonia. Pero ella le dijo que no podía ir porque tenía un solo vestido, bastante viejo. El hijo le aseguró que lo del vestido viejo no le importaba. Lo que quería era que estuviese ella.
Por fin, la señora hizo el viaje. El día de la entrega de diplomas, el joven entró al salón de actos con su madre, y le buscó uno de los mejores asientos. Mucho
se sorprendió la anciana cuando supo que el hijo era el mejor alumno de
su generación; y cuando el muchacho recibió el premio, descendió del
escenario y delante de todo el público reunido, besó a su madre y le
dijo:
--Toma, mamá; este premio es tuyo. Si no hubiese sido por ti, jamás lo hubiera sacado.
Gracias a Dios por hombres de esta clase.