Cuando la pena amanezca -y amanecerá- da la mano a la aurora que se arrodilla, elévate con ella hasta la luz que te convida.
Cuando muera la soledad -y morirá- abre las puertas del corazón, prisionero en tules cenicientos, deja que el aire penetre y enjugue la penumbra de tus arterias.
Cuando la añoranza pise los andenes, -y los pisará- empújala a tomar el primer vagón que pase, así la traslade al páramo donde la melancolía siembra lápidas y da la espalda a esa lóbrega estación donde vagaste.
Cuando la pasión llegue -y llegará- muéstrale los pliegues de tu vientre, la cal que tus negrores cicatriza, la fiebre de los sentidos laureados. Dile que te ceda sus alas… y ven. Ven con tus plumas de dicha asoleada, hasta el sencillo cielo de mis brazos.

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