
Retrato de Juan Rufo
Todos sabemos, más o menos, que significa hacerse el longuis o hacerse el longui. Ambas son expresiones aplicables al que se hace el inocente o distraído, al que se desentiende de algún asunto o disimula. Incluso, si tomamos sus raíces calas, longui significa inocente, tonto o alelado. Esta historia es una de esas ocasiones y nuestro protagonista, es decir aquel que se “hace el longuis”, no es otro que Juan Rufo.
La ciudad de Toledo
Seguramente muchos, especialmente los españoles, conozcan a nuestro amigo Rufo; pero para aquellos que no lo conocen les diré que era hijo de un tintorero apellidado Rofos, pero que se apellidaba Gutiérrez y que lo cambió en Rufo. Vivió en Toledo y en Sevilla, en Madrid y en Nápoles. Perdió buenamente el tiempo como estudiante en Salamanca. Sufrió varios encarcelamientos por aventuras galantes y toda su vida fue una lucha continua por salir de sus deudas de juego. Fue jurado de su ciudad, Córdoba, cargo al que renunció nueve veces, y cronista de Don Juan de Austria. Incluso fue alabado por muchos de sus coetáneos, que le equiparon a Góngora y Cervantes (otro de quien recibió elogios). Pero, al margen de su talento literario, se destaco también por su ingenio y rapidez de respuesta.
Un día paseaba Rufo por Toledo, ciudad en la que (como ya dije) residió durante algún tiempo de su vida, cuando unas prostitutas le reclamaron su atención. Rufo las ignoro por completo y ellas le llamaron grosero por no haberles prestado atención y ni siquiera haberles dado una respuesta.
Rufo, entonces, se giro y contesto con una de sus habituales respuestas ingeniosas:
“Más vale ser grosero que responder a vuestros requerimientos, pues si quiero ir a los infiernos prefiero no tener que hacerlo a lomos de mulas de alquiler”.


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